Italia
Un título que señala reaperturas
Anibal E. Cetrángolo

Hace muchos años, el grandísimo Pierluigi Petrobelli presentó una conferencia en la universidad Católica de Buenos Aires sobre Dante y la musica. Yo también estaba en aquel momento en aquellos parajes y tuve el enorme placer de escuchar aquellos sutiles razonamientos. Petrobelli indicaba que en la época de oro del madrigal casi no hubo compositores que hubiesen utilizado los versos dantescos para sus obras. Cierto es que si tanta poesía “gentile” della Vita Nova habría podido prestarse al cometido, la fortísima imagen de la Commedia, alejaba con su hedor de azufre las ganas de componer madrigales, pero lo que subrayaba Petrobelli era que lo que alejaba a los músicos de aquellos textos era el respeto de los italianos, el pudor hacia quien se considera el padre de la lengua. Petrarca fue preferido y la prueba está en la frondosa colección de madrigales compuestos sobre sonetos del poeta de Arezzo.
Los alemanes, por su lado, también tuvieron dificultades con su poeta más celebre, Goethe, y sobre todo con un texto que parecía pedir a gritos subir a la escena lirica: el Faust. En este caso, no solo el respeto, sino que resultó que fue el mismo Goethe quien desalentó a sus contemporáneos -Beethoven, Schubert- en la musicalización de su texto. Más adelante también Mendelssohn, Schumann, Wagner y Liszt se acercaron al Faust, pero fue apenas para producir composiciones -de cámara o sinfónicas- que invariablemente gambetearon la representación escénica.
Por supuesto tal sacralización de la figura de Goethe no funcionaba o funcionaba de diferente manera en Francia donde, en tiempos de Gounod, la célebre obra había llegado, a través de complejas mediaciones, incluso al teatro de vaudeville con adaptaciones que hasta perpetraban saltos temporales y espaciales improbables. De esto se ha ocupado Andrea Malvano, estudioso atento a la producción musical francesa.
La obra de Gounod, que de alguna manera muestra el ocaso de la grand opera, fue presentada en la Fenice desde el 25 de junio al 3 de este mes de julio y señaló la tan ansiada apertura post covid, si bien con un número muy limitado de presencia del publico permitida. Todavía la platea, parece que por última vez, permanecía cerrada al público y fue utilizada para la puesta escénica. El director de orquesta se colocó en el foso en el extremo derecho para controlar de esa manera cuanto sucedía tanto en la platea como en el escenario. Faust faltaba de la Fenice desde hacía mucho tiempo, desde el lejano 1993 cuando el papel demoniaco fue interpretado nada menos que por Samuel Ramey.
En la historia del teatro parece que este título señala reaperturas. Esto fue señalado por Stefano Nardelli: Faust apareció en la Fenice en 1866 cuando el teatro abrió sus puertas después de las guerras de independencia italiana; fue la primera ópera que en 1920 se presentó después de la epidemia española y también marcó el comienzo de las actividades del teatro en 1946, al terminar la segunda guerra mundial.
La solución escénica de Joan Anton Rechi fue encomiable. Obviamente, como gran parte de la acción se desarrollaba en la platea del teatro, el mejor punto de observación era en las localidades altas. La acción comienza entre bancos de iglesia que son desplazados en un segundo momento. Allí también desaparece la tela que cubre el piso y en ese instante -coup de théâtre-, el piso se transforma en un inmenso espejo que refleja las luces cambiantes del maravilloso teatro para hospedar de manera inmejorable el famoso vals. De allí en adelante todo fue magia y no se extrañó en absoluto la visión tradicional hacia el escenario.
En lo musical, sea dicho que la dirección de Chaslin fue incisiva y eficaz, aunque hubo desacuerdos entre el foso y el coro, seguramente a causa de la excepcional situación escénica y tal vez a una gestualidad del maestro que me pareció poco clara.
El reparto vocal fue de primer nivel, aunque encontré que el tenor protagonista no estaba a la altura de sus colegas. Iván Ayón Rivas es un cantante muy joven que tiene todas las posibilidades de conseguir una madurez vocal e interpretativa. Mientras lo escuchaba pensaba en aquellos tenores que lloran en cada nota y otros que no lo hacen nunca y que sin embargo conmueven porque “tienen la lágrima en la garganta”. A este último grupo pertenecían Bjorling y Corelli. Ojala sean frecuentes las escuchas de Rivas.
Fue descollante, rey de la escena, Alex Esposito. Su prestación musical en lo vocal y en lo artístico fue inmejorable. Se trata de un artista de fama y tuve la suerte de ver muchas de sus interpretaciones. No esperaba menos, pero lo que me sorprendió fue la increíble agilidad con la que se movía cantando sobre la tabla de los bancos de iglesia y saltando a continuación. Méphistophélès ideal.
También fue excelente la Marguerite de una estrella de la lírica como Carmela Remigio. Superó los trances vocales de la difícil parte sin dificultad y resultó una actriz madura y muy convincente.
Entre los otros roles fueron excelentes los desempeños de Armando Noguera, gran voz al servicio de una actuación muy inteligente, y de Paola Gardina que fueron muy aplaudidos en los roles de Valentin y Siebel.
Óptimo, como siempre, el coro dirigido por Moretti.
Teniendo en cuenta las limitaciones impuestas por la situación epidémica, el aforo fue completo.
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