Alemania
Klavier-Festival Ruhr 2021La sutilidad italiana de las sonatas de Schubert
Juan Carlos Tellechea

El celebrado pianista Francesco Piemontesi nos regala este miércoles en el Klavier-Festival Ruhr una velada con música de Franz Schubert en homenaje al gran maestro Alfred Brendel en su 90º aniversario.
El magnífico programa estuvo integrado por las sonatas 14, 15 y 19. Las ovaciones y los vivas fueron tan estruendosos que en los bises Piemontesi nos obsequió además dos breves piezas de Claude Debussy y de Georg Friedrich Händel.
Con una interpretación clara y técnicamente perfecta, el concertista conjura tanto recorridos nacarados como acordes intensos y ásperos, verbigracia en la Sonata en do menor, de corte beethoveniano. Con tanta entrega en la ejecución, es como si nos contara una historia con el piano, lo que siente en su interior en estos momentos.
Es la tercera vez que
Con la Reliquia (D 840) entramos en el terreno de lo inacabado, ya que esta Sonata fue abandonada por Franz Schubert y solo consta de dos movimiento, un Moderato y un Andante; el Minueto y el Finale solo existen como vagos esbozos. Nos encontramos ante una de las grandes composiciones de Schubert, enigmática y abismal, aunque los dos últimos movimientos hayan quedado inconclusos y la sonata rara vez se escuche en la salas de concierto.
El Moderato está muy desarrollado y sugiere que Schubert podría haber pretendido que esta Sonata fuera comparable en tamaño a las posteriores, D959 y D 960; este movimiento está constantemente teñido de ansiedad y misterio, y el Andante que le sigue, aunque de naturaleza menos atormentada, hace poco para disipar la impresión de desasosiego generada por el Moderato inicial. Francesco Piemontesi sabe revelarnos, en pequeñas pinceladas, la atmósfera onírica y secreta que emerge del universo de este compositor, destinado a una muerte prematura de la que fue muy consciente en 1828, año de su fallecimiento.
La segunda pieza de este recital es la postrera Sonata nº 16 en la menor D 784 de Schubert, opus póstumo 143 La obra data de febrero de 1823 y comienza con un Allegro giusto que parece una marcha lúgubre, con destellos de violencia. El Andante que le sigue, con sus matices casi dramáticos, es también un chapuzón en un mundo mágico que niega cualquier conexión con la realidad constreñida. El último movimiento, un Allegro vivace, levanta tormentas frenéticas, mostrando la renuncia de Schubert a cualquier consuelo, elemento que parece negársele decididamente en esta Tierra.
La obra termina con un acorde de extrema violencia que vaticina perspectivas más oscuras. Francesco Piemontesi se revela en estos pasajes como un pianista de gran sensibilidad, capaz de investirse del misterio de la creación schubertiana, mezcla de intuición y de un increíble flujo de creatividad musical.
Sin proponerse destronar a su mentor, Alfred Brendel, ni a otros grandes intérpretes históricos de Schubert, Piemontesi, con su ejecución desprovista de todo aspecto demostrativo escandaloso, se impone por el contrario por su sencillez y por una voluntad evidente de ir a la esencia del pensamiento del compositor, lo que hace que su arte en la ofrenda de estas Sonatas sea indispensable y bienvenido.
El piano es, sin duda,una parte importante de la producción de Schubert y sus tres últimas sonatas son un monumento. Piemontesi eligió la Sonata en do menor D 958 para cerrar este concierto con una hermosa zambullida en un lenguaje único. Ésta es la primera de la trilogía de 1828, la sonata más voluntarista de Schubert, que encuentra una interpretación apasionada bajo los dedos del pianista helvético.
Piemontesi se toma el Allegro con calma, dándole un tono decidido, enfático, casi beethoveniano, heroico y amplio. Esta hermosa claridad que permite su interpretación al piano da cierta libertad al desarrollo. Las digresiones de la mano derecha tienen un tono de improvisación. La recapitulación se basa en el gruñido del bajo, que está magistralmente amplificado por el sonido del instrumento.
El Adagio, "que respira paz, como un himno", según la hermosa frase de Alfred Brendel, ofrece un clima casi religioso con Francesco Piemontesi, iniciándolo suavemente y proporcionando un bello ascenso expresivo que subraya el registro inferior. La secuencia que sigue es salvaje con sus acordes precipitados, enfatizados aquí. La escansión que imparte a este nuevo ritmo de marcha le da un aspecto ineludible. El Menuetto, un nombre extraño porque el movimiento es muy caprichoso en sus acentos, es tocado por Piemontesi con una especial preocupación por rechazar el legato.
El trío tiene un aire de Ländler, pero en un sentido severo. El final, con su ritmo de tarantela, es un paseo salvaje con su nervioso ritmo de cabalgata y sus líneas sincopadas. El desarrollo, que ofrece una extraordinaria inestabilidad tonal, conduce a nuevos horizontes en los que uno cree perderse, hasta un final abrupto. Pero el pianista sabe adónde va, con aparente facilidad. El sonido del piano vuelve a dar aquí un color eminentemente luminoso. La velocidad del toque parece más libre de patetismo. Se trata de una actuación muy bien pensada, ciertamente austera, pero que cautiva a la platea.
En los bises, y tras el alud de ovaciones, Francesco Piemontesi muestra en Poisson d'or (de Images, Cuaderno II), de Debussy, lo variada y profunda que puede ser la música de la Belle Époque, y lo sublimes que pueden ser páginas como el Minueto en sol menor de la Suite en si bemol mayor HWV 434, de Händel; esto es, el infrecuente Minueto en sol menor, tonalidad que se presta muy bien para el ritmo interiorizado de esta danza).
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