Alemania
Anillo Happening en Wagnerlandia
Agustín Blanco Bazán
La imposibilidad de armar
una Tetralogía debido al coronavirus animó a la administración del Festival
de Bayreuth a incluir en su programa de este año un proyecto multimedia
bautizado como “Ring 20.21” que transformó a la mítica “colina verde” en una
feria de diversiones, especie de Disneylandia wagneriana. Junto al pequeño lago
del parque, se representó Otra vez Loge,
una operita de Gordon Kampe con texto de Paulus Hochgattener donde Erda, las
hijas del Rhin y Loge confrontan aspectos de una saga a la que solo ellos han
conseguido sobrevivir. Para Siegfried,
el regisseur Jay Scheib puso Haz de
Sigfried un espectáculo virtual donde los espectadores que quieran
ponerse anteojos virtuales 3D pueden confrontarse en lucha con el dragón. Y
como alegoría de El Ocaso de los dioses, Chiharu
Shiota presentó una de esas instalaciones similares a las que propuso para la
Bienale de Venecia. Si a ello agregamos las toilettes de emergencia (los de
adentro de la sala estaban cerrados), y las tiendas para coronatests y venta de
salchichas y champagne en los bucólicos alrededores del teatro, tenemos como
resultado final una agitada verbena wagneriana, una verdadera feria de
atracciones y trabas burocráticas.
¿Y La Walkiria? Pues bien, La Walkiria fue representada en una versión semi-concertante en el teatro de los Festivales. Semi porque detrás de los cantantes, todos ellos vestidos en túnica negra y con sus sillitas en el proscenio, el archiconocido provocador Hermann Nitsch presentó uno de sus happenings que ahora me parecieron tan de ayer como algunas puestas de Otto Schenk. ¡Porque es algo tan de los 1960, eso de tirar baldazos de pintura a diestra y siniestra sobre un escenario blanco! Los colores en algo coincidieron con la música (suaves verdes y azules para el romance de Sigmund y Sieglinde, ocres para la pelea Wotan-Fricka, y, claro está, rojos y anaranjados para el final de fuego). Pero resultó cansador y reiterativo ver este continuo embadurnamiento durante toda la obra.
En el segundo acto, Nitsch hizo honor a su carácter de creador del Teatro de los misterios orgiásticos crucificando una comparsa toda manchada con pintura roja mientras Sigmund se aproximaba a su suplicio final. Y en el tercero este ya anciano provocador que tanto ha escandalizado a los pacatos con irreverencias obsceno-religiosas hizo entrar un joven semidesnudo con los ojos tapados y una custodia del Santísimo que sostuvo en alto para bendecirnos durante toda la despedida de Wotan.
De este experimento
acababa de despedirse Gunther Groissböck, quien después del ensayo general anunció
que había descubierto que no se hallaba en condiciones de cantar un buen Wotan
por una suerte de alienación pandémica: hacía ya muchos meses que no actuaba
ante un público en vivo y necesitaba recuperar su adrenalina para hacerlo. Como
se anunció que tampoco aparecería en el Anillo programado para el año próximo
sospecho que puede haber otras causas, fundamentalmente un director de orquesta
que con esta Walkiria anticipó una
falta de experiencia y cuidado con el temible foso de Bayreuth que sólo tiene
un año para superar.
El finés Pietari Inkinen, que ya ha dirigido una Tetralogía en Melbourne, impuso en Bayreuth una Walkiria de tiempos rápidos y dinámicas a veces rimbombantes. Y sí, es cierto que a Wagner le gustaban los tiempos rápidos, pero también es cierto que en el foso de Bayreuth (para el cual, no olvidemos, no fue compuesta esta obra) es necesario tocar en consistente y reiterado sostenuto, no solo para perfilar aceptablemente el fraseo sino para permitir que los cantantes se acoplen al flujo orquestal para luego presentar el resultado final al público. En este caso hubo exuberantes fortísimos en el preludio al segundo acto (aún cuando no hay en toda la partitura una indicación de fff) pero faltó expresividad en los comentarios de chelo y en momentos decisivos como las entradas de clarinete y oboe que preceden el dúo final de Brünhilde y Wotan (War es so schmählich). Las trompas llegaron a una estridencia capaz de neutralizar el final del relato de Sieglinde en el primer acto, y esto en un teatro famoso por la facilidad de proyección vocal que la orquesta sumergida proporciona a los cantantes. Todos ellos debieron luchar con tiempos y volúmenes orquestales antes de un final donde la música del fuego mágico pareció sonar como un organillo.
En reemplazo de
Groissböck, Tomasz Konieczny cantó con buen fraseo, aunque su registro, algo
alto y liviano para Wotan, le obligó a impostar constantemente contra el
paladar. La estupenda Lisa Davidsen fue una Sieglinde a veces
estridente, con el beneficio de la duda de tener que luchar con una orquesta enemiga,
pero de cualquier manera con un problema que ya le he observado en otras
ocasiones: el volumen de proyección desborda el squillo y el mordente necesarios
para encapsular el fraseo con intensidad, y el resultado es una especie de torrente
salido de cauce. Será necesario que desarrolle más control de esta emisión
privilegiada por su calidez y densidad para impedir que la estridencia termine
venciendo a la articulación y el fraseo.
Klaus Florian Vogt cantó un Sigmund desabrido por su voz ahora demasiado abierta y falta de densidad; e Irene Theorin vio malogrado un fraseo sensible con un excesivo vibrato en la mezza voce. Cavernosa y bien fraseada aunque con algún exceso de resonancia fue la voz del Hunding de Dmitri Belosselkiy. Y es así que la Fricka de Christa Mayer terminó siendo la mejor, gracias a un fraseo intensamente proyectado a través de una excelente articulación y fiato.
Y así termina mi visita anual a un lugar donde el culto wagneriano parece evolucionar a un Wagner theme park. Hasta han anunciado un Parsifal donde parece será necesario ponerse anteojos especiales dentro del teatro. Si la actitud cultista tradicional ha causado tantos problemas a Bayreuth, sospecho que también la desesperada tendencia actual a recrear y renovar tiene sus inconvenientes.
“Chicos, hagan algo nuevo” dijo Wagner. Y el hacer algo nuevo es ciertamente difícil en un teatro literalmente “consagrado” a diez de sus óperas. Pero aún es posible intentar una herejía de irresistible calidad, como, hasta cierto punto, el Tannhäuser del 2019. Por el contrario, la banalidad y la improvisación representada en esta Walkiria y la feria del Nibelungo a su alrededor no parece una propicia para obras tan empecinadas en ser tomadas en serio. Porque no hay caso: estas obras son tan antipáticas como su creador y así hay que admirarlas o execrarlas. La alternativa de hacerles la cirugía estética para forzar a jóvenes interactivos a dejar de mirar su smartphone para interesarse en gigantes, enanos o mujeres voladoras del siglo XIX no es, creo, el camino acertado para actualizar mitos seguramente actualizables pero nunca adaptables al capricho de amaneramientos experimentales de pasajero infantilismo.
Comentarios