Alemania
La alta traición se castiga con la muerte
Juan Carlos Tellechea

El celebrado regisseur Michael Schulz ha puesto en escena este sábado en la Ópera de Düsseldorf una nueva producción de La clemencia de Tito, de Mozart, que si bien no se ganó la aprobación unánime del público, la excelencia de los cantantes, la magnificencia del coro (muy bien preparado por Gerhard Michalski) y la maravillosa labor de la directora musical Marie Jacquot recibieron merecidamente estruendosas ovaciones por la energía e inspiración entregados en su desempeño. , quien es además director general del Musiktheater im Revier, de Gelsenkirchen, estaba listo con la puesta desde comienzos de año, pero tras el estricto confinamiento por la pandemia la Deutsche Oper am Rhein no pudo facilitar las cosas para que el estreno se produjera al final del verano y tuvo que esperar hasta el comienzo de la nueva temporada.
La clemenza di Tito es una joya -fue la ópera mozartiana más representada en las primeras cuatro décadas tras la muerte de Mozart- pero no es una ópera que se toque así no más. Al menos no como las tres óperas de Lorenzo da Ponte o como La flauta mágica ni tampoco como El rapto en el serrallo. Las partes vocales son extremadamente exigentes y no es fácil elegir a sus intérpretes, por lo que La clemencia de Tito lleva una carrera modesta a la sombra de sus cinco hermanas de mayor fama.
Bajo presión
Mozart compuso ésta, su última ópera, en 1791 bajo gran presión de tiempo y solo aparentemente recurriendo al protocolario código de la ópera seria, para celebrar la coronación (y los vítores) como Rey de Bohemia de Leopoldo II, el emperador reformador al que se esperaba con esperanza y que finalmente fracasó.
Pero cuando se trata de un emperador que sobrevive a un intento de asesinato y no solo sigue vivo, sino también en el poder y puede ocuparse de su propia fama póstuma con todo detalle, entonces, hasta con el juguetón y siempre rebelde Mozart, las cosas son bastante majestuosas. Incluso si el traidor, se convierte, contra su voluntad, en víctima de su pasión juvenil en la obra.
Transparencia
En el foso, la ejecución de la orquesta Düsseldorfer Symphoniker más Wolfgang Wiechert al fortepiano, bajo la diestra batuta de , fue muy clara transparente y sumamente equilibrada. Los músicos tardan un poco en pasar del sonido utilitario, más bien desenfadado, a la dimensión trágica que realmente se trata aquí. Incluso el canto del principio parece más un idilio que una sólida intriga.
Sesto (maravillosa Maria Kataeva), el amigo y asesino del emperador, al comienzo sigue siendo un bribón. Vitellia (seductora Sarah Ferede), a la que adora y que se deja llevar por su propia ambición de poder, es más una diva provinciana que una gran intrigante, y el propio emperador (magnífico Jussi Myllys) entra en escena más como un actor secundario ensimismado que como el soberano, que se supone es la autoridad moral, el modelo de conducta de manual.
Apuesta sobre seguro
Quienquiera que contrate a un director tan experimentado como Dirk Becker; vestuario Renée Listerdal; e iluminación Volker Weinhart) fueron sin embargo abucheados tras el estreno. Una plataforma elevada y una escalera que conduce a ella es toda la escenografía. Los atuendos de los intérpretes son modernos con algunos detalles históricos que insinúan la Antigüedad.
No solo la música fascina en esta versión de Schulz, sino también el contexto social e histórico, y la régie pone mucha atención en cómo anclar una pieza como esta, una obra de arte viva, en el presente. La colocación del coro en la plataforma y en las gradas, así como la iluminación postulan una conexión con nuestra actualidad. Todos estos efectos escénicos probados por Schulz se convierten en un conjunto coherente en el transcurso de las dos horas y media de duración de la velada, que se interrumpe con un intermedio en el cual se desarrolla el frustrado magnicidio (es la primera elipsis narrativa de la historia del teatro musical).
