España - Cataluña
¿Flor de un día o el principio de algo grande?
Josep Mª. Rota

Cuando se anunció que se programaría una ópera en Tarragona, en el marco de los Festivales de Verano, una sensación de inesperada felicidad recorrió las almas de los melómanos tarraconenses. Después de tanta cancelación, tanto recorte y tanta limitación, por fin una sorpresa feliz. Sepa el amable lector que Tarragona es la única capital de provincia española que no tiene un auditorio o sala de conciertos y que, para más inri, su teatro se cae a trozos por segunda vez. No el viejo Teatre Metropol, sino el nuevo Teatre Tarragona; a trozos y por segunda vez.
La ópera no es ajena a Tarragona. Por aquí han pasado regularmente Ópera 2000 y los Amics de l’òpera de Sabadell. También hubo ópera y zarzuela en el Auditorio del Camp de Mart muchos años atrás. Pero aquí se trata de una producción propia, casi ex nihilo, más sorprendente todavía en Tarragona. Como casi todo en esta vida, las cosas tienen nombre y apellidos; en este caso, los de Pau Ricomà, Alcalde y Concejal de Cultura, y Carles Figuerola, Jefe técnico de Gestión cultural, a los que se debe el mérito de tamaña empresa, casi titánica. Con ellos, el barítono tarraconense Àngel Òdena, verdadera fuerza motriz en el desarrollo del proyecto.
Y la respuesta del público fue la que merecía la ocasión: las 1200 entradas puestas a la venta, de acuerdo con las limitaciones de aforo preceptivas, se agotaron rápidamente. Además, entradas a precios populares, 43€ y 37€. ¿Quedará todavía algún ignorante (más bien, algún fanático) que diga que la ópera es un espectáculo clasista o elitista?
La producción tenía que lidiar con las dificultades del Auditorio, un escenario enorme y al aire libre; eso sí, al pie de las milenarias murallas romanas. La solución del escenógrafo Llorenç Corbella fue ingeniosa a la vez que práctica, con unas pantallas móviles, que servían de telón y bambalinas, y una estructura metálica de dos plantas y giratoria, que acotaba los espacios. Aquí también se echó mano del manido y gastado recurso de ambientar la acción en época actual: así, la bacanal del acto primero, regada con cócteles y cubatas, estaba dominada por las stripers y su congenial barra; un columpio de terraza ambientaba la casa del bufón; en el antro de Sparafucile, un velo permitía contemplar a los clientes del puticlub. De esta manera, también, la cuestión del vestuario quedaba resuelta de una tacada: chaqueta de lentejuelas para el Duque, traje y corbata para los cortesanos y ropa de calle para el bufón. Y a otra cosa. El movimiento escénico, debido a Montse Colomé y al mismo Llorenç Corbella estuvo cuidadísimo y resultó muy agradable en conjunto.
Al ovetense Óliver Díaz le corresponde el mérito de haber salido airoso de la ingente empresa de dirigir una ópera al aire libre con una orquesta formada ad hoc por músicos locales. El resultado fue excelente, pues dicha orquesta, empastada y afinada, sonó a las mil maravillas, potente a la vez que matizada. Además, Óliver Díaz acompañó con mimo a los cantantes, en un espacio como el del Auditorio, donde las distancias pueden resultar catastróficas.
Y los cantantes cosecharon un éxito sin paliativos. El tenor Antonio Gandía, la soprano Sabina Puértolas y el barítono Àngel Òdena, tarraconense universal, compusieron sus respectivos personajes de la cabeza a los pies, tanto en lo dramático como en lo musical: Gandía cantó con arrojo ‘La donna è mobile’, con despreocupación ‘Questa o quella’, con lirismo ‘Parmi veder le lacrime’ y con cínica pasión ‘Bella figlia dell’amore’. Puértolas desplegó una infantil inocencia en ‘Caro nome’, amor sensual en su dúo con Gualtier Maldè, amor transido de remordimiento y culpa en los dúos con Rigoletto y excitación romántica en el tremendo terceto con el sicario y su hermana. Òdena supo regular su poderoso caudal vocal desde un introspectivo ‘Pari siamo’ a un paternal dúo con Gilda, para estallar luego en una terrible ‘Vendetta!’ En su invectiva ‘Cortigiani’, supo emocionar hasta dejarnos con el corazón en un puño. Además de cantar con estilo y gusto, los tres nos regalaron las terribles notas agudas añadidas por la tradición.
Las interpretaciones de Manuel Fuentes (Sparafucile), Laura Vila (Maddalena), y los comprimarios, locales también algunos de ellos, no desmerecieron en nada el nivel de la función.
Solo una duda nos asalta: ¿será esto flor de un día o tendrá continuidad?
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