Parma, lunes, 24 de junio de 2002.
Giuseppe Verdi: 'La forza del destino', melodrama en cuatro actos. Libreto de Francesco Maria Piave (versión de 1869). Director de escena: Alberto Fassini. Escenografia: Mauro Carosi. Vestuario: Alessandro Ciammarughi. Iluminación: Andrea Borelli. Coreografia: Marta Ferri. Elenco: Alessandro Svab (Marques de Calatrava), Alessandra Rezza (Leonora), Stefano Antonucci (Don Carlos de Vargas), Alberto Cupido (Don Alvaro), Mariana Pentcheva (Preziosilla), Andrea Silvestrelli (Padre Guardiano), Fabio Previati (Fra’Melitone), Milena Storti (Curra), Andrea Piccinni (Un alcalde), Antonio Feltracco (Maestro Trabuco), Paolo Farnesi (Un Cirujano). Orquesta y Coro del Teatro Regio de Parma, Maestro del Coro: Martino Faggiani. Director: Gyorgy Gyorivanyi Rath. Aforo: Localidades, 1200. Ocupación 70%.
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El segundo Festival Verdi en Parma se ha clausurado con La forza del destino en su versión definitiva de 1869. Se ha ofrecido, como debería ser siempre en estas manifestaciones cuyo fin, además de divulgativo, debiera ser también científico en la lectura filológica de las partituras, en su integralidad. Lo que no deja de ser una hazaña con esta ópera que, en la habitual tradición teatral, siempre se mutila aprovechando, como excusa, que se trata de una dramaturgia aparentemente caótica, ya sea en el argumento, en el que lo absurdo se justifica con la fuerza del sino, ya sea en su división temporal y logística, pues la unidad clasicista es continuamente masacrada por los continuos cambios de época y de lugar.La ópera más discutible del periodo de la madurez de Verdi, sin embargo, tiene –además de su fama de 'gafe', en Italia al menos- una coherencia musical indiscutible, precisamente por sus fuertes contrastes, su pasar indistintamente de lo trágico a lo cómico (Verdi, pese al fracaso de su Un giorno di regno nunca abandonó la vena brillante incluyéndola de soslayo en muchas de sus óperas), y por ser un primer y válido intento de salir de las formulas asfixiantes de la ópera romántica.Hay intentos sinfónicos que superan el mero boceto (por ejemplo las introducciones a la escena del campamento de Velletri que precede el aria del tenor y la escena final con la invocación del soprano), hay un uso del canto di conversazione que anticipa a la forma 'pucciniana' y hay una busqueda del colore locale que, sin ceder al efecto folklórico, da notas de sincero realismo a la prolija, redundante partitura.Todo ello quedó muy bien reflejado en la vivaz, rigurosa y muy inspirada lectura del maestro húngaro Gyiorgy Gyorivanyi Rath que ha dirigido las honestas masas del Teatro Regio, la orquesta bien entrenada y un coro muy convincente en sus distintos sectores y en las frecuentes intervenciones solísticas que el endiablado Verdi ha escrito (con la ayuda de su mentor, el maestro Martino Faggiani), y un reparto que, como suele ocurrir a menudo en Italia, reservó agradables sorpresas. Como la de un tenor gallardo y valiente en la tremenda parte de 'Don Alvaro': Alberto Cupido hace tiempo que ha abandonado su antiguo repertorio lírico para lanzarse, en plena madurez, al de spinto. Su voz generosa, amplia y muy segura en el agudo, tiene una resonancia que le hace más apto para espacios más grandes, también porque su tendencia es la de cantar en el forte con una propensión a ampliar la nota en el extremo agudo. Detalles menores en una interpretación robusta, de fraseo rutilante e inflamado de pasión que ha llegado a doblarse, finalmente, en el final de redención y plegaria.Una gran sorpresa la de escuchar una chica de tan solo veinticinco años, Alessandra Rezza, prevista como segundo reparto, en el rol también muy expuesto de 'Leonora'. Nos encontramos frente a una autentica voz verdiana, completa de resonancias en todos los sectores, aterciopelada en la zona media, suave en el agudo que domina también con etéreas 'medias voces'. El fraseo, pese a la inevitable inexperiencia, es muy definido, curado y con riqueza de matices, y si un defecto hay que encontrarle es en el extremo agudo. No es que le falten, todo lo contrario: son potentes y perfectamente proyectados. Solo la voz se descontrola un poco y delata un pequeño vibratello que la inteligente Rezza no tardará en corregir. Su larga lista de futuros contratos (Fedora en Bergamo y Un ballo in maschera en Trieste) es la prueba del interés que está levantando, y será la prueba, esperamos, de un camino ad mayora.El barítono Stefano Antonucci, en un teatro de dimensiones reducidas y al no tener que buscar en la voz sonoridades extremas, ha trazado un muy convincente 'Don Carlos de Vargas', tanto en un plano estrictamente vocal (sobre todo en su inciso del segundo acto y en los largos dúos con el tenor) cuanto en el interpretativo, que ha hecho olvidar su pálida actuación, hace poco tiempo y en el mismo título, en otro Teatro Regio, el de Turín.Andrea Silvestrelli, voz de bajo autentico y línea de canto más que aceptable, dio mucha dignidad al 'Padre Guardián', en tanto que la 'Preziosilla' de Mariana Pentcheva, guapa y provocativa en lo escénico, descarada y potente en su voz generosa, fue poco menos que perfecta. Muy simpático, en también perfecta caracterización, el barítono Fabio Previati, delicioso 'Fraile Melitón', correctos en sus meteóricas intervenciones el 'Maese Trabuco' del tenor Antonio Feltracco, el 'Marques de Calatrava' del bajo Alessandro Svab, la 'Curra' de Milena Storti y hasta el 'Alcalde' de Andrea Piccinni y el 'Cirujano' de Paolo Farnesi.Pero una apreciación especial, y una mención honorífica a la idea que ha supuesto un inteligente ahorro de dinero, la merece la puesta en escena de Alberto Fassini que, utilizando los mismos decorados de la precedente Alzira, también de su firma, creados por el excelente Mauro Carosi (unos enormes bastidores corpóreos negros que se deslizaban sobre una grande escalinata), añadiendo tan solo unos elementos para dar el original carácter a la escena, que aun en su tradicional convencionalidad ha parecido inmejorable, ha obtenido una ideal caracterización de todos los cuadros, sin perdidas de tiempo –otro impagable mérito- en los cambios.Un toque final de elegancia lo dieron, también, el bonito y variado vestuario diseñado por Alessandro Ciummarughi, la iluminación de Andrea Borelli y los movimientos coreográficos, asumidos por el ballet pero también por el disponible y divertido coro, de Marta Ferri. El publico, en una tarde calurosa de domingo, no era muy numeroso, pero los asistentes aplaudieron con mucha insistencia, premiando con bravos a todos los solistas.
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