Francia
Aix-en-ProvenceRisoterapia avanzada
Jesús Aguado
Cuesta creer, en tiempos tan extraños como los que vivimos, que todo en la vida pueda ser una broma (o tal vez sean estos los tiempos precisos para creerlo, quién sabe), pero qué ganas de creerlo cuando se asiste a una representación tan espléndida del Falstaff verdiano como la que el Festival d'Aix-En-Provence ha programado para su edición de este año, tras haber suspendido la anterior por la pandemia. Las programaciones de los festivales se gestionan con años de anticipación, de manera que no creo que la elección de Falstaff tenga que ver con pandemias o post pandemias, pero ese final en el que los buenos son recompensados y los malos, que ni siquiera son demasiado malos, acaban riendo y saltando como todos los demás, invitando a la alegría de vivir porque, al fin y al cabo, todos hemos sido igual de burlados, podría ser una imagen de ese optimismo que en algún momento todos compartimos de que saldríamos de la pandemia siendo mejores. La realidad es bastante más cruel que la ficción, pero al fin y al cabo de ficción estamos hablando, así que disfrutemos de lo visto y agradezcamos la momentánea alegría que la producción de Barrie Kosky nos proporciona a raudales.
Lo hace, eso sí, eliminando algunos de los elementos gráficos que en general asociamos al personaje y a la historia. No hay referencias al mundo de Shakespeare, y ni siquiera Falstaff es el bufonesco barrigón que nos viene a la mente. Su panza es moderada, pero no así su trepidante movilidad ni su capacidad para conectar con el público y arrancarle carcajadas. Tal vez la vocalidad de Christopher Purves pueda ser un tanto ligera para el rol, pero lo suple con inteligencia, medias voces y sabiduría actoral. Es histriónico y exagerado, pero la mirada hacia el personaje nunca es cruel ni sórdida: sabemos que únicamente le mueven la lujuria y el egoísmo, pero en el fondo nos cae bien. Un Falstaff excelente.
Y un Ford también excelente, como era de esperar, el de Stéphane Degout. Espléndido en lo vocal, aquí sí que no hay medias tintas, el papel le va como un guante a su voz de barítono, y como actor no le anduvo a la zaga a Purves: divertidísimo, especialmente en la escena que la que se disfraza para hablar con él, cada uno con una peluca que se acabarán quitando, para regocijo general.
De las cuatro mujeres, destacaron especialmente la exquisita Nanetta de Giulia Semenzato, de hermosísima voz y fiato envidiable, una pura delicia, y desde el punto de vista puramente vocal, probablemente lo mejor de la noche junto a Degout, y la maravillosa Mrs. Quickly de Daniella Barcellona. Creo haber dicho ya en alguna ocasión que no destaca por su ortodoxia vocal, pero a quién le importa la ortodoxia si el disfrute escénico es tan absoluto como el que ofreció en el papel. De lo más divertido de una noche ya de por sí llena de diversión. Bien la Alice Ford de Carmen Giannattasio y simplemente correcta la Meg de Antoinette Dennefeld.
Entre los hombres, destacó, por supuesto, el Fenton de Juan Francisco Gatell, de amplia línea y hermosa voz. Muy bien los restantes papeles masculinos, Gregory Bonfatti como Dottore Cajus, el Bardolfo de Rodolphe Briand y Antonio di Matteo como Pistola.
Magnífico Daniele Rustioni al frente de la Orquesta de la Ópera de Lyon. Una delicia de exactitud y meticulosidad, especialmente notoria en los complicadísimos concertantes. Falstaff es una obra enormemente coral, y conseguir que tantos personajes moviéndose y cantando a la vez no se desboquen no es tarea sencilla, y Rustioni salió triunfante del envite.
Y poco más que añadir sobre la producción, encargada, como manifesté al principio, a Barrie Kosky, que la hace suya y la sirve al público que la disfruta desde el primer momento. Nada de sonrisas amables: carcajadas generalizadas en muchos momentos. Todo ocurre en un mismo espacio, que funciona como posada de la Jarretera, casa de los Ford y bosque nocturno.
Tal vez en el último acto la escenografía se quede un tanto pobre, aunque el bosque es sustituido prácticamente por el coro y los figurantes, pero en el resto, todo funciona a la perfección. Pero como ya he ido apuntando, el gran acierto del director australiano está en la dirección de actores. Los protagonistas se mueven por el escenario, gesticulan, bailan, y en general, se lo pasan estupendamente, lo que se nota y hace que el público también disfrute sin ambages de la producción. Un triunfo.
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