España - Galicia
Un director y una obra
Maruxa Baliñas

Tras dos conciertos decepcionantes, el pasado 23 de abril, coincidiendo con la celebración del Día del Libro, la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) volvió a ofrecer un concierto estimulante. Dos eran los atractivos -Una vida de héroe de Strauss, y Andrew Litton a la batuta- y no hubo decepción.
El concierto se inició con un estreno, Vía para orquesta de Álvaro Núñez Carbullanca (Santiago de Chile, 1979), el compositor que ganó el XIII Premio Andrés Gaos de Composición Musical de la Diputación de A Coruña, que incluía el estreno de la obra por parte de la OSG. Vía está técnicamente bien escrita y la escucha resultó agradable, pero Núñez Carbullanca no consigue dar el salto entre ese agrado y una composición que transmita algo al oyente.
En el programa de mano del concierto se recogían algunas explicaciones de Núñez Carbullanca sobre el sentido de la obra y su proceso de composición, un proyecto sobre "componer el tiempo, los latidos, las respiraciones, los pasos, la vía acústica que deja un caminante", pero personalmente no llegué a sentir lo que allí se proponía, esa afirmación tajante de Núñez Carbullanca de que "Vía es la huella de una vía abierta por alguien que camina".
La buena factura de Vía la convierte en una buena candidata para ser finalista de un concurso de composición, pero esa buena realización no implica que Núñez Carbullanca tenga algo que decir. Andrew Litton (Nueva York, 1959) dirigió correctamente, la orquesta respondió a sus indicaciones, el público pasó un momento agradable, pero eso fue todo.
La segunda obra del concierto compensó ese comienzo algo anodino. Una vida de héroe (1899) se escucha menos que otros poemas sinfónicos de Strauss, pero no es en absoluto menor. Y tiene ya ese encanto de que el tema del programa sea el propio compositor, aunque el propio Strauss se ríe bastante de este concepto programático y llegó a decir que le podía poner música a la guía de teléfonos.
Aquí Litton y la orquesta se explayaron y sólo cupo lamentar que el escenario no cerrara un poco más el sonido, que nunca llegó a alcanzar esa casi saturación que es tan propia de Strauss y del sinfonismo de la Belle Époque. De hecho, fueron muchos los momentos en que la obra parecía venir de la lejanía, algo de lo que son conscientes los propios responsables de la orquesta, especialmente el director titular Dima Slobodeniouk, quienes se plantearon añadir alguna amplificación a la sala tan enorme que es el Coliseum y decidieron que era mejor que el público hiciera un pequeño esfuerzo y se adaptara a la acústica tan especial.
Como es habitual en Strauss, hijo de un músico de orquesta, hubo ocasiones de lucimiento para muchos de los componentes de la orquesta, casi todas bien aprovechadas, pero puestos a destacar algunas, sonaron maravillosamente los solos del concertino Massimo Spadano (tercer y quinto movimientos) y la fanfarria de las trompetas desde fuera del escenario en el tercer movimiento.
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