Florencia, sábado, 22 de junio de 2002.
Giuseppe Verdi: 'Simon Boccanegra', melodrama en un prólogo y tres actos. Libreto de Francesco Maria Piave (revisión de Arrigo Boito de 1881). Director de escena: Peter Stein. Escenografia: Stefan Mayer. Vestuario: Moidele Bickel. Iluminación: Guido Levi. Elenco: Carlo Guelfi (Simone), Julian Konstantinov (Jacopo Fiesco), Karita Mattila (Amelia), Vincenzo La Scola (Gabriele Adorno), Lucio Gallo (Paolo Albiani), Andrea Concetti (Pietro), Katia Pellegrino (Un’Ancella), Enrico Cossutta (Un Capitano). Orquesta y Coro del Maggio Musicale Florentino, Maestro del coro: José Luis Basso. Director: Claudio Abbado. Aforo: Localidades 2200. Ocupación: 100%.
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Las contadas ocasiones en que Claudio Abbado vuelve a dirigir en nuestro país, que sigue siendo el suyo pese a la forzada ausencia de ‘su’ Milan y de lo que fue ‘su’ Teatro alla Scala (chi vuol capire, intenda) en un exilio, no sabemos hasta qué punto, voluntario, son celebradas con una exaltación de fe, como un rito religioso. Su subida al podio es siempre acompañada por unas ovaciones que significan mucho más que el tributo al gran director de orquesta: cuando termina de dirigir, mientras no apoye la batuta en el atril, con un gesto que es casi de bendición, el aplauso no se desencadena y el publico queda con el aliento suspendido, como si se celebrara un altísimo sacramento.Esta ‘beatificación pagana’ en vida no tiene nada de extraño, sobre todo si el maestro se enfrenta, como en este caso para la apertura del 65 Maggio Musicale Fiorentino, con una de las partituras más queridas en su larga y gloriosa carrera. Simon Boccanegra, en su segunda y definitiva versión revisada por Verdi con los arreglos puestos al libreto de Francesco Maria Piave por su fiel colaborador y futuro libretista de Otello y Falstaff, Arrigo Boito, en 1881, es la ópera que Abbado más ha trabajado, dirigido y llevado en tournée en el mundo entero con los equipos de la Scala.Hay, indiscutiblemente, una afinidad electiva con esta obra en la que la ‘tinta’, el elemento que Verdi intentaba infundir en su música, tiene unos colores tan contrastantes: los nocturnos y sombríos del prologo, la aurora blanquecina en el primer acto, las flamantes llamaradas de una puesta de sol, y las nieblas vespertinas en el tercer acto en el que vuelve a surgir el sol de un futuro esperanzador. Todo ello se apreció con una lectura estremecedora, impalpable, evanescente por momentos, cuando la acción se para y vencen los sentimientos, gallarda, brillante y encendida de pasión en los momentos de excitación dramática, como en el impresionante final segundo en el acto de la maldición lanzada por el mismo culpable y pérfido 'Paolo', un personaje negativo en el que se anticipa esa maldad perversa y racional que triunfará con 'Gago'.La orquesta del Maggio Musicale y el maravilloso coro dirigido por el bravo maestro argentino José Luis Basso, se han confirmado como unas masas de gran homogeneidad, disciplina y alto nivel artístico y se han enardecido bajo la batuta del 'Gran Claudio' con una prueba superior a cualquier alabanza.El reparto no alcanzó esas cotas, aun reconociendo la sustancial adherencia al temible y psicológicamente complicado rol de ‘Simone’ del barítono Carlo Guelfi, que ha cantado con mucha nobleza y con un caudal de voz más que suficiente; Vincenzo La Scola, ‘Gabriele Adorno’, animó su personaje de ardores tenoriles manteniendo una línea correcta y acertando los agudos con discreta soltura. Julian Konstantinov, ‘Jacopo Fiesco’ y Karita Mattila, ‘Amelia Grimaldi', alias 'Maria Boccanegra’, convencieron sólo en parte. El bajo ruso tiene un curioso defecto de pronunciación en la erre, que recuerda al celebre Cesare Siepi del que, sin embargo, no alcanza ni la pulida línea de canto ni la potencia interpretativa. La soprano finlandesa, de voz gutural y de agudo opaco, a la bonita figura y a una actuación de primera, une una dicción impenetrable que la convierte en no apta para el repertorio italiano, aunque sea perfecta para Janaceck y Strauss.Lucio Gallo, 'Paolo' de sibilante fraseo y Andrea Concetti, 'Pietro' de correcta musicalidad, podemos considerarlos dos lujos asiáticos en estas partes que, por pequeñas, son determinantes. De la misma manera se apreciaron las breves intervenciones de Katia Pellegrino, soprano veneciana que ha empezado una prometedora carrera y que se conformó con ser ‘L’ancella’ de 'Amelia', y Enrico Cossutta, sonoro tenor comprimario.Se apreció muy poco la puesta en escena, una producción procedente del Festival de Primavera de Salzburgo y firmada por Peter Stein (regista), Stefan Mayer (decorados) y Moidele Blick (vestuario). La sensación fue la de que faltaba una idea unitaria. Cada escena parecía proceder de un espectáculo distinto: de la tradicional sala del Gran Consiglio, con fondo pintado, a un prólogo con enormes cubos translúcidos y un sarcófago de cristal, para la pobre 'Maria', que parecía sacado de Blancanieves de Disney, a otras escenas que aludían a un posible minimalismo, pero interés por sí mismo. Una realización sin carácter para una lectura tan personal y determinada. Menudo contraste.
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