Peralada, lunes, 5 de agosto de 2002.
Castell de Peralada. Orfeo e Euridice, Opera en tres actos. De Christoph Willibald Gluck sobre libreto de Raniero di Calzabigi. (1762). Dirección de escena: Joan Font (Comediants). Escenografia: Damian Galán. Vestuario: Maite Alvarez, Iluminación: Albert Faura. Coreografia: Montse Colomé. Reparto: Ewa Podles (Orfeo), Tatiana Lisnic (Euridice), Isabel Monar (Amore), Jaume Bernadet (Narrador). Dirección Musical: Jesús López Cobos. Orquesta de Cadaqués. Cor Lieder Cámara de Sabadell. M° del coro: Josep Vila. XVI Festival de Peralada. Aforo: Localidades, 1870. Ocupación: 100 %.
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Tras el minuto de silencio debido a las victimas del atentado de ETA en Santa Pola, la función del estreno de Orfeo ed Euridice en el ámbito del XVI Festival Castell de Peralada, este año dedicado en homenaje a Frederic Monpou, el pasado lunes 5 de julio, ha empezado bajo las amenazas del más temible de los dioses, al tratarse de una función al aire libre ¡Jupiter pluvio! Divinidad que no se ha quedado ni corta ni perezosa, con gran despliegue de rayos y truenos –iluminación y percusión natural y adicional- hasta que empezaron a caer con insistencia las repetidamente anunciadas gotas de lluvia; justo sobre la más conocida y celebre aria del protagonista Orfeo: ‘Che faró senza Euridice, dove andró senza il mio bene?’.Una lástima y un alivio, por otra parte, porqué pese al desconcierto del publico, parte del cual empezó con demasiada prisa a desalojar el recinto, y gracias a la perfecta organización del Festival, que procuró muy calladamente hacer llegar a todos paraguas y providenciales plásticos en forma de chubasquero, la ópera estaba a punto de terminar. De hecho terminó con aplausos, calurosos aunque húmedos; un autentico y masivo triunfo. Después apriti Cielo o, si lo prefieren, apres de l’opera le deluge; una noche tormentosa, pero la función estaba a salvo y todos pudieron alcanzar sus respectivos destinos, eso sí, chorreando debajo una lluvia intensa y castigadora como las que suelen acaecer en verano y en los Pirineos occidentales. En fin, cuando Orfeo –Ewa Podles con su voz potente de autentica contralto- entonó lo de: ‘Che puro ciel’ nadie se lo creyó. Fue una provocación metereológica más bien gafe.No era absolutamente provocativa, en cambio, esta nueva producción de la obra maestra de Gluck, en la versión original de Viena, en coprodución con la Quincena Musical de San Sebastián, resultado de una original idea de la compañía Comediants, dirigida escénicamente por Joan Font y Pujol, con los minimalistas decorados y el acorde atrezzo de Damián Galán, el vestuario y las mascaras de Maite Alvarez, la sugerente y fundamental en la economía del espectáculo iluminación de Albert Faura y, finalmente, la discreta –por su delicada participación sin prevaricaciones- coreografía de Montse Colomé, un equipo muy entrenado y muy bien compenetrado.El que haya asistido a la producción creada por estos mismos artistas de La flauta mágica de Mozart, que ya ha girado en varios teatros de España, puede facilmente imaginar este Orfeo. Una ilustración atemporal, jugada con pocos elementos sobre una plataforma redonda, pero adobada de elementos en estilo Art Deco y con ribetes años veinte en los personajes. Por ejemplo la ‘Euridice’, de la delicada soprano Tatiana Lisnic, que se tuvo que importar de Moldavia, peinada con una peluca rubio-plateada a la Jane Harlow y luciendo un traje de tul sobre tonos verdosos y sobre todo el ‘Amor’ de la pizpireta Isabel Molnar, en atuendo cabaretero y muy llamativa; desentonó, puede que por la dificultad de calzarla en esta concepción del espectáculo, la pobre Podles cual ‘Orfeo’; tras lucir una capa negra cubierta de