España - Madrid
Adicción al amor
Germán García Tomás

Maria Callas y Aristóteles Onassis. La relación amorosa más convulsa, tóxica y mediática de la historia de la ópera que ha vertido ríos de tinta entre biografías, artículos del corazón, documentales o guiones cinematográficos, y que curiosamente aún no ha alcanzado al propio terreno de la ópera contemporánea, pero todo se andará. Faltaba también un espectáculo teatral sugerente, atractivo, original y con las dosis de inteligencia y sapiencia necesarias para revivir el episodio más feliz pero a la vez más desazonador en la vida de la más popular cantante de ópera.
Con Diva Albert
Aquí, a diferencia de sus otras dramaturgias, Boadella no exhibe su polemista faceta de artista independiente, políticamente incorrecto y que le definen como uno de los mejores ejemplos de la famosa máxima “nadie es profeta en su tierra” -entiéndase aquí su tierra de origen del que se considera expulsado-, sino que, sin renunciar a su estilo mordaz, siempre directo y en conexión con el espectador, presenta un retrato humano de la cantante, haciéndola cercana, desmitificando el mito que se nos ha descrito en múltiples textos hagiográficos. Y es que la aureola de la
La soprano, sombra de sí misma, vive en soledad sus últimos años en su apartamento parisino. Recuerda cómo cantaba el aria de Norma (haciéndose playback a su propia voz grabada –que es en todo momento la de la soprano María -) pero en el momento del ascenso al agudo en la zona de paso se le quiebra la voz. Reniega para sí misma de su otrora amante , con quien vivió una de sus más arrebatadoras pasiones amorosas, al que llamaba cariñosamente Aristo, y que fue el culpable de que ella abandonase el canto. En una aparente visión de la cantante, él se le aparece, pero no como un espectro, sino en carne y hueso, dejando atrás su helicóptero, y trayéndole un ramo de flores. A Maria se le ilumina la cara, pues recuerda esos bellos momentos, cuando ella era feliz con él, pero pronto empiezan los duros reproches, las discusiones por haber acabado con su carrera artística. Mientras hablan en un babel de griego, italiano o inglés, el armador afirma que sigue siendo suya como parte de su propiedad, un objeto suyo, uno más de sus yates. Él posee al mito. Es lo que siempre quiso. El nombre de Jackie Kennedy está continuamente en los labios de la soprano y el de su exmarido Meneghini en los de él, al que Aristo rememora con desprecio. Un mercachifle, un explotador de la carrera de su esposa. Ella lo recuerda en un popurrí de temas operísticos, remembranza de una agotadora gira mundial con óperas de vocalidades incompatibles.
Hasta el multimillonario se permite el lujo de revivir la fiesta donde conoció a Maria y cómo la conquistó delante de su torpe marido bailando vertiginosos bailes de su patria griega. Suena Zorba el griego de
Curiosa frase la que repite el magnate y que complace a la Callas en su vanidad herida: “esto son muslos, no los de Jackie, que es un saco de huesos”. La viuda del presidente es un tema recurrente, el reproche continuo que le lanza Maria. Ésta le ataca diciéndole que sólo quiere cazar mujeres. “Yo te sigo queriendo a ti, Maria, eres mía”. Pero la cantante no cae en su trampa de depredador. “Cómo te hubiera gustado que Marilyn te hubiese cantado a ti: ‘Happy birthday, mister president…’. Qué bien te vino que lo asesinaran… ¡Te hubiera gustado ser el presidente!”. Durísimos dardos en los que Boadella nos muestra el dolor infinito y el resentimiento que debió invadir a la Callas madura, una mujer profundamente enamorada, cuando se vio abandonada por Onassis, sustituida por
En un ejercicio teatral de gran efecto, propio de la famosa novela de Robert Louis Stevenson a la que aludíamos, la personalidad del despreciable Onassis se desdobla continuamente en la de su fidelísimo y adulador criado Ferruccio, con quien Callas prepara las arias, su répétiteur, sincero apoyo que consuela y da ánimos a la Divina ante su desesperación. Y como en otros montajes, Boadella vuelve a asociar el contenido de cada aria con lo que vemos en el escenario. Callas en un momento dado recita con emoción el texto en español de “Ebben? Ne andrò lontana” de La Wally de Catalani, y Onassis se convierte en una especie de Scarpia de la Tosca pucciniana cuando ella le empuja hacia el piano, que al chocar contra él hará sonar el ritmo de marcha de los condenados a muerte que precede al aria “Vissi d’arte”. Casi al final, Ferruccio querrá adoptar el papel de Onassis en la vida de Maria, pero ella echará en cara al servil pianista que nunca llegará a parecerse en nada a Aristo.
Albert Boadella ha contado con inmejorables intérpretes, colaboradores habituales suyos en este género del teatro musical, que han conferido toda la verdad e intención a sus personajes. Como en anteriores espectáculos del comediante, María Rey-Joly vuelve a ser aquí un animal de la escena, una artista que devora el escenario. Su caracterización de Maria Callas es creíble y verosímil hasta extremos sorprendentes. Elegancia, distinción y temperamento definen su recreación, la de una actriz entregada a dar vida a un personaje repleto de fantasmas, una mujer sufridora, amante hasta la extenuación. Todo ello nos lo muestra Rey-Joly, cuyo torrente vocal pasa de un registro a otro con gran facilidad, pese a la exigencia de los fragmentos operísticos convocados -en su mayoría de repertorio verista-, a los que imprime todo el peso dramático, con cierta incisividad y agresividad en ocasiones, pero que no renuncia a dosis de refinamiento, como su versión final del Ave Maria de Otello de Verdi, cuando Aristo la deja para tomar su helicóptero y ella vuelve a su diván, en el que comenzó la función.
A su lado, el polivalente
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