Italia
Cuando un grillo canta...
Jorge Binaghi

El Festival de la Valle d’Itria este año, como siempre, hizo mucho más que presentar óperas raras o algún oratorio escenificado traducido al italiano (en este caso, La creación de Haydn, que no pude ver). Entre las manifestaciones varias se ha afirmado la serie de ‘el canto de los olivos’ que son conciertos principalmente vocales en las ‘masserie’ (bastante equivalentes a las ‘masies’ catalanas) más cercanas o no a la ciudad. Antes de mi llegada habían pasado, por ejemplo, Angela Meade o Marianna Pizzolato.
Este concierto
de Simeoni era el que había quedado pendiente del año pasado, aunque en parte
se cambió el programa y el acompañante esta vez era el padre de la famosa
Beatrice Rana, que demostró que en la familia hay tradición y pasta de
pianista. Lo demostró doblemente, ejecutando en solitario el ‘Andante’de los Fünf Klavierstücke, opus 3 de Richard Strauss, y luego acompañando a la cantante
en modo extraordinario (para no caer en lo obvio de la parte de lied alemán
destacaré en cambio su impactante labor en las tres arias del repertorio
francés, y en particular en los recitativos de los fragmentos de Berlioz y
Massenet).
Para
‘reparar’ la falta de textos a alguien se le acudió la brillante idea de
encargar a la excelente musicóloga Valentina Anzani introducir brevemente al
autor y la obra antes de cada ejecución, lo que redundó en beneficio de todos.
Bravo.
Las
sorpresas no terminaron ahí. Al acabar la parte francesa (aunque todo fue sin
pausa) Simeoni recitó -leyendo, e hizo bien porque como decía el último
Sviatoslav Richter jamás se está a salvo de un imprevisto hueco en la memoria- un
bellísimo poema de Mariangela Guarnieri sobre el personaje de Alcestes, en
consonancia con lo que se había oído de heroínas mitológicas o no del mundo
grecorromano, y con el tema de la muerte y soledad trágicas que estuvieron
presentes también en los lieder de Mahler. Y demostró no sólo ser capaz de
afrontar igualmente ópera y cámara sino de tener suficientes dotes teatrales
como para superar la prueba de recitar una poesía en público.
En
concreto el programa empezó con ‘Divinités du Styx’ la gran y difícil aria de Alceste
de Gluck, muy en carácter y sin temer los peligrosos agudos, siguió con la
despedida a la vida de Dido en Les Troyens de Berlioz, la escena
completa, igual que ocurrió con la escena final de Sapho de Massenet,
cuyo recitativo inicial no suele escucharse en las grabaciones ni en las
ejecuciones en vivo de una obra que merecería una reposición urgente. El
fraseo, la técnica, el estilo, la articulación y la valorización del texto
fueron antológicos.
Strauss fue el único momento ‘distendido’ en cuanto al contenido tan fuerte del resto, pero ni Morgen ni Zueignung son piezas fáciles ni ligeras, y ambas fueron encaradas con solvencia y buena dicción alemana, en particular la segunda.
El concierto finalizó con tres terremotos emocionales, como suele ocurrir con obras de Mahler. ‘Das irdische Leben’ de Des Knaben Wunderhorn fue dramática y angustiante, pensativa y contundente ‘Urlicht’ de la Sinfonía no 2 (‘Resurreción), y probablemente la obra maestra de las obras maestras de Mahler en el campo de la canción de cámara Ich bin der Welt abhanden gekommen, de un pathos que a algunos conocidos les puso la piel de gallina y lo dijeron. Más, la intérprete se ‘atrevió’ a disculparse por no hacer ningún bis porque consideraba que luego de este número no se podía hacer ya nada más.
Un gesto valiente y condivisible que fue también apreciado por un público infrecuentemente interesado y silencioso, que ya había aplaudido con calor durante el recital. Me gustaría que alguna vez se terminasen los prejuicios idiomáticos y de ‘procedencia’ para contratar a alguien a hacer un concierto de cámara. No hace falta ser de un país de lengua alemana, ni inglesa, ni francesa, ni siquiera española (gracias a la labor infatigable de Victoria de los Ángeles) para poder hacerlo a gran nivel.
Hacia el final del concierto un grillo empezó a cantar y recordé al escritor argentino Conrado Nalé Roxlo (1898-1971) cuando comparaba la inutilidad de la música con el canto del grillo, pero terminaba su poema diciendo: "¡Qué sencillo/ Es a quien tiene el corazón de grillo/ Interpretar la vida esta mañana!”
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