España - Galicia

A la diosa rogando y col legno dando

Alfredo López-Vivié Palencia
martes, 13 de abril de 2021
Camille Thomas © Sonia Sieff / RFG Camille Thomas © Sonia Sieff / RFG
Santiago de Compostela, jueves, 8 de abril de 2021. Auditorio de Galicia. Camille Thomas, violonchelo. Real Filharmonía de Galicia. Paul Daniel, director. Fazil Say: Ana Tanriҫa, obertura para orquesta op. 75; Never Give Up, concierto para violonchelo op. 73. Antonín Dvořák: Danzas eslavas op. 72 nºs 2,3 y 7.
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Dos estrenos en España de Fazil Say (Estambul, 1970). Si digo que es un músico polifacético revelo mi vetusta edad; jamás he utilizado el adjetivo “poliédrico” porque me parece una cursilada; y si le adjudico el título de “artista integral” –según reza el programa de mano- me convierto en un borrego adocenado de los que adoptan toda nueva denominación para cualquier cosa simplemente porque está de moda. Así que, por lo que a esta noche respecta, diré que es un compositor de los buenos, entendiendo por tales los que trabajan en serio para hacer música que suena actual, que respeta el pasado, y que pretende seducir al público en lugar de ignorarlo.

Say compuso Ana Tanriҫa (Madre Diosa) en 2017 en referencia a una antigua diosa de la fertilidad venerada en Anatolia. La pieza es espectacular en variedad tímbrica y en movimiento rítmico, y el ambiente que destila le lleva a uno a épocas ancestrales, todo ello en un lenguaje que me recordó a las obras de sabor indígena de Silvestre Revueltas. Nunca había escuchado nada de Say, y me quedé maravillado al encontrarme con un autor que conoce bien los infinitos resortes de una orquesta, incluida una percusión muy presente pero no invasiva (Say sabe bien que desde los tiempos de Mozart a eso se le llama los “instrumentos turcos”). Gracias a ello la Real Filharmonía y Paul Daniel se sintieron cómodos y dieron una interpretación que me pareció tan impecable como brillante.

También es de 2017 Never Give Up (No te rindas jamás), que Say escribió para la violonchelista francesa Camille Thomas (París, 1988). Ella misma presentó la obra en inglés: el primer movimiento es un soliloquio representativo de los conflictos culturales, religiosos y personales; el segundo describe los infames ataques terroristas sufridos en muchas partes de Europa entre 2015 y 2017; y el tercero quiere expresar la resistencia y la esperanza en un futuro menos siniestro. Seguidamente Paul Daniel recurrió a su flema genética para decir “Y ahora se supone que un inglés debe traducir esto al gallego”. Fuera de bromas, eché de menos que ni Thomas, ni Daniel, ni Say –al menos en la cita recogida en el programa de mano- se atreviesen a colocar expresamente el adjetivo “islamista” detrás de aquellos actos de terror.

De nuevo me encontré con una obra muy atractiva. Say no se lo pone nada fácil a la parte solista, pero tres años después de su estreno Thomas dejó claro que tiene la cosa completamente interiorizada, y no sólo porque tocase de memoria, sino porque puso el corazón en ello: además de superar todas las dificultades técnicas, Thomas sacó de su instrumento sonidos bellísimos y muy expresivos de cada una de las tres diferenciadas atmósferas. Y lo propio hicieron Daniel y la Real Filharmonía: particularmente estremecedor resultó el segundo movimiento, con cierto aroma a aquello que en su día se llamó “Crime Jazz” (Mancini, Schifrin), y en el que las cuerdas tocando de forma obsesiva col legno (uno de los “efectos especiales” empleados desde más antiguo en la escritura orquestal, pero que sigue teniendo plena vigencia) hacían presagiar lo peor, que llegó con el sonido seco de los disparos en las cajas de dos percusionistas (imagen sonora que Shostakovich hizo universal).

Sereno el último movimiento -como los demás, escrito a partir de un material temático muy concentrado-, de una paz extraña con sonidos lejanos de viento y mar sobre los que se balancean cuerdas y madera. Aunque la paz me duró poco, porque Thomas agradeció la ovación del público tocando una preciosa versión “à la Bach” de El Canto de los Pájaros de Pablo Casals, lo cual irremediablemente me trajo a la memoria el horrible atentado que los islamistas perpetraron en Las Ramblas de mi Barcelona en agosto de 2017. Me costó conciliar el sueño esa noche, no por el recuerdo de la pesadilla sino por la tremenda carga emotiva que supuso el excelente trabajo de todos los que estaban en el escenario: eso es lo que transforma un buen concierto en una experiencia inolvidable.

Después de todo esto, ¿qué pintan las tres Danzas Eslavas de Dvořák? Pues pintan que Madre Diosa también es una danza; pintan que fueron un aperitivo, un postre y un resopón estupendamente tocados; y pintan un buen augurio para la exploración más profunda de este repertorio que la Real Filharmonía de Galicia nos tiene prometido para final de curso.

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