España - Galicia

Bílbilis y Trasumia

Alfredo López-Vivié Palencia
viernes, 12 de noviembre de 2021
Esteban Batallán © RFG Esteban Batallán © RFG
Santiago de Compostela, jueves, 4 de noviembre de 2021. Auditorio de Galicia. Esteban Batallán, trompeta. Real Filharmonía de Galicia. Marc Leroy-Calatayud, director. Joseph Haydn: Concierto para trompeta en Mi bemol mayor Hob. VIIe; Esteban Batallán: Nightfall; Richard Strauss: Obertura y danza de Ariadne auf Naxos, Cuatro interludios sinfónicos de Intermezzo.
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Ambiente animado esta noche en el Auditorio de Galicia, con su sala de conciertos casi llena, y con mucho público joven. El motivo era la actuación de Esteban Batallán, originario del antiguo ayuntamiento de Trasumia (qué topónimo tan acertado), en una de cuyas partes -que hoy forma el pontevedrés municipio de Barro- nació en 1983. 

Batallán ocupa desde 2019 la plaza de trompetista principal más prestigiosa en el mundo orquestal: la Adolph Herseth Chair de la Chicago Symphony (patrocinada por un filántropo anónimo). Para sentarse ante el atril del mítico “Bud” Herseth no sólo hay que tocar bien la trompeta, sino ejercitar un temple de acero, porque Herseth se mantuvo allí durante más de medio siglo, y se despidió de su público en olor de multitud.

Batallán evidenció ambas cualidades durante su interpretación del celebérrimo Concierto en Mi bemol de Haydn; y no sólo esas dos, sino también la inteligencia que se necesita para tocar esta pieza tal y como es, una obra que es todo celebración y bonhomía, pero sin caer en el virtuosismo fácil ni en alardes que no habrían venido a cuento. Por supuesto que Batallán tiene un fuelle que parece inagotable, clava cada nota en su centro, y sus trinos son infalibles; pero aún me gustó más su elegancia para frasear y su sonido siempre contenido. Al principio me llamó la atención que tocase con la partitura delante (estoy seguro de que se lo sabe del revés), pero luego caí en la cuenta de que su actual jefe lleva sesenta años dirigiendo mejor que nadie la obertura de Las Vísperas Sicilianas y sigue mirando atentamente el papel.

Acto seguido Batallán estrenó su Nightfall (o al menos la última versión de ella), una pieza breve y amable de ambiente entre jazzístico y tanguero: de lo primero, nada de garitos humeantes sino salones de alto copete; y de lo segundo, nada de vértigo a lo Piazzolla sino melancolía a lo Gardel. Aquí Batallán echó mano –y soplo- del fiscorno, con ese sonido redondo y tesitura a media luz que lo hacen irresistible. Como la pieza está dedicada al gran Arturo Sandoval, Batallán explicó que de propina tocaría la pieza con la que ese otro mito de la trompeta le correspondió, Mister Batallán, de idénticas características pero con refuerzo armónico de piano y arpa.

A todas éstas, el debutante Marc Leroy-Calatayud (nacido en Lausana aún no hace treinta años, de padre francés, madre boliviana, y apellido bilbilitano) no tuvo que hacer gran cosa: acompañar en Haydn con tono decidido y sin caprichos historicistas -que al bueno de don José le sientan como un tiro- más allá de la timbalería; y en lo demás, extender con calidez el terciopelo de la orquesta. Pero antes y después se las tuvo que ver con Richard Strauss, que no se lo puso tan fácil, por más que Calatayud se aplicó en la observancia de sus famosos mandamientos para jóvenes directores.

Salvo la prohibición de sudar: el gesto de Calatayud es comedido para un director de su edad –la batuta es clara pero a la mano izquierda le falta un hervor o dos-, aunque en aras de su indulgencia debe recordarse que la potencia de los focos del escenario en los tiempos de Strauss no era como hoy. Además en Ariadne auf Naxos no hay que preocuparse por contener los metales, y por eso Calatayud pudo concentrarse en el sonido cremoso que Strauss consigue incluso con una orquesta pequeña; tal vez le puso demasiada seriedad a una música que no la necesita. Tampoco la necesitan los interludios de Intermezzo, en los que Calatayud sí supo frenar las fanfarrias –no tenía otro remedio, dada la plantilla de la Real Filharmonía-, y aunque le faltó algo de comedia y picardía, la orquesta respondió a buen nivel. Lástima no tener el doble de cuerdas para que “Träumerei am Kamin” suene como el más arrebatador abrazo sinfónico de la historia; pero las trompas estuvieron en su sitio, y eso en Strauss quiere decir que la cosa salió bien.

Dejo los aplausos –muchos- para el final, no tanto por cronología cuanto porque los más importantes se produjeron cuando Batallán agradeció la presencia del público como apoyo a la Real Filharmonía de Galicia. Falta hace; y sobre todo hace falta que todos esos jóvenes que acudieron hoy al concierto –fueran paisanos de Batallán, estudiantes de conservatorio, o trompetistas ejercientes- sigan viniendo: Batallán dijo que la Real Filharmonía forma parte de nuestra cultura, y esos chavales respondieron con una ovación; pues que no sea cosa de una noche.

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