Danza y Ballet

Elena Pankova o el ballet como éxtasis

J.G. Messerschmidt
lunes, 8 de julio de 2002
--- ---
0,0003657 El empleado de la agencia de viajes consultaba guías de ferrocarriles y calculaba precios. Yo esperaba y tosía. Fuera caía una llovizna gris y helada, tan pertinaz como la bronquitis que se me aferraba al pecho. Para distraerme me puse a mirar los folletos que se amontonaban en el mostrador. Nada interesante: informaciones turísticas de la ciudad en que vivo y publicidad de cruceros que nunca haré. Ya iba a dejarlos, cuando, de pronto, la vi a ella.Me miraba con ojos entornados y sonrisa felina, la cabeza erguida, tocada con una corona tan frágil como su cuerpo, extendido en posición de arabesque. Abrí el folleto: era un programa de ballet que anunciaba una serie de representaciones de La bella durmiente. La bailarina de la foto se llamaba Elena Pankova. Su imagen encerraba un enigma a cuyo magnetismo era imposible sustraerse. El empleado interrumpió mis ensueños y me entregó una hoja con el itinerario y el precio del billete. Volví a la realidad. No podría asistir a ninguna función de ballet. El viaje, no precisamente de placer, me lo impedía. La bronquitis, que aún había de darme muchos disgustos aquel invierno, haría el resto. Pasó el tiempo, pero no olvidé la foto de la bailarina.Un día, pocos meses más tarde, alguien me invitó al teatro. Se representaba El lago de los cisnes y era precisamente Elena Pankova quien bailaba el papel protagonista. Ante su danza tuve la sensación de estar asistiendo a la revelación de un misterio, a una especie de ritual iniciático en el que se desvelaba un algo poético, imposible de definir con palabras o conceptos, y muy alejado de todo lo habitual y convencional; algo así como una profunda experiencia onírica, más intensa que la realidad de la vigilia. Un tiempo después la vi en Don Quijote y la conmoción fue todavía más fuerte, quizás por el extremo contraste entre Kitri y Odette: en El lago de los cisnes Elena Pankova era un ser acuático y nocturno, de movimientos fluctuantes y trágicos; en Don Quijote, la personificación de la luz y del fuego, una llama chispeante y saturada de vida. Desde entonces no he podido prescindir de su danza.Elena Pankova nació en Kamchatka, en el Extremo Oriente ruso, el 28 de julio de 1963. Llegó al ballet de manera casual: a los cuatro años, patinando, se rompió la nariz, su abuela la llevó al médico y éste opinó que a la joven paciente le convendría hacer ballet. Sus primeros pasos de danza los dio en Alma Ata, en el Asia Central; a los siete años fue admitida en la Academia Vaganova de San Petersburgo (la antigua Academia Imperial de Ballet), probablemente la mejor escuela de danza del mundo, que ha dado figuras de la magnitud de Ana Pavlova o Rudolf Nureyev, por nombrar sólo a dos de los más archifamosos.Acabados sus estudios, Elena Pankova se incorporó, en la temporada 1981-82, al cuerpo de baile del Kirov, la mítica compañía de ballet petersburguesa. Pronto se convirtió en una de las estrellas favoritas del público ruso y acompañó al Kirov en numerosas giras por el extranjero. Con la perestroika llegaron a Rusia, por fin, las coreografías de Balanchine. La primera fue Sinfonía escocesa y Elena Pankova, protagonista del histórico estreno, la primera bailarina rusa en interpretar una obra de Balanchine en su patria. En 1989 abandonó Rusia y se instaló por corto tiempo en los EE.UU. y luego en Londres, como miembro del Ballet Nacional Inglés, donde obtuvo el reconocimiento entusiasta tanto del público como de la exigente crítica londinense.A lo largo de su carrera Pankova ha bailado la mayoría de los grandes papeles del repertorio clásico en teatros como la Ópera de París, el Covent Garden, la Scala, el Bolshoi, el Metropolitan, el Teatro Real de Madrid, la Arena de Verona, etc. y ha tenido por compañeros a bailarines entre los que se cuentan Maximiliano Guerra, Andris Liepa, Igor Zelensky, Peter Schaufuss, Carlos Acosta, Faruk Ruzimatov, Roberto Bolle, Ygor Yebra, Robert Tewsley, etc. En 1992 se trasladó a Múnich, acompañando a su marido, el también bailarín Kiril Melnikov, que acababa de ser nombrado ‘primer solista' del Ballet del Estado de Baviera. De inmediato Pankova se convirtió en la estrella indiscutida de esta compañía, que en la década de los noventa conoció un brillante auge bajo la dirección de Konstanze Vernon. La aportación de Pankova ha sido decisiva en el proceso de consolidación y proyección internacional