España - Cataluña
Estreno barroco en el Liceu
Jorge Binaghi

La ópera considerada cumbre de Telemann y punto alto del
barroco alemán llegó al Liceu como en su primera función absoluta en forma de
concierto (la escenificación fue simple y adecuada para dar un poco de
vivacidad a las casi tres horas de duración). Como en la composición sobre un
libreto de 1690 para una ópera francesa de Michel Duboullay se injertaron
también textos en italiano y francés procedentes de óperas de Haendel -en
general para momentos de subido tono emotivo como las arias ‘di fuore’- y Lully, se la consideró en principio un pastiche, pero la música es toda del autor, y
la obra sólo se encontró hace un cuarto de siglo.
Como acción teatral no se puede decir que sea una obra
maestra, aunque musicalmente resulte notable, y Jacobs y su orquesta obren maravillas.
Pero como sucede con el director después (para mí en todo caso) de sus dos Agrippina de Bruselas su elección de cantantes femeninas me parece opinable (no es el único caso y no sólo en este repertorio; un buen ejemplo histórico es el de Toscanini en la última etapa de su carrera, la más documentada con grabaciones comerciales). Suele tratarse de voces fijas, de color no siempre grato, no siempre con gran personalidad aunque sí buenas técnicas y estilistas. Del reparto, que se presentaba por primera vez aquí en su totalidad, sólo conocía anteriormente a Salomé Haller, a quien he encontrado francamente destemplada.
La verdadera protagonista de la obra es la Orazia que en esta versión del mito
de Orfeo es la responsable por celos de la muerte de Eurídice y luego de la de
Orfeo hasta que termina por suicidarse. Kasper lo hizo bien, pero atendiendo a
esas características que he enumerado antes lo cual hace que sus graves sean
muy feos y hasta en algunos momentos involuntariamente cómicos. Como no creo que
el personaje admita una visión irónica (ni creo que haya sido el deseo) su
actuación fue buena, pero con estas limitaciones, y una ‘interpretación’ no muy
convincente.
Quien da título a la obra fue el buen barítono (no sé de
dónde se sacan la definición de bajobarítono: basta con ver los roles que ha
abordado) Strazanac, que se distinguió en los recitativos.
Eurydike fue la muy correcta Hagen (que como Haller y
otros formaba parte también del pequeño coro que interviene en algunos momentos,
sobre todo los ‘religiosos’, señaladamente en el basado en el texto francés de
Lully).
Los que me parecieron vocalmente más impactantes fueron
el joven Fischer, de gran simpatía y que tiene una canción amorosa bellísima
que aprovechó como correspondía, y el bajobarítono (este sí) Immler en el
impactante papel de Plutón.
De Haller ya he hablado y me convenció más en la
sacerdotisa del culto dionisíaco en Tracia que en la confidente de la reina.
Bien el breve pero importante rol de Cephisa de Smirnova, y sumamente interesante
el joven contratenor Schachtner.
El teatro presentaba una buena entrada aunque no de
localidades agotadas, que aplaudió mucho durante algunos momentos y más aún al
final, sobre todo cuando el director artístico del Liceu entregó a Jacobs dos
globos plateados de esos que se utilizan a veces en cumpleaños porque el día de
la representación el maestro cumplía 75 años.
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