Alemania
Meister Pedros Puppenspiel, un theatrum mundi inagotable
Juan Carlos Tellechea
Valiéndose de las nuevas tecnologías mediáticas, la directora escénica Ilaria Lanzino, el director de vídeo Torge Möller, y el director del Teatro de marionetas de Düsseldorf Anton Bachleitner han llevado a la Deutsche Oper am Rhein Meister Pedros Puppenspiel una bellísima puesta en alemán de El retablo de Maese Pedro, de , con la célebre orquesta Düsseldorfer Symphoniker, bajo la batuta de Ralf Lange.
fue quien realizó asimismo la traducción de la obra, basándose en el compositor Hans Jelmoli.
El estreno, previsto originalmente para octubre de 2020, tuvo que ser aplazado seis veces por la pandemia hasta que por fin pudo tener lugar este viernes en la Ópera de Düsseldorf.
Ideal para niños a partir de seis años de edad, la pieza trata del interesante juego entre la ficción y la realidad: el hidalgo Don Quijote de la Mancha, muy aficionado a la lectura de novelas de caballería (con muy buen formato la voz del barítono Richard Šveda), asiste junto con su escudero Sancho Panza (histriónico Frank Schnitzler en su papel no hablado), y público del siglo XXI, a la representación de un teatro de títeres que ha montado Maese Pedro (sólido el tenor Sergej Khomov) en un establo de Aragón.
El hijo de Pedro (excelente el tenor David Fischer) es el trujamán y explica la trama al público: la bella Melisendra, hija del rey Carlomagno, es apresada por los moros. Su marido, Don Gayferos intenta liberarla, lo que finalmente consigue. Sin embargo, ambos son perseguidos por los árabes.
Don Quijote ha quedado tan cautivado por la trama que vive la actuación como si fuera realidad. Caballeroso como es, Don Quijote se apresura a ayudar a Melisendra y decapita con su espada a los muñecos que persiguen a la hija del monarca (maravillosos los titiriteros Anton Bachleitner y Anna Zamolska).
Don Quijote, con acalorada y nunca vista furia, comienza a llover cuchilladas, estocadas, reveses y mandobles sobre la titerera morisma, derribando y descabezando a unos, estropeando y destrozando a otros,y dando, entre muchos, un altibajo tal, que pone en peligro la cabeza de Maese Pedro, ya fuera de su escondite, quien se abaja, se encoge y agazapa para evitar los golpes, prescribe Manuel de Falla en su libreto.
Aquí, sin embargo, el Caballero de la triste figura se convierte en un fenómeno de la técnica que permanece impotente en el momento decisivo, carente de esa furia destructiva del original, por lo que se pierde el carácter tragicómico de la obra.
Naturalmente este es uno de los objetivos de la régie que no tiene interés en mostrar escenas de extrema violencia a los chicos y menos fomentar la aversión contra los musulmanes. El relato queda en eso, una narración bien contada, con música de cámara (clave incluido) bien ejecutada por la
Manuel de Falla le puso música y texto a la historia por encargo de Winnaretta Singer (princesa Edmond de Polignac por matrimonio) importante mecenas de la época e hija del fabricante de máquinas de coser Isaac Merritt Singer.
La pieza de media hora de duración, comprendida dentro del género de obras vanguardistas de comienzos del siglo XX, no demasiado exigente para los más pequeños espectadores, y concebida íntegramente para marionetas fue estrenada el 25 de junio de 1923 en el pequeño escenario del palacio parisino de Polignac.
Mas en sus representaciones posteriores y en teatros más grandes, actuaron cantantes como es el caso en esta producción de la Deutsche Oper am Rhein en cooperación con el Teatro de Marionetas de Düsseldorf.
Esta versión de la obra dura 45 minutos en total, porque comienza con un preludio, Danses Concertantes, de Igor Stravinski, mientras los utilleros van instalando el teatrito de títeres, la pantalla verde que servirá para integrar virtualmente las figuras de la vida real a la escenografía de las marionetas, así como los bancos que ocuparán los espectadores (extras de la Deutsche Oper am Rhein) sobre el escenario.
Jocoso resulta un duelo (fuera de libreto y sin víctimas) librado entre Don Quijote y los trabajadores mientras suena la obra de Stravinski; él lanza en ristre, ellos con taladros y atornilladores a batería.
El canto a Dulcinea del Toboso ocupa una posición especial no solo dentro del final, sino también dentro de todo El retablo en su conjunto: Como único momento que representa una "ternura", en un sentido positivo, contrasta notablemente con las otras emociones que acompañan a la trama interior y la acción externa; incluso se podría argumentar que se sitúa fuera de la escala emocional que de Falla se permite en su obra de títeres.
Esto también podría arrojar luz sobre la motivación de su repentina retrospectiva estilística - el afecto del amor romántico o el arrebato o enamoramiento claramente expresado en las palabras de Don Quijote (Día de mi noche, estrella que guía en mi camino) se asigna tan claramente a la época pasada, rechazada por Falla -que solo puede aparecer en el presente como una cita de aquella época.
De Falla integra en su música elementos estilísticos de las más diversas procedencias y los combina con su propio lenguaje, de modo que incluso el término "neoclasicismo", que a veces se utiliza en relación con la influencia de Igor Stravinsky, no es suficiente para captarlos. El marco de la pieza encierra un acontecimiento rico, polifacético y altamente simbólico; en fin, un verdadero theatrum mundi inagotable.
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