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Ferrol no Camiño 2021La belleza del discurso musical
Maruxa Baliñas
Varias personas me preguntaron al terminar si incluiría a Katsaris en mi panteón de grandes pianistas y cuando les dije que no, me acusaron de demasiado exigente. Pero es que su Chopin no me gustó: le faltaba dulzura en las partes azucaradas y grandeza en la heroicas, los fortes eran demasiado suaves y los pianissimi eran simples mp, cuando tenía que rubatear no lo hacía y cuando no debía, rubateaba. A Xoán M. Carreira le encantó, las dos pianistas que me acompañaban lo alabaron, todos dijeron que Katsaris hizo un Chopin muy original y muy trabajado. Y yo no lo dudo ... pero no me gustó, ¡no me gustó nada!
Si no hubiera sido por Chopin, otra sería mi valoración de Katsaris. La Sonata nº 48 de Haydn fue impresionante. De hecho me quedé preguntándome cuántas veces había oído un Haydn mejor tocado: nitidez, fraseo, musicalidad, pero sobre todo sentido retórico, eso que tanto apreciaba Haydn y que tan poco se cuida a veces. Cada movimiento y el conjunto de los tres fue un discurso bien hilado, desarrollado con calma e inteligencia, sin apresuramientos pero contundentemente, con certeza y seguridad, y con una de las características que mostró en todo momento Katsaris a lo largo del recital y que es muy haydiniana: sentido del humor, ganas de conectar con el público, y un talante amable.
Estas mismas cualidades convirtieron también en un placer la escucha del Klavierstück nº 2 de Schubert, una obra no muy habitual en las salas de concierto. La versión de Katsaris nuevamente se alejó un poco de la tradición por ejemplo de Brendel, quien optaba por una visión más romántica y dulce, pero también más misteriosa y dramática en su parte central: Katsaris es más de hacer de música con la música, y buscar menos dramatismos y misterios. Es original pero no al modo excéntrico de otros pianistas, sino simplemente personal.
Para la famosísima Serenata de Schubert -famosa eso sí en arreglos facilitados, porque de sencilla no tiene nada- optó por una transcripción de Liszt encantadora y nuevamente muy centrada en el piano y su sonido, que desarrolló además con una nitidez melódica y una variedad de planos dinámicos impresionante.
Tras estas dos piezas las Czardas obstiné de Liszt arregladas por Katsaris me supieron a poco. Son de esas piezas pianísticas que Liszt compuso al final de su vida (datan de 1884) y que se tocan bastante menos que las centrales, quizá porque no acaban de encajar con su época y se salen de los tópicos lisztianos. Pero con ellas se entró en otra parte del recital que llamariamos 'improvisatoria', en la que Katsaris empezó a tocar "como le parecía", algo perfectamente apropiado en la tradición de Liszt y los pianistas de la Belle Époque y que últimamente algunos pianistas están empezando a recuperar, aunque en la generación de Katsaris es poco habitual (dejando aparte los 'pianistas excéntricos' que antes mencioné). Si se compara la partitura original de las Czardas obstiné con lo que tocó Katsaris, las diferencias son grandes pero lo que hizo es correcto, a Liszt seguramente le parecería bien y el público de la época lo apreciaría.
Pero es también un camino arriesgado cuando te atreves con obras muy enraizadas en el repertorio simbólico del público, como ocurría con las tres piezas chopinianas que siguieron a estas Czardas obstiné: la Fantasie-Impromtu op. 66; el Valse op. 64 nº 2; y la aún más famosa Polonaise 'Heroique' op. 53. Me remito a lo arriba comentado: Katsaris presentó una propuesta seria y coherente, perfectamente válida y aceptable. Como público puedo disfrutarla o no, y yo no lo hice.
El Carnaval de los animales que cerró 'oficialmente' el concierto fue más de esa vena improvisatoria de Katsaris, aunque como aquí tampoco existe propiamente una versión 'canónica' las posibilidades son mucho más amplias. La transcripción para piano sólo del Carnaval de los animales realizada por Lucien Garban (1877–1959), uno de los compositores del 'grupo de los Apaches' (el de Ravel, Viñes, Calvocoressi o Falla cuando estaba en París) es una de las habituales, pero a partir de ella Katsaris introduce muchos cambios, combinando como en la mayoría de las obras de la segunda parte de su recital, la tradición con su visión personal. Esta es además una pieza que se adapta bien al carácter comunicativo y bienhumorado de Katsaris, con su acercamiento irónico a la música de salón finisecular, con sus delicados cisnes y sus estudiantes de piano machacando estudios de Czerny, pasados evidentemente por los dibujos animados de Disney, indisolublemente unidos ya en nuestra memoria colectiva al Carnaval de Saint-Saëns tanto o más que el Aprendiz de brujo de Paul Dukas.
Dos fueron las 'propinas' ofrecidas por Katsaris: una larga improvisación sobre temas de Rachmaninov -poco romántica a pesar de elegir temas melosos de sus obras- y un Bach totalmente pianístico y sin complejos historicistas (a menudo olvidamos que la tradición interpretativa de Bach es mucho más amplia -cronológicamente hablando- al piano que al clave). Ciertamente Katsaris no es un pianista tacaño, a pesar de que las normas sanitarias no permiten descanso, nos ofreció un concierto larguísimo y generoso que sobrepasó los 90 minutos. No lo habré incluído en mi panteón de dioses del piano ... pero estoy deseando volver a oírlo.
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