España - Madrid
De Oriente vengo
Germán García Tomás

El Teatro de la Zarzuela se ha vestido con las mejores galas para subir a escena una flamante nueva producción de Benamor, la última de las operetas de Pablo Luna pertenecientes a la llamada “trilogía oriental” -las otras dos son El asombro de Damasco y El niño judío, ya vistas años atrás en este teatro.
El artífice de la empresa, que recupera la obra casi un siglo después de su estreno en el coliseo en mayo de 1923, ha sido el actor y cantante
, que ha revestido a la menos conocida de las tres operetas de todo su esplendor, para lo que se ha apoyado en la escenografía y vestuario realistas obra del director del teatro, , y de , respectivamente, que aseguran visualmente un espectáculo de una factura impecable.El palacio real del sultán recrea una fascinación propia de Las mil y una noches, en lo que abundan las gasas transparentes de odaliscas y los trajes de guerreros, algo que alcanza en la materialización de la famosa “Danza del fuego” un bellísimo efecto estético que engrandece la sugestiva coreografía de Nuria Castejón.
Sin poderlo evitar, el experimentado comediante que es Viana siempre aporta su toque personal a cada título de género lírico que toca, ya sea dando vida a un personaje o dirigiendo un montaje, o como es en este caso, en ambas facetas a la vez, por lo que su exceso de celo cómico a veces puede llegar a contaminar la obra en cuestión hasta hacerla girar absolutamente alrededor de su carisma interpretativo.
Pero en una opereta como Benamor, que nunca se ha visto representada en este teatro, y que es una astracanada de principio a fin,
El confitero y la pastelera con prendas de vedette a los que interpreta Viana se erigen en complemento de ese texto hilarante de Antonio Paso y Ricardo González del Toro que ya en este periodo histórico (la dictadura de Primo de Rivera) juega con las identidades sexuales de los protagonistas y que enloquecería a los legisladores de la actual ley trans: Benamor es una princesa a la que su hermano el sultán Darío quiere buscar pretendiente para desposarla, pero en realidad ambos son el sexo opuesto. Todo es fruto de una maniobra de su madre Pantea para salvar sus vidas en el pasado, y que por supuesto, ambos hermanos ignoran.
Personajes que son defendidos con gran desenvolvimiento escénico y calidad vocal por los integrantes del primer reparto.
La soprano demuestra unas fabulosas dotes de actriz como una valiente y aguerrida Benamor, un rol travestido que nos remite a tantos otros del teatro lírico español (Robertode La tempestad, Gaspar de El tambor de granaderos, el rey de El rey que rabió, Carlos de La viejecita…), una prestación actoral de enorme personalidad que no desmerece en absoluto sus intenciones musicales, brindando una hermosa línea canora en la deliciosa canción del pajarillo “Junto al mirador de tu camarín” y destacando en los números de conjunto, como el concertante “Por una mujer”.
La mezzosoprano
El número estrella de toda la inspirada partitura del maestro Luna, además de la magnífica página orquestal antes aludida -llevada a buen ritmo por la batuta-, es la romanza del barítono “País de sol”, que popularizó en su estreno Enrique Ramos y que también cantaron Emilio Sagi Barba o Marcos Redondo, una nueva canción española a la manera de “De España vengo” de El niño judío que aquí defendió con donosura y dignidad el timbre varonil del barítono dando vida al caballero Juan de León, siempre gallardo en escena, aunque brindó aún mucha más intención y refinamiento en los números de conjunto, como en su dúo con Darío del último acto “Ya que tanto me estimáis”.
La soprano Irene Palazón como la odalisca Nitetis de la que se prenda Juan de León y que Babilón pretende vender a Abedul, exhibe belleza vocal, ingenuidad y gracejo en el conocido como paso del camello, uno de los muchos ritmos ligeros y de estética orientalizante que recorren la obra, mientras el propio Viana derrocha genialidad encarnando a Abedul, el Gran Visir que siempre se queda sordo cuando pasa la noche con una muchacha, lo que provoca situaciones disparatadas en las que se convoca la música de Richard Strauss cuando el visir interpela a Zaratustra para que le ayude a discernir sus decisiones. Ayudan a redondear la diversión del espectáculo los otros dos aspirantes a la mano de Benamor: un feroz como el príncipe Rajah-Tabla y el afeminado Jacinto de (cuya voz fuera de escena se escucha en un acusado falsette en el famoso motivo que abre la obra y que se recupera en los últimos acordes de la “Danza del fuego”).
También se integran como un guante en el reparto la veterana
en Pantea, como el marcial y entregado lugarteniente Alifafe y Emilio Sánchez como el ciego mercader Babilón.Un gusto es ver de nuevo la desenvoltura en escena y la calidad musical del Coro del Teatro de la Zarzuela como el heterogéneo pueblo de Ispahán, que junto a la disciplinada Orquesta de la Comunidad a las órdenes de José Miguel han conseguido traslucir toda la esencia oriental de una partitura riquísima en sonoridades y ritmos (con el de marcha a la cabeza), la menos divulgada de su autor, y a cuya inspiración ha hecho justicia Enrique Viana en esta digna y ensoñadora propuesta.
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