España - Cataluña
...’Eliza, ¿Dónde diablos están mis zapatillas?’
Jorge Binaghi

Me parece excelente idea que el Liceu incluya en su temporada al final, aunque con dos representaciones y en forma de concierto o semiescénica ( pero jugando creativamente con sillas y gramófonos que bastan y sobran para marcar la acción y los personajes, bravo para Unsworth), uno de los grandes musicales de la historia del género (anteriormente había hecho Los miserables en otra temporada, pero no pude asistir).
Por supuesto con cantantes con micrófonos y ninguno - que yo sepa- de trayectoria en el canto lírico, pero con la orquesta y coro del teatro dirigidos por un especialista. Trigo (para no crear ambigüedades indeseadas con el primer apellido para el hipotético lector español) tiene buen gesto y ‘swing’, pero la orquesta, que cumplió bien, sonó demasiado académica y ‘anémica’ sin ese empuje y vitalidad que toda la partitura, pero claramente la obertura y el intermedio reclaman.
El coro, con alguna imprecisión en las entradas, estuvo muy bien ya sea en las pequeñas partes solistas o bien en las importantes intervenciones del conjunto, e intentaron -no siempre lo consiguieron – ser lo más comunicativos posible.
En general lo fueron más cuando interactuaban con el soberbio Doolittle de Polycarpou (un apellido y una apariencia muy griegas aunque con un maravilloso inglés ‘de Gales’) en sus dos actuaciones solistas más celebradas (la segunda fue un auténtico y merecido triunfo), un torbellino bailando, moviéndose y cantando.
Después es cierto que la obra es algo menos interesante, más previsible y no tan inspirada en su segunda parte, donde además se advierte que el texto original del gran Bernard pertenece claramente a 1913 (por supuesto que con algunas tiradas que hoy podrían tildarse de misóginas y/o machistas espero que nadie vaya a poner el veto sobre esta obra y sobre un autor que siempre fue irónico respecto a tantas cosas inglesas- y no sólo- y siempre tomó el pelo a los ‘bienpensantes’ de la época. Abstenerse los políticamente correctos y no digamos los hipócritas).
Si el Freddy de fue bueno sin ser extraordinario (es el personaje menos interesante con una sola canción maravillosa - ‘The street where you live’), notables fueron el Pickering de Stuart y Blake, aunque se trata sólo de pequeños roles hablados donde marcó modos y maneras de ser y hablar de tres personajes femeninos muy diferentes en la obra: la madre de Higgins, su ama de llaves, y una mujer de clase baja de Covent Garden).
Los protagonistas merecen elogios, tanto el Higgins de un maduro Pacey (que por momentos recordaba algo a Rex Harrison) con un inglés fantástico, como la protagonista de , muy buena cantante (en particular en su célebre ‘I could have danced all night’), pero excelente actriz y extraordinaria a la hora de pasar de su ‘horrendo’ cockney a los niveles más elevados de la lengua con sus inevitables retrocesos ( su ‘move your ass, Dover’ al final de la escena en el hipódromo fue genial).
Muy buena idea la de agregar a los subtítulos en catalán y castellano el inglés para las partes cantadas. El público si bien era numeroso no lo era tanto como en las funciones precedentes de Bohème y Lucia. Mala cosa si seguimos prefiriendo títulos ilustres de mediano o escaso interés a esta más que recomendable inyección de humor inteligente, irónico y finalmente positivo (esta palabra alguna vez tuvo buenas connotaciones antes de la pandemia). Si he elegido la última frase que dice Higgins para acabar la obra es por eso y porque marca exactamente bondades y límites (más que limitaciones) de un musical brillantísimo.
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