Alemania
El estreno del ensayo
Maruxa Baliñas
Creo que esta era la primera vez que asistía a un estreno en el Nationaltheater de Mannheim. Aunque a lo largo de los años ya he visto bastantes óperas allí, creo que nunca había asistido a la primera representación de una nueva producción, que en este caso era además estreno de la ópera en Mannheim. No llegué a percibir ninguna de esas sensaciones especiales de expectación, nervios, etc. que se suelen asociar a los estrenos -acaso que el público llegó con bastante antelación y que había una zona acotada al final para hacer un brindis con champán- pero en estos tiempos pandémicos las distancias sociales nos hacen también más fríos como colectivo.
El Nationaltheater es de los teatros que mantienen un aforo reducido y separan estrictamente a los espectadores (en Alemania además hay que 'registrarse' para acceder al teatro presentando certificado de vacunación o prueba negativa, y luego mostrar identificación con foto que coincida con el nombre de la entrada para acceder), lo que sin duda nos afecta. Pero era un estreno y hubo esos detalles propios de un estreno, los caballos formados por parejas de hombres metidos dentro que no acaban de acompasar sus pasos, algún desajuste coreográfico, que resultaron más bien detalles simpáticos y humanos en una representación en general muy bien diseñada y ensayada.
Hippolyte et Aricie no es una ópera fácil. Aunque se preparó una versión reducida, de poco más de dos horas, considerando que no se hace ningun descanso, las óperas de esta época requieren un espectador que ya no es el habitual actualmente. Por ejemplo, en mi caso, eché mucho de menos un conocimiento más amplio de los personajes. O sea, Pellegrin y Rameau hacen una ópera para un público culto que conoce bien a Racine y que se ha formado dese su infancia en el conocimiento de los clásicos, o sea, al que no hay que explicar quienes son Fedra, Teseo, Júpiter o Diana; un público que conoce los antecedentes y consecuentes de lo que allí se ve, las historias colaterales e incluso el carácter, preocupaciones e intereses de cada uno. Pero ese ya no es mi caso, que apenas puedo asegurar quién está casado con quien, quiénes tienen vínculos familiares, y a veces aún dudo con los dobles nombres griegos y romanos de los dioses.
Evidentemente Lorenzo Fioroni, el director escénico, era consciente de ello y no intentó contar la historia narrativamente, sino precisamente esos vínculos y sentimientos que relacionan a los personajes entre sí. Eso permitió disfrutar muy conscientemente de algunas partes de la ópera y captar perfectamente el pathos, pero en ocasiones -sobre todo si te despistabas momentáneamente de la acción principal y casi siempre había demasiadas cosas secundarias que ver- te perdías y costaba retomar el hilo.
Aunque en general diría que la ópera transcurre en el ensayo de la propia ópera y en la parte trasera del escenario, y ese es el motivo de la mezcla de lo antiguo y lo moderno, los decorados y atrezzo que a veces no parecen corresponder a Hippolyte et Aricie sino a otra ópera, los percheros cargados de trajes de época, los cantantes a medio maquillar, tampoco me atrevería a asegurarlo. En cualquier caso, las ideas del amor ideal, deseo, celos, violencia intergeneracional y sobre todo enfrentamiento a un mundo cuyos valores se derrumban y ya no sirven para aquellos que viven en ellos, quedaron muy claras tanto visual como teatralmente.
Visualmente hubo momentos muy bellos, algunas transposiciones del XVIII a la actualidad eran clarísimas, y la pantalla de vídeo del lado derecho con su versión 'alternativa' de lo que estaba pasando en escena ayudaba mucho a aclararse (por ejemplo, la seduccion de Fedra falla y nunca llegan a acercarse, pero en la pantalla ella lo viola francamente), aunque en ocasiones también predominó la extrañeza y la incomprensión. No llegué a entender por ejemplo a qué venía terminar la representación con el detallado guillotinamiento de alguien en la pantalla de vídeo: ¿Francia?, ¿algo que ocurre en el futuro a algún personaje?, ¿Rameau y su ópera como símbolos de un mundo que termina con la Revolución Francesa?, ¿la maldición de Teseo de que cuando vuelva al mundo real este será un infierno peor que el propio infierno al que ha descendido?
En el lado positivo, transformaciones tan obvias pero tan bien hechas como convertir los caballos de Hipólito asustados por el monstruo en un coche mercedes que se estrella contra el muro y mata a sus ocupantes (lo cual es repetido una y otra vez en la pantalla de vídeo), o sobre todo esa maravillosa Oenone / Amour como mujer madura, orgullosa de su cuerpo y orgullosamente vestida con un ridículo traje más propio de una despedida de soltera, y la propia Fedra con su picardías blanco para seducir a Hipólito que la deja a medio camino entre un ama de casa fantasiosa y una mujer dominadora. Muy lograda en general toda la parte videográfica.