del conjunto muniqués.Como representante por excelencia del estilo clásico ruso, Pankova ha ejercido y ejerce una gran influencia sobre las nuevas generaciones de bailarines, tanto alemanes como extranjeros, activos en el país. Sus interpretaciones de los grandes papeles del repertorio de Petipa (Aurora, Odette, Odile, Kitri, Nikia, Giselle), así como de Cranko (Tatiana, Julieta), McMillan (Manon) y Neumeier (Marguerite en La dama de las camelias, Hermia en Sueño de una noche de verano) han sido un verdadero imán que ha ganado para el ballet un nada desdeñable número de espectadores entusiastas en un país donde la danza clásica no goza de la aceptación de la ópera o de la música sinfónica, y en el que es contemplada siempre con una cierta reticencia.Sin embargo, no puede decirse que el estilo de Pankova sea precisamente ‘popular'. Estamos ante una bailarina profundamente reflexiva, nada convencional, que dota a sus personajes de una enorme complejidad psicológica, poniendo de relieve todos sus conflictos internos, pero nunca de manera ruidosa o demasiado explícita, sino mediante la insinuación sutil y el detalle revelador que impresionan profundamente al espectador sin que éste apenas los advierta. La intensidad emotiva que alcanzan sus versiones de Giselle, Romeo y Julieta o La bayadera es difícilmente igualable, y nace tanto de la vivencia emocional profunda como de la reflexión sobre el personaje y las fuentes literarias y musicales de la obra. En papeles como Tatiana (en Oneguin de Cranko) o Manon (en el ballet homónimo de McMillan) demuestra una penetración psicológica y una versatilidad excepcionales al trazar la trayectoria vital del personaje y su radical metamorfosis espiritual a lo largo del desarrollo argumental.Desde el comienzo hasta el fin de la obra, Pankova marca de manera progresiva la evolución del carácter de la figura, sin que ésta pierda en ningun momento su personalidad y su coherencia fundamentales. Así, en ‘Manon', dibuja un arco psicológico que se extiende sin discontinuidades desde la ingenuidad a la desesperación, pasando por la coquetería, la frivolidad y el erotismo más exquisito. Desde un punto de vista técnico, el trabajo de Pankova se caracteriza igualmente por la excelencia y se basa fundamentalmente en la musicalidad. Mediante un refinado fraseo, una línea fluida y un dominio absoluto del legato consigue transformar el ballabile en cantabile, la danza en belcanto. De hecho, se trata de una bailarina que responde de manera ideal a los postulados de la danza romántica y postromántica: es decir, una intérprete que ‘canta' con brazos y piernas, que consigue una visualización de estructuras melódicas (línea coreográfica) y armónicas (coordinación de los movimiento simultáneos de los distintos miembros) mediante el dominio de la mecánica y la expresividad de un cuerpo paradójicamente ‘descorporeizado' y transformado en visión intangible de la idea dramático-musical subyacente en la coreografía.Lo más interesante en este aspecto es constatar que la traducción de la música a imágenes que hace Pankova no es literal, no se trata de una reproducción ‘óptica' de la simple concatenación de ritmos, compases y notas, sino del discurso musical en su compleja totalidad y, sobre todo, de su más recóndito valor emotivo y trascendente. Se llega así a un tipo de interpretación que, particularmente en obras como La bayadera, alcanza un nivel cercano a la mística e ilustra de manera modélica las teorías al respecto del filósofo ruso de la danza Akim Volinsky.En su interpretación de ‘Nikia', en la coreografía realizada para ella por Patrice Bart según el original de Petipa, Elena Pankova logra revelar algunas de las claves simbólicas de esta obra, tal vez la más esotérica del repertorio clásico. El desafortunado amor de la bailarina-sacerdotisa ‘Nikia' por el guerrero ‘Solor', el asesinato de la protagonista y su reaparición en el reino de las sombras se convierten en la danza de Pankova en mucho más que una simple historia de amor y celos. La bayadera ‘Nikia', una vez muerta y transformada en sombra, es una imagen arquetípica de la indestructibilidad y la trascendencia del amor, al mismo tiempo que una metáfora del alma de ‘Solor', en contraposición a su rival, la princesa ‘Gamzatti', símbolo de lo material y perecedero. Pero de hecho, dado el significado profundo cósmico de la obra, lo que Pankova demuestra es que el personaje tiene un valor simbólico trascendente que lo eleva al rango