Barcelona, miércoles, 3 de febrero de 2021.
Gran Teatre del Liceu. Platée (Versailles, Grande Écurie .31 de marzo de 1745). Libreto de Josep le Valois d’Orville sobre la obra de J. Autreau, y música de J-Ph.Rameau. Intérpretes: Marcel Beekman (Platée), Marc Mauillon (Momus/Cithéron), Edwin Crossley-Mercer (Jupiter), Jeanine de Bique (La Folie), Padraic Rowan (Satyre/Momus), Enguerrand De Hys (Mercure), Sebastian Monti (Thespis), Virginie Thomas (Thalie), Emanuelle de Negri (Amour/Clarine) y Juliette Perret (Junon). Versión de concierto. Les Arts Florissants. Director: Wiliam Christie.
0,0005333
Un pequeño milagro. El estreno local de una obra maestra del barroco. Parece mentira, pero el francés tiene aquí menos seguidores que el italiano, alemán o inglés. Y la sala, bastante llena, se caracterizaba porque algunas parejas de mediana edad (o más) que dormitaron pacientemente en la primera parte y emprendieron la fuga en la segunda fueron notablemente compensadas por la presencia de jóvenes (algunos bastante alternativos) que expresaron de la manera que suelen su júbilo. Cosa que a los artistas les hizo muy bien, sobre todo al terminar el espectáculo reloj en mano, y con algún corte oportuno practicado.
Si Rameau empezó tarde a escribir música para el teatro nadie lo advierte. Probablemente, de las óperas que yo conozco razonablemente, ésta sea la mejor en todos los sentidos. Y también la más perversa. La historia de una burla (se trata de un ballet bouffon), de aprovecharse de la tontería supina de una ninfa de otros tiempos llevada por su necesidad desesperada de ser deseada por todos pese a su aspecto, hoy escandalizaría a las mentes correctas. La crueldad del final, con la ninfa burlada incluso por el coro que forma parte de su ‘reino’ es de una tensión insoportable, que en la versión de Christie y su grupo lo fue aún más.
Sir William es un milagro de juventud. Como es inglés se mantiene erguido y ligeramente flemático aunque no puede evitar aprobar, reaccionar y de alguna forma interactuar con sus intérpretes, su coro y su orquesta. Que cantan y tocan con una convicción que, cuando (no siempre últimamente los cantantes individuales suelen ser todas perlas) los medios o la técnica no les permiten ir más allá suplen bastante bien esas carencias a fuerza de entusiasmo, de creer en lo que hacen.
Para pequeña muestra de lo que Christie consigue con Les arts florissants bastará fijarse en la introducción orquestal del prólogo, en la tempestad que cierra el primer acto (las de Rossini son una joya, pero ésta, distinta, en nada le cede) y anuncia la llegada de Júpiter, y por supuesto en la admirable concertación con todos y cada uno de los cantantes. Hay veces en que se ve al maestro articular una palabra, no porque haya necesidad de un traspunte, sino de tanto que sabe y disfruta de la partitura –siempre abierta ante sus ojos...
El caso es que si el sátiro del prólogo de Rowan puede ofrecer el flanco a la crítica vocal (mejora notablemente en Momus en la ópera) por una emisión engolada y por notas gritadas, o si el excelente Thespis de Monti o el Mercurio de de Hys denotan escaso volumen (pero, ellos sí, ¡qué escuela!), si la Juno de Perret es correcta pero anónima, las cosas cambian para mejor en la Thalie de Thomas y el Amor o la Clarine de de Negri. Pero esos son también personajes secundarios e incluso más que los anteriores. Donde uno empieza a interesarse por los artistas es con Mauillon (primero Momus en el prólogo y luego un irresistible –a veces algo exagerado- e irónico Citerón en la ópera). El Júpiter de Crossley-Mercer (un cantante sobre el que hemos llamado la atención en algunos espectáculos anteriores en París, sea la Opéra o Champs-Elysées) tiene porte y voz, y es todo ironía y maldad.
Pero si De Bique en el rol episódico y dificilísimo (con su parodia de la ópera italiana y sus terribles agilidades y piruetas vocales) de la Locura es la triunfadora durante el espectáculo (bien dos veces la aplauden con fuerza), y merecidamente por su bravura vocal, técnica y artística (su entrada es formidable), al final el Teatro se rinde a la soberbia interpretación que de la protagonista hace Beekman… He visto excelentes tenores protagonistas de esta parte tan ‘francesa’ ‘en travesti’, con su vestido ridículo, sus amplios sombreros que no sé a quién hacen recordar, igual que el bolso de mano, y su figura tan masculina.
No sé si Beekman es mejor como cantante o actor, pero por lo menos es igual… Y al ser para mí la primera versión de concierto (he visto siempre la extraordinaria puesta en escena de Pelly con la dirección de Minkowski, difícil de superar) tengo que reconocer que, no sólo gracias a Beekman, pero sobre todo a él y a la dirección tan vital de Christie (Minkowski no le cede en nada, pero es más ‘coqueta’), esta vez la pobre Platée resultó aún más ridícula y adorable que nunca y su desesperación y angustia final, aunque siempre ‘compuestas’ como debe ser en un espectáculo para el Rey de Francia, me llevaron al ‘Blut!’ de ese otro gran burlado que es Wozzeck mientras se ahoga al final de otra de las óperas más crueles de la historia del género. La ópera ha sabido ser, como en el caso de Platée, un ‘entretenimiento’ que al final sale rana (como la rana de la producción de Pelly, que aquí ni hizo falta). Gran acierto del Liceu.
Comentarios