España - Galicia
Lo que sea, pero así
Alfredo López-Vivié Palencia

Parece ser que, coincidiendo con el horario del concierto, había uno o más partidos de fútbol trascendentales a efectos de no sé qué copa, recopa o recopichuela. O que muchos padres de alumnos de enseñanza primaria estaban “testeando” a sus hijos mientras en las escuelas los directores hacen sudokus para confinar aulas y cubrir bajas. O que a los estudiantes de piano de Santiago y comarca no les llama la atención que venga una solista de renombre a tocar una pieza que no conocen. O, por fin, que al público habitual de la
Leo en el programa de mano que la californiana Gabriela (Berkeley, 1972) mezcla en sus Leyendas
elementos de la tradición musical clásica occidental y de la música folclórica andina, inspirándose en una idea de mestizaje… en la que las culturas coexisten sin que una esté sometida a la otra.
Pues vale. Por lo que escuché, de la primera ha sacado una ilustre formación académica para escribir música muy clara, aunque sea empleando un lenguaje demasiado vanguardista como para triunfar ante el público general; de la segunda, obviamente el elemento rítmico que sostiene toda la música popular iberoamericana (ta, ta-ta, ta-ta), y un par de melodías plenamente cantables que dan un pequeño respiro al oyente.
Para esta obra escrita en el año 2001, de veintipocos minutos y dividida en seis números que alternan rapidez sincopada y premiosidad contemplativa, Frank emplea únicamente las cuerdas de la orquesta. A los primeros atriles les reserva el arduo trabajo de un cuarteto, mientras el resto se dedica casi siempre al “pizzicato”. La pieza me resultó difícil, pero el trabajo que hizo
La Suite que recopiló de su Pelléas et Mélisande es de esas piezas que le sientan como un guante a la Real Filharmonía. Carneiro lo sabe, lo aprovechó y lo disfrutó; no sólo en la célebre “Siciliana”, sino desde el principio hasta el final. Fue de esas ocasiones en las que uno anticipa visualmente el placer de la escucha: cuando hay conexión fluida entre la batuta y la orquesta –y previamente un trabajo de ensayo eficaz-, uno es capaz de imaginar el sonido que vendrá únicamente viendo el gesto y la expresión –facial y corporal- que procede de la tarima. Y ese sonido salió con la transparencia y la delicadeza que esta música requiere.
Clara Wieck compuso su Concierto para piano en La menor siendo aún una adolescente, muchos años antes de casarse con Robert Schumann. No es una pieza que enamore, aunque sí hay que reconocer que esta mujer –excepcional en el más etimológico sentido de la palabra- sabía lo que hacía. La escritura para el piano es la que cabe esperar de alguien de su categoría: virtuosismo con cascadas de octavas por un lado, y lirismo ensoñador por otro; pero sin copiar ni a Liszt ni a Chopin, a quienes en aquel momento no podía conocer. A la orquesta no le plantea demasiados problemas en su papel de mero acompañante, pero se cuida muy mucho de disponer una plantilla desproporcionada. Y además con la buena idea de hacer que los tres movimientos se toquen sin pausa, de forma que la obra queda compacta en sus veinticinco minutos de duración.
Ni siquiera
No tengo el menor interés en volver a escuchar ninguna de las tres obras en el cartel de esta noche; como tampoco pienso perderme ningún concierto que dirija Joana Carneiro, toquen lo que toquen.
Comentarios