Francia
Aix-en-ProvenceEn torno a Messiaen
Jesús Aguado
El concierto del pasado jueves en el Hôtel Maynier d’Oppède de Aix-en-Provence tenía una clara figura central en cuanto a la interpretación y otra en cuanto al repertorio. Barbara Hannigan es una cantante y directora de un dinamismo envidiable, una de las figuras más destacables del panorama vocal contemporáneo. Ya tuvimos ocasión de disfrutar su voz hace pocos años en este mismo festival en una maravillosa versión de Pelléas et Mélisande, pero en esta ocasión el formato elegido era mucho más íntimo, tan solo voz (la suya y la del tenor Charles Sy), piano y violín.
Desde el punto de vista del repertorio ofrecido, la figura central del concierto fue Olivier Messiaen. Los otros dos autores que completaban el programa eran Pascal Dusapin, quien fue alumno de Messiaen y que presentaba un estreno mundial encargado por el Festival, y Henri Duparc, quien si bien cronológicamente es un par de generaciones anterior al propio Messiaen, presenta, al menos en las dos piezas elegidas, una sonoridad que anticipaba poderosamente la obra del genial compositor y ornitólogo.
Fueron las dos piezas de Duparc las que iniciaron el concierto, cantadas por Charles Sy. El tenor posee una hermosísima voz de timbre luminoso, ideal para este repertorio, que interpretó más pensando en el futuro que en el pasado, si se me permite la expresión; no cargó las tintas en lo romántico de las piezas, sino que parecía estar pensando en su engarce con el resto del programa, con un aire etéreo y atemporal que resultó todo un acierto.
La natura del mondo, de Pascal Dusapin (presente en el concierto), basada en textos de la Divina Comedia, es en su mayor parte una especie de neo-recitativo en el que la voz de Barbara Hannigan, magníficamente acompañada por Bertrand Chamayou, voló a placer. La sonoridad recordaba a Messiaen, y aunque resultó en conjunto muy hermosa, eché de menos algo más de contraste y de vuelo melódico.
La mort du nombre fue la única pieza en la que intervinieron los cuatro intérpretes. Se trata de una obra de 1930 de Messiaen, en la que las dos voces representan dos almas que lamentan su separación. La parte del tenor es más dramática y expresiva, y la de la soprano es más ligera, con una sensación mayor de esperanza en el reencuentro. El violín traza pequeños interludios, y el resultado fue impresionante.
La parte fuerte del recital vino a continuación: los Chants de terre et de ciel son un ciclo de seis canciones compuestas en 1938. Están dedicadas a su primera mujer y al nacimiento de su hijo, y son de una enorme exigencia para la soprano. Hannigan reinó sobre ellas con una entrega y una concentración absolutamente proverbial. Su voz es hermosísima, y tiene una capacidad pasmosa para el sobreagudo sin que en ningún momento el sonido se resienta o resulte tirante. Pese al tema alegre, Messiaen no deja de introducir algunos elementos religiosos y dramáticos en los textos, creando una obra hermosa y compleja. No creo que se pueda cantar mejor de lo que lo hizo Barbara Hannigan, quien al final recibió un calurosísimo aplauso.
Para cerrar el concierto, Bertrand Chamayou y Patricia Kopatchinskaja ofrecieron Loa a la inmortalidad de Jesús, el último movimiento del Cuarteto para el fin del tiempo. Maravillosa interpretación de una pieza nada fácil, especialmente para el violín, no por el virtuosismo en el que pensamos habitualmente, sino por las larguísimas notas sin casi vibrato que debe mantener durante casi toda la pieza. La nota final, un armónico casi eterno, se confundió con el rumor del viento en los castaños de indias del patio. Imposible hallar un mejor final.
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