Madrid, jueves, 25 de julio de 2002.
Teatro Real. Noche gitana. Diego el Cigala, cante, y Niño Josele, guitarra. Manuela Carrasco, bailaora, Rafael de Carmen, bailaor, N. Carrasco, cantaora. Ciclo de flamenco. Asistencia: 100 % del aforo.
9,27E-05
Si alguien dudó de la conveniencia de abrir las puertas del Real al arte flamenco, puede olvidar ya sus prejuicios, puesto que este Ciclo de Flamenco cierra una primera edición de alta calidad, avalada por un notable éxito y aforo completo de los tres espectáculos precedentes en los que estuvieron presentes la guitarra del ya consagrado Vicente Amigo (día 19); el cante de Arcángel, Miguel Poveda y La Susi (día 21), y la danza de la excepcional Sara Baras (día 22).El broche de oro lo puso esta “Noche Gitana” en la que se dieron la mano, juntos pero no revueltos, Diego el Cigala y Manuela Carrasco, el cante y el baile, la juventud y la experiencia, lo jondo y lo festero.Abre el espectáculo el salmantino Diego Jiménez Salazar, bautizado por Camarón de la Isla como “Cigala”. Al toque le acompaña su ya habitual guitarrista, el Niño Josele, preciso y atento al hacer de Dieguito, pero sin sometimiento, demostrando que lo que realmente le inspira es el cante, sin importarle si pierde, o no, protagonismo. La sencillez y la categoría de quien ama lo que hace. Orgulloso de ser representante del flamenco en el Teatro Real, promete El Cigala “poner todo su corazón”, y no nos miente. Hora y media de cante ininterrumpido es una hazaña de auténtico corredor de fondo. Abre con profundidad e intimismo desde la siguiriya. Alterando el orden del programa, pasa de lo más jondo a lo festero, paseándose por tientos y soleá, para terminar por bulerías y fandago, en lo que parece sentirse aún más cómodo.Tras el descanso, arranca la segunda parte con una Manuela Carrasco que arrasa con su presencia escénica. No se explaya tan generosamente en el tiempo, pero sí con el arte, levantando al público de la butaca con una primera bulería romanceada. Apliquemos aquel decir de Baltasar Gracián, que lo bueno si breve... Poco se puede decir de ella que no se haya dicho ya. Es una mujer contundente y con peso en los marcajes, pasional en los desplantes, precisa en el zapateado. Bello perfil egipciaco, un físico grande y excesivo como de Sofía Loren de la danza flamenca. Perfectamente vestida y peinada. (Tomen buena nota las delgadeces extremas y los moños deshechos, que el arte y la elegancia se lleva dentro.) Y la gran ayuda de estar bien arropao con el toque y el cante. Hubo aquí nuevas rectificaciones de programa, que si bien comprensibles, deberían haber sido anunciadas, como la actuación de la “cantaora misteriosa”, que no estaba en el programa de mano y resultó ser hija de la propia Manuela.Sorprendió el bailaor Rafael de Carmen, en unas alegrías que alternan las formas retorcidas y cerradas y los pellizcos con elegancia, sobriedad y pureza de líneas.Termina la fiesta con una patá por bulerías a la que se incorporan cantaores y palmeros y jaleos desde el público, que, en pié, rinde su homenaje a los artistas.Vive el flamenco un momento creativo espléndido, que pasa de los más puro y arraigado a lo más innovador, y que ha trascendido, al fin, del café y el tablao al gran teatro, del aficionado minoritario al gran público. Esperemos que siga en esta línea ascendente y disfrutemos de más flamenco en el Real.
Comentarios