España - Valencia
Tres heridas, un anhelo
Rafael Díaz Gómez

No estoy dentro y ni siquiera tengo contactos allí, por lo tanto ignoro cómo ha sido y es la cotidianidad de la Orquesta de Valencia. Sólo puedo deducir de lo escuchado al final de la temporada anterior que la formación entonces llegó con tres heridas: la de la pandemia, la del cierre por obras (y puñaladas traperas) de su sede y la de la relación con su anterior director titular.
El confinamiento supuso la ruptura de las costumbres y con ella el riesgo extremo de desvinculación de la orquesta con la ciudad. Los lazos no me los imagino fuertes. Establecidos con un público tardoadulto y quién sabe si con aspiraciones de figureo, son susceptibles de aflojarse con facilidad (si no existe un estudio sociológico sobre quién y por qué acude a las salas de conciertos de nuestra capital, rogaría que se realizara). Vamos, que no estamos como para perder inercias.
Y la prolongada ausencia del
No sé en qué medida estas dos cuestiones, confinamiento y falta de sede fija, afectaron al nexo entre Ramón
Y este es el panorama general que Alexander se ha encontrado ahora que acaba de llegar para ostentar su nueva titularidad al frente del conjunto. Según se desprende de algunas declaraciones a los medios de comunicación por él efectuadas, pretende hacer de la necesidad virtud y poner en valor los espacios urbanos a los que la ausencia del Palau obliga. Es decir, hacer ciudad con su orquesta. Pero, en fin, no queda otra que montar los conciertos donde se pueda, que es lo que ya se estaba ocurriendo desde que se detuvo la actividad en el auditorio del Paseo de la Alameda.
Además, desea dar protagonismo, no episódico, sino constante, a la música valenciana en sus programas. Es una aspiración loable, sin duda, que ojalá pueda mantener. Y mientras, del pasado reciente no quiere hablar. Y hace bien. Cifra su afán más directo en disfrutar con la música en el escenario. Con batuta o sin ella, con un gesto amplio y claro, con una sonrisa contenida que a veces se le abre de satisfacción, con rigor no exento de tiento, de prueba, de cortés aproximación al ambiente en el que se acaba de introducir. Tiene mano derecha y mano izquierda. Las usa en el podio con ductilidad. Las ha de utilizar también fuera de él. Le presupongo, quizás por su trayectoria profesional, una firmeza de cirujano entre tanta cordialidad. Supongo que no vendrá mal.
La necesidad de un auditorio en condiciones se patentizó en la primera parte de la jornada de inauguración de la nueva temporada del Palau de la Música. O será que al menos yo no me acabo de hacer con la acústica de la sala sinfónica de . Sea por ello o no, el caso es que aún campeó cierto desvaimiento tímbrico, un a modo de dispersa y abierta individualidad. Puede que tampoco fuera la más adecuada para abrir en canal una nueva etapa la elección de la obra, el Segundo concierto para piano de Brahms, de orquestación tan limpiamente densa y tensa. Desde luego, el piano no empastó bien con la centuria. Y no es que a le vayamos a intentar enseñar a estas alturas nada. Creo, lo reitero, que es una cuestión de acústica. También pudo haber un intento por parte del director de adaptarse al pianismo no excesivamente robusto de la georgiana. El resultado, una exquisitez quebradiza, un poco como sujeta con alfileres.
Es difícil, de todas formas, que con semejante pianista y obra, no se le saque feliz rendimiento numerosos pasajes de la partitura. Entre todos ellos, me quedo con el Andante, estupendamente encabezado y concluido por el violonchelo. Luego, como propina, Leonskaja desgranó un alado Impromptu nº 3 de Schubert.
La segunda parte, con una formación más nutrida (y sin aislamiento de paneles en los vientos, por cierto, al igual que en la primera mitad) fue mucho más expansiva y liberadora. Excelente el poema sinfónico de Rodrigo Per la flor del lliri blau (estrenado en los jardines de Viveros, si hablamos de lugares poco adecuados siempre ha podido haber cosas peores, una mañana de julio de 1934) para soltar lastre y dar festivo protagonismo a todas las secciones de la orquesta. Rodrigo supo enlazar lo popular con el refinamiento orquestal en una solución si no novedosa, sí brillante. Y con brillantez la Orquesta de Valencia la expuso en esta ocasión. Fue como un “no, si Brahms está muy bien, pero para gozar de verdad a la mediterránea manera, esto”. Pasado el filtro del deleite un punto voluptuoso, la suite de 1919 de El pájaro de fuego encajaba sin dislocamientos. La versión tuvo entrega, untuosidad, esplendor y capacidad para ilusionar. Es lo le que hacía falta a la propia orquesta. El público, numeroso pero sin completar el aforo, y ya no sometido a distanciamientos de seguridad (la mascarilla sigue siendo preceptiva, eso sí), pudo beneficiarse de ello.
Bueno, pues la maquinaria vuelve a andar. Las heridas no se han curado, pero las queremos ver cuanto antes reducidas a meros rasguños. Estos tiempos de zozobra nos lo exigen. Alentamos la esperanza.
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