Francia
Aix-en-ProvenceLa naturaleza del dolor
Jesús Aguado

“La naturaleza del dolor, es el dolor dos veces” César Vallejo
Un alumno de una escuela internacional en Finlandia roba un arma de la colección de su padre y mata a varios de sus compañeros y a un profesor. Al ser menor de edad, no es juzgado sino que es internado en una institución.
Han pasado diez años de la tragedia, pero las consecuencias de la misma aún están demasiado presentes en las vidas de todos los implicados. El hermano pequeño del asesino se va a casar. La novia es extranjera, la conoció estando de vacaciones en Rumanía, y no sabe nada de lo ocurrido. El novio espera que ella le vea por lo que es, y no por ser el hermano del monstruo. Su padre piensa que debería contárselo, pero su madre está de acuerdo en no arruinar la poca felicidad que al menos un miembro de la familia podría encontrar. El hermano acaba de ser liberado y tiene una nueva identidad y un nuevo nombre, pero no está invitado a la boda, aunque la madre sueña con tener a sus dos hijos juntos de nuevo.
Una de las camareras que servirá a los pocos invitados se ha puesto enferma, y se llama a otra para sustituirla. La sustituta es la madre de una de las alumnas asesinadas, y cuando llega al trabajo se da cuenta de quién es el novio y su familia, y esto le provoca un shock, ya que no ha superado la muerte de su hija, diez años antes.
Poco a poco vamos viendo lo que pasó entonces, vemos el dolor de los supervivientes, su sentimiento de culpa por haber sobrevivido mientras sus compañeros murieron, la culpa que sienten algunos por no haberles ayudado. Una de las estudiantes se encerró en un armario de limpieza y bloqueó la puerta desde dentro, sin dejar entrar a nadie más. Otro se salvó porque era un buen corredor, pero no se detuvo a ayudar a nadie. La profesora se siente culpable por no haber detectado en los trabajos del alumno los indicios que tal vez hubieran ayudado a detenerle. Todos viven con miedo a cualquier sobresalto, a un ruido inesperado, a sentarse en una sala de espaldas a la puerta. Pero además, también descubrimos que muchos de ellos solían burlarse cruelmente del chico, al que sometían a un acoso brutal. Y también vemos a la hija de la camarera, Marketa, que murió en el ataque, y que sigue presente en la mente de su madre, incapaz de seguir adelante. Y también nos enteramos de que Marketa, a la que su madre recuerda como un ángel, era especialista en inventar canciones en las que se burlaba de algunos compañeros, en especial del asesino.
El padre vive con el remordimiento de haber enseñado a su hijo a disparar, la madre sabe que durante mucho tiempo miró hacia otro lado no queriendo ver, e incluso el sacerdote que ha oficiado la boda reconoce que él también vio indicios en el comportamiento del muchacho y que no hizo nada. Cuando por fin la camarera le cuenta todo a la novia, furiosa porque esa familia tenga la oportunidad de seguir adelante que a ella se le ha negado, la reacción de ella es sorprendente: se enamoró del hombre, no de su familia, y quiere seguir adelante. Pero es el novio el que se niega, pues sabe que desde entonces ella viviría con la sospecha de que hay algo malo en él. Y en una última y devastadora confesión, les dice a todos que el día del ataque él estaba de acuerdo con su hermano mayor, y que los dos fueron armados al instituto. Su misión era colocarse en la puerta trasera y disparar a los que intentaran huir. Pero cuando la gente comenzó a salir, huyó con ellos, volvió a casa y borró cualquier rastro que le relacionase con la tragedia. No habrá nuevo comienzo para la familia. Lo último que escuchamos es la voz de Marketa, que le pide a su madre: “Mamá, déjame marchar.”
Con esta estremecedora historia, Kaija Saariaho crea una obra impactante. La música está siempre al servicio del drama, desde la inquietante obertura, que nos pone en situación para lo que vamos a ver. Saariaho combina en toda la obra su gusto por las masas sonoras complejas y su acusada tendencia hacia un melodismo claro para las voces. Suele utilizar medios electrónicos combinados con los instrumentos tradicionales, pero diría, por lo escuchado, que en este caso el elemento electrónico únicamente se aplicaba a la amplificación de las voces habladas, a la del personaje de Marketa y al coro, que nunca aparece en escena, y al que escuchamos amplificado y con diversos efectos de eco. Las texturas orquestales empleadas, si bien nunca resultan tremendamente abigarradas, como es habitual en la compositora, buscan claramente el dramatismo exigido por el texto, y lo consiguen plenamente. Un enorme desasosiego se despliega por toda la música, a medida que el drama, tanto en el presente como en el pasado, avanza, y vamos descubriendo nuevas capas de culpa y dolor en los personajes.
Todos los actores están magníficos en sus papeles, cada uno hablando en su idioma. Impresionante también Vilma Jää como Marketa, la única cantante a la que oímos amplificada. Canta en estilo folclórico, pero creo que la amplificación es más una cuestión expresiva, para dotar a su voz de un cierto componente sobrenatural (al fin y al cabo, está muerta), más que por necesidad, ya que creo que sería perfectamente audible sin ayuda electrónica. Entre los personajes de la boda, es decir, los del presente, destaca la camarera de Magdalena Kožená, espléndida en lo vocal y en lo actoral. Diez años después de perder a su hija, sigue yendo todos los días al conservatorio como si la acompañara a su clase de piano, y compra las manzanas que le gustaban, tirando una cada día como si su hija se la hubiera comido. Es incapaz de avanzar, su matrimonio se ha roto, y de pronto el encuentro con la familia del asesino, a la que conocía, le provoca un shock que no puede superar. Espléndida. También espléndidas las otras dos mujeres, Sandrine Piau como la madre, con un exigente papel lleno de comprometidos agudos, y Lilian Farahani, la novia que probablemente es el único personaje completamente inocente, pues solo pretendía encontrar la felicidad con el hombre al que amaba. Hermosa voz y excelente expresividad.
También excelentes los dos protagonistas masculinos, y en el éxito de todos ellos hay que mencionar la exquisita escritura vocal de Saariaho, de amplias líneas, que permite a las voces dar lo mejor de sí mismas. Tuomas Pursio era el padre. En el presente es el único de la familia que parece comportarse de manera razonable: intenta que su hijo le diga la verdad a su novia, impide que su mujer llame al otro hijo, recién liberado, para que acuda a la boda, e incluso cuando descubre quién es la camarera se muestra compasivo con ella; sin embargo también arrastra la culpa de saber que fue él quien enseñó a disparar a su hijo. El difícil papel del novio corría a cargo de Markus Nykänen. Inicialmente parece que tan solo quiere una nueva vida sin el estigma de lo que hizo su hermano, pero su escalofriante relato de lo que ocurrió en realidad deja al espectador con el corazón encogido. Sus últimas palabras son: “Yo quería a mi hermano… Aún le quiero.”
La devastadora experiencia no sería posible sin la impecable puesta en escena, dirigida por Simon Stone y con escenografía de Chloe Lamford. Una única estructura de dos pisos en el escenario, que sirve a la vez de escuela en la que ocurrió la masacre y de restaurante en el que se celebra la boda. La estructura está girando casi constantemente, y el equipo técnico, que fue muy aplaudido al final, se encarga de hacer las transiciones, ya que los espacios van cambiando de las aulas de la escuela a los salones del restaurante sin que en la sala se perciba el menor ruido. Una puesta en escena magistral, sin exageraciones, en la que nada sobraba y nada faltaba. Una experiencia teatral de primer orden. El aplauso final del público fue casi catártico, tras el descenso al infierno que acabábamos de contemplar. Fue emocionante, además, aplaudir a la compositora, presente en la representación.
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