Vocalmente los resultados fueron buenos. Hay que tener en cuenta que Mannheim no es un teatro de primera línea y no cuenta con grandes cantantes en su elenco. La mayoría de los que aquí se presentaban pertenecen a la propia compañía del teatro, lo que quiere decir que participan en varios títulos muy distintos cada año y no pueden especializarse. Sólo Fedra e Hipólito eran 'invitados', o sea, tienen el rol en su repertorio habitual, y Estelle Kruger y Christopher Diffey fueron protagonistas de Albert Herring de Britten hace sólo unos días.
Amelia Scicolone (Aricie) cantó correctamente, con algunos momentos destacados, y actuó bien. Es además una cantante de las que atrae al público y pese a su juventud tiene ya un buen curriculum. Charles Sy (Hippolyte) es más irregular, y musicalmente podía haber sacado más provecho de algunas de sus intervenciones, pero me gustaría volver a escucharlo (al igual que a Scicolone) porque creo que aún puede mejorar mucho.
Estelle Kruger (Diane) fue uno de los puntales de la noche: voz bonita y que corre bien, buena actriz, y capacidad de trasmitir sus sentimientos. Es una de las grandes cantantes de la compañía y resulta muy versátil, actoral y musicalmente. Fundamentales resultaron también Marie-Belle Sandis (Oenone / Amour) y Uwe Eikötter (Tisiphone), quienes musicalmente no tienen grandes arias, pero están en escena y participando gran parte del tiempo, dirigiendo en buena medida la acción.
El barítono serbio Nikola Diskić (Thésée) -formado en Mannheim y miembro de la compañía desde que acabó sus estudios- no acabó de definirse dramáticamente y eso afectó a su rendimiento musical, cantó bien, pero sin imponerse ni parecer real en algunas ocasiones. Como en el caso de Scicolone y Sy, me parece interesante seguir su carrera en los próximos años, porque es un cantante que aún no se ha definido totalmente y si por ahora ha cantado en Mannheim roles distintos como Amfortas, Sharpless, Belcore o Morales, creo que estos últimos se adecúan mejor a sus cualidades.
Objetivamente hablando, Sophie Rennert (Phèdre) fue la mejor cantante de esta representación. Es una mezzosoprano austríaca que conoce muy bien el estilo de la época, tiene técnica y experiencia, capacidad de trasmitir sentimientos, y voz adecuada. Si a eso se le une que actúa muy bien y el rol de Fedra es lucido, no es raro que nos dejase con ganas de más.
Correctas las intervenciones de Patrick Zielke como Jupiter y Plutón, mientras el rol de Mercurio desapareció con los cortes en la ópera y el de Arcas, el amigo de Teseo se convirtió en meramente mudo. Las tres parcas, hombres, tienen un trío que se mantuvo en repertorio incluso cuando Hippolyte et Aricie desapareció de los escenarios. Sus responsables -Christopher Diffey, Raphael Wittmer y Joachim Goltz- lo cantaron con gracia y realmente lució. Otros papeles mínimos estuvieron a cargo de miembros del coro, que -reducidos casi siempre a apenas 15 personas- cantaron con fuerza y seguridad las partes generales, normalmente desde los palcos de escenario, lo que permitía mantener las normas de seguridad. Las partes bailadas, tan importantes en la ópera francesa, tenían unas coreografías muy sencillas si bien efectivas, en las que participaban además de los bailarines y figurantes los propios cantantes y coro, por lo que resultaban muy animadas, y fueron algunos de los momentos más brillantes de la representación.
En resumen, una representación muy gratificante de una ópera que también para mí era 'estreno' y se me hizo corta y entretenida. Pero si no desean quedarse ustedes con mi visión de esta Hippolyte et Aricie, la Ópera de Mannheim ha puesto en abierto en youtube la versión completa de la ópera, y no puedo menos que recomendarla. Por mi parte pienso volver a verla con calma, para ver si así me aclaro de una vez con todos esos momentos cuyo sentido se me escapó, especialmente el 'guillotinado' del final. Aparte de que tiene su morbo averiguar qué ocurre antes de que yo entrara en la sala (en Mannheim tienen esa curiosa costumbre de que las óperas empiecen antes de la hora, o sea, la obertura es a la hora en punto, pero antes ya han ocurrido 'cosas', en este caso más de 10 minutos) y además me apetece ver de cerca esos objetos y detalles que en el teatro -soy miope- simplemente me aparecen borrosos.
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