España - Madrid
De lo sacro y lo terreno
Germán García Tomás
Prólogo navideño en el Auditorio Nacional con la presentación en el ciclo Ibermúsica de Ton Koopman y sus dos conjuntos: el Coro y la Orquesta Barrocos de Ámsterdam, creados por su iniciativa en 1979 y 1992, respectivamente.
El reputado organista y director holandés venía a ofrecer un programa conformado por tres obras alumbradas en un lapso de tres décadas, desde 1714, cuando fueron publicados póstumamente los Concerti grossi de la op. 6 de Corelli, hasta 1743, fecha del estreno del Te Deum de Dettingen de Haendel, tan influenciado a su vez por el italiano en el campo concertante. Entre medias, el célebre Magnificat de Bach.
Aunque no podemos decir que se trataba exclusivamente de un concierto de Navidad, la influencia de este periodo litúrgico implicaba a dos de las partituras convocadas, pues en este último caso es tradición interpretar la partitura sacra del Kantor de Santo Tomás por estas fechas por situarse su primera audición en aquella Navidad de 1723 en Leipzig, además del contexto que envuelve al texto mariano, el canto de alabanza que el Evangelio de Lucas pone en boca de la Virgen María ante la visita de su prima Santa Isabel, cántico que se entona diariamente en la hora canónica de Vísperas.
Siguiendo en lo instrumental la versión original y no las modificaciones y adiciones efectuadas por Bach una década más tarde, 1733, con una distribución en la cuerda de 4/4/2/2/1, Koopman optó en lo coral por una veintena de voces en cinco partes y contó con cuatro cantantes para las encomiendas solistas, obviando a la segunda soprano. Comenzó su lectura de la partitura bachiana con el preceptivo despliegue de tres trompetas naturales en un muy contenido carácter ceremonial, con la nota final del “Magnificat anima mea” concluida en un leve diminuendo, algo que fue común a los demás movimientos que terminan en acordes forte.
El maestro de Zwolle ofició como auténtico maestro de capilla, marcando el tempo desde el órgano portátil e indicando entradas, dinámicas y detalles de articulación con generoso aparato de gestos manuales, de pie en los números corales y sentado en las arias. Del coro obtuvo un empaste ideal, diferenciándose cada registro vocal y una afinación excelente. A falta de una segunda soprano, Ilse Eerens limitó su participación en toda la velada a los números 2 y 3 (“Et exultavit” y “Quia respexit”), exhibiendo un instrumento de grato y aterciopelado timbre, así como gran soltura en el ornamento. El terceto “Suscepit Israel” tuvo al contratenor Clint
y al tenor Tilman como protagonistas, dos competentes cantantes que empastaron satisfactoriamente sus voces.A lo largo de toda la ejecución, pudimos apreciar los solos obbligati de oboes y flautas, con la sutileza del continuo instrumental en el aria “Quia fecit”, tradicionalmente encomendada a un bajo pero aquí espléndidamente defendida por el barítono Jesse Blumberg. Este Bach de Koopman, la auténtica especialidad del holandés, fue un Bach contenido y sin excesos, pastoril e íntimo, más que extrovertido y ruidosamente festivo, pues privó lo camerístico frente a lo grandilocuente, tal es su entendimiento del universo bachiano, de contención y equilibrio, visiones compartidas con otros de sus colegas, como es por ejemplo el caso de Philippe Herreweghe.
A modo de intermezzo, Koopman exhibió la ductilidad de su orquesta barroca, más reducida en efectivos, con una pieza concertante mediterránea, el Concerto grosso nº 8 op 6, escrito para la noche de Navidad, donde la punzante sonoridad del fagot de Wouter Verschuren se impuso en ocasiones al discurso de las cuerdas, de afinación oscilante, pero de pulso virtuoso, liderada por la concertino
Por fin, y alejándose de toda referencia a la Natividad, coronó el concierto el último Te Deum de los cinco compuestos por “il caro Sassone”, el escrito para la aparente victoria de Dettingen el 27 de junio de 1743, conseguida en la famosa batalla en esta ciudad alemana que implicó a su patrón, el rey Jorge II de Inglaterra, contra las tropas francesas dentro del contexto de la Guerra de Sucesión Austriaca.
Escrito como acción de gracias al Creador por una hazaña bélica, un hecho terrenal más que estrictamente piadoso y religioso, el Te Deum es una fastuosa obra ceremonial muy british y purcelliana en su concepción que sigue en lengua inglesa el texto latino y que posee todos los excesos y las virtudes del compositor sajón. Entre los primeros, la pompa y solemnidad traducida en profusión de fanfarrias, defendidas con tesón y empeño por las tres trompetas de la orquesta de Ámsterdam.
De las cualidades de la composición, esa capacidad de emocionar a través de unas líneas corales de enorme dulzura, ya sea en canto homofónico o en estilo imitativo, que rememoran aquellos otros coros del oratorio basado en la vida de Cristo que un año antes -1742- había asombrado al público dublinés. Bajo el sólido fundamento instrumental de su orquesta, en la brillante y luminosa prestación del coro residió el valor emocional de esta interpretación de una página infrecuente en las salas de concierto.
Con el aporte de color del continuo, un Koopman desinhibido, más centrado en dirigir que en tocar -pues ya lo hacía Kathryn Cok-, fue capaz de llevar a lo más alto de la hondura espiritual, entre las continuas interpolaciones bélicas, quizá una de las más ingratas piezas corales de Haendel, a lo que las voces de los tres hombres, especialmente la firmeza de tenor y barítono en sus episódicas partes a solo, contribuyeron a engrandecer. Sin estar presente, una obra tan navideña como El Mesías latía por los poros de un Te Deum cuya sección final la generosidad de Koopman, volvió a regalar en el bis.
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