de alegoría del anima mundi.También en Giselle la bailarina petersburguesa encuentra un medio ideal para sacar a la luz sus mejores cualidades tanto técnicas como expresivas. En este ballet Pankova lleva a sus últimas consecuencias un lenguaje dancístico consistente en la radical poetización de los elementos dramáticos, estilizándolos, liberándolos de todo virtuosismo superfluo y dándoles una credibilidad que supera lo puramente episódico y se interna en regiones inexploradas de lo emotivo, ahí donde lo humano y lo contingente entran en contacto con lo inefable.En realidad, la principal virtud de Elena Pankova reside en su capacidad de crear, a partir de la musicalización del movimiento, mundos paralelos e ideales, universos oníricos en los que el espectador encuentra claves existenciales y verdades absolutas que no hallan expresión en el lenguaje verbal y, muy raramente, en la música ‘pura', es decir, no bailada. Para ello Pankova no necesita decorados, trajes, ni orquesta. Basta con un piano, una sala vacía, la casi desnudez, apenas una segunda piel, de la ropa de ensayo y la danza. Con estos elementos Elena Pankova es capaz de recrear una historia y plasmar una atmósfera incluso en sus detalles más sensoriales: ‘Julieta' en su balcón, el jardín, la luna, la noche y, sobre todo, la experiencia íntima de la protagonista.En el otro extremo del repertorio, su ‘Kitri' es un fuego contagioso, dionisíaco, una orgía de pasos que electrizan al espectador: variaciones de bravura, ejecución de precisión intachable, energía aparentemente ilimitada, contundencia en el ataque, virtuosismo, acrobacia; y también garbo, gracia, seducción, cualidades todas ellas que Elena Pankova parece llevar en la sangre no menos que el lirismo romántico de ‘Giselle'. La danza de Pankova tiene siempre algo de éxtasis o de trance; algo de droga, narcótica, alucinatoria o euforizante, según la obra y el personaje interpretado. El espectador sensible queda inevitablemente a merced de sus efectos (adicción incluida), que van desde lo sensorial hasta lo puramente anímico.En las últimas temporadas Elena Pankova ha sido invitada a bailar nuevamente con el Kirov en el Teatro Mariinski de San Petersburgo, un honor extraordinario, pues en general los que abandonan la compañía nunca son ‘readmitidos'. También ha aparecido frecuentemente en Italia y recientemente se realizó para ella una nueva coreografía de El cascanueces, estrenada con éxito en el Teatro Mussorgsky de San Petersburgo (el antiguo Teatro Mali) el pasado invierno. Desde la temporada 2000-2001 Pankova ya no forma parte del Ballet del Estado de Baviera, con el que, sin embargo, ha continuado colaborando estrechamente como artista invitada. El motivo de su salida de la compañía han sido las tensiones con Ivan Liska (director de la misma desde 1998), quien al parecer ha decidido poner fin incluso a su colaboración como artista invitada. A partir de la próxima temporada el público alemán se verá privado de una de sus bailarinas predilectas.El hecho ha sido comentado con estupefacción por Horst Koegler, el ‘patriarca' de la crítica de ballet alemana, en una reciente y encomiástica reseña a la última actuación de Pankova como ‘Manon' en Múnich. Desde luego, la decisión de prescindir de una bailarina de esta talla en uno de los mejores momentos de su carrera resulta inexplicable según criterios artísticos serios. Público y crítica esperan que la dirección del Ballet de Baviera demuestre su profesionalidad y reconsidere una decisión que, a la larga, sólo puede desprestigiar a la compañía, así como tener efectos negativos en la calidad del producto artístico y, por supuesto, en taquilla.Al menos dos registros comerciales en dvd recogen actuaciones de Elena Pankova: El corsario y Kirov Classics. En el primero se la puede ver en el papel de ‘Gulnara'; en el segundo, una antología, aparece en Chopiniana (o Las sílfides), Paquita (paso a tres) y Markitenka (o La vivandiere, en el papel principal). Sobre esta versión de El corsario puede leerse en Mundo Clásico la crítica. Se trata de grabaciones no muy recientes y que, desgraciadamente, apenas dan testimonio de los logros de Elena Pankova en los grandes papeles clásicos y neoclásicos. Mas no por ello dejan de ser ‘bocados' exquisitos que permitirán a los ‘gourmets' de la danza saborear algo del arte de una de las bailarinas más brillantes y refinadas de nuestros días.
Comentarios
Para escribir un comentario debes identificarte o registrarte.