Reino Unido
Nabucco a los gritos
Agustín Blanco Bazán
La
regie de
Nabucco de
Daniele Abbado que el Covent Garden comparte con el Liceu, la Scala y
la Lyric Opera de Chicago, tuvo su primera noche en Londres el 30 de
marzo de 2013 con Plácido Domingo en el rol protagónico. Y ya por
entonces presentó defectos que no han hecho sino acentuarse en esta
reposición. Lo mas discutible sigue siendo la alusión al
Holocausto, presentada aquí con una obviedad panfletaria: hay
lápidas alusivas a cementerios judíos y al Memorial
de Berlín, junto a hombres y mujeres demasiado identificables con
archiconocidas fotos de guetos aniquilados durante el genocidio nazi
en la Segunda Guerra. El panfleto incluye constantes razzias
y hasta manipulación de presuntos cadáveres que son cargados y
arrastrados como se puede ver en las documentales que siguieron a la
liberación.
Mi experiencia como entrevistador de sobrevivientes del Holocausto me permite afirmar que estos consideran como algo casi pornográfico las tendencias a teatralizar con demasiado lujo de detalles un sufrimiento como si se tratara de exponer su tragedia como un psicodrama a compartir con el público. Un requisito esencial para entrevistar a un sobreviviente es nunca pedirle que evoque detalles morbosos por todos conocidos y que algunos de ellos han tenido la valentía de plasmar en biografías escritas. Estos dramas, tan crudamente documentados en películas que todos hemos visto no son teatralizables en un escenario de ópera, simplemente porque cualquier teatralización termina reduciendo a una especie de parodia el mensaje político que se quiere pasar al público.
Sí es posible insinuar similitudes que en Nabucco inmediatamente apelan a seres humanos contemporáneos, porque creo que después de Auschwitz todo arte debe ser visto de manera diferente. Pero ocurre que esta regie, mas que insinuar, pretende subordinarlo todo a una visión que termina aplastando la dramaturgia verdiana: en medio de este desordenado ir y venir de comparsas de esbirros y sometidos, resulta casi imposible para los cantantes solistas abrirse paso con una actuación convincente. Simplemente van y vienen con gestos grandilocuentes y acartonados. Y mirando al público en lugar de interactuar efectivamente. Lo cual es siempre un recurso desesperado de artistas que no saben qué hacer.
Daniel Oren contribuyó a estas deficiencias con una interpretación aplastante por su exageración en fortes y fortísimos, con cabalettas casi desbocadas por su propio brío, pero sin suficientes detalles interpretativos que requieren intimidad, renunciamiento, contrición o esperanza. La plegaria de Zaccaria (‘Vieni o Levita’) fue calada y anodina, y el modestísimo aplauso que siguió a ‘Va pensiero’ fue una merecida respuesta a un pulso orquestal débil y una anémica expansión melódica en el momento de mayor transcendencia de la partitura.
En estas condiciones, un grupo de cantantes exclusivamente no italianos hizo lo que pudo y con resultados limitados, porque con este tipo de regie es imposible descubrir talentos actorales. Vocalmente, también estuvieron desparejos.
Liudmyla Monastyrska volvió al papel que había cantado con Domingo en el 2013 con un vozarrón que, como la orquesta de Oren, solo convence en pasajes de forte y fortisimo y agudos ensordecedores. Pero cuando de apianar se trata el resultado es una mezza voce incapaz de apoyar bien y frasear correctamente.
El registro de Alexander Vinogradov es tal vez uno de los mas extensos disponibles en la actualidad, desde alturas baritonales hasta bien impostadas notas de bajo profundo. Algo decididamente deslumbrante para quienes confunden la opera con pruebas de fuerza de garganta. Pero el medio del registro el timbre es algo áspero y la entonación a veces poco exacta.
También es áspero y engolado en impostación el tenor Najmiddin Mavyanov, quien no obstante ello cantó un Ismaele de convincente fraseo y buena pronunciación. La Fenena de Vasilisa Berzhanskaya lució un timbre brillante y bien apoyado y un italiano aceptable.
Pero
el mejor de todos fue Amartuvshin Enkhbat, un Nabucco capaz de
frasear con delicada sensibilidad y aceptable legato. Como ocurrió
con el mismísimo Placido Domingo en esta producción, el vestir a un
Nabucco voluminoso con traje gris de oficinista de siglo XX fue un
golpe mortal a la presencia de este personaje épico en su
confrontación con Dios y su pueblo. Pero Enkhbat fraseó
maravillosamente un ‘Dio di Giuda’
que supo actuar con un fraseo de sensible refinamiento artístico.
Su timbre es cálido y cromáticamente rico. Valgan pues estos
esfuerzos suyos como el único intento de introspección y lirismo en
este Nabucco
tan gritón y desordenado.
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