Uno de los grandes narradores musicales
Para el director escénico, Mozart es uno de los grandes narradores del acontecer humano entre los compositores, junto con
La clemenza di Tito es la exposición descarnada de Mozart del poder, la bondad, la dulzura y la sabiduría como corrupción, adulación y servilismo devoto. Incluso un breve vistazo a las extraordinarias circunstancias de la génesis de esta omni-ópera, que implican intriga, servidumbre sexual, dependencia homófila, ideales de amistad y quimeras, regicidio, conflagración: todo ello constantemente bajo la hipócrita demanda de piedad, piedad y más piedad, demuestra la tesis de que son precisamente los aparentemente heraldos de la sabiduría omnímoda y las banalidades morales los que se encuentran entre los personajes operísticos más expresivos de Mozart.
El absurdo
Sobre todo cuando sus voces les fallan literalmente, se apagan, en medio de sus melodías, ante los cambios de humor que se les imponen en un teatro del absurdo. Y entonces los instrumentos por sí solos siguen siendo libres de producir "canto". ¡Qué consciente debió ser Mozart cuando puso música al libreto de lo mucho e incesantemente que se combinan las estructuras de poder con las del instinto, que literalmente matan la palabra en la boca, en el alma y en el corazón al mismo tiempo!
El ataque al emperador al final del primer acto solo se insinúa mediante una iluminación que señala un palacio en llamas. En general, se trata más bien de un sentimiento individual de angustia y perturbación. Como poder personificado, el emperador sigue siendo un ser humano al que le preocupa sobre todo su fama póstuma. Quiere que su cuota de popularidad sea la correcta. La buena vida es más importante para él que el tormento interior de su amigo Sesto.
La debilidad de Tito
Aunque la intención del encargo fuera otra, el genial Mozart probablemente no pudo evitar mostrar la debilidad del emperador. Que el ejercicio del poder a través de la indulgencia arbitraria también tiene su precio queda claro en la imagen final. Al retroceder sobre sí mismos, todos los protagonistas se hielan en una imagen final congelada. Esta velada gana en fuerza de convicción, tanto musical como escénicamente, a medida que avanza, y con el tiempo también se va acumulando tensión.
Meticulosidad y precisión
El aspecto inmensamente desafiante de la puesta en escena de esta ópera radica, entre otras cosas, en la meticulosidad y precisión con la que Mozart, como un arqueólogo diseccionador, se empeña en interpretar cualquier receptividad a la violencia simultáneamente como un proceso erótico, en impresionantes instantáneas con las que las voces vocales e instrumentales se entrecruzan, divergen canónicamente, imitan arrebatadoramente o parecen callar al instante. Al final todo concluye sorpresivamente con una ejecución sumaria a manos de tres guardias imperiales, un tiro en la nuca; la alta traición se castiga con la muerte.
Los protagonistas se lanzan a sus papeles con un brío reconocible en todo momento. Esto se aplica a Torben Jürgens, que es la voz sonora del pueblo como Publio, a Heidi Elisabeth Meier como Servilia o a su enamorado Annio (Anna Harvey) en la segunda fila. Entre los tres personajes principales, Myllys, en el papel del Emperador, tiene una voz melodiosa con clara dicción. Ferede, por supuesto, tiene el poder de penetración y el carisma histriónico para una Vitellia intrigante que se supera a sí misma.
Grandezas trágicas
Sesto, el amigo del emperador, no solo se había enamorado de esta mujer con sus propias ambiciones de poder, sino que se había dejado seducir por ella para asesinar a su amigo. El hecho de que no la exponga cuando el emperador escapa ileso del Capitolio en llamas le hace parecer moralmente noble, persuade a Vitellia de confesar su propia fechoría y proporciona al emperador una oportunidad para el gran perdón general.
Kataeva comienza con una articulación precisa y una actuación ágil, primero como un joven rebelde, pero rápidamente se convierte en la grandeza trágica de su papel. Kataeva y Ferede son quienes más impresionan en esta producción, que fue recibida con efusivos aplausos y aclamaciones por el público del estreno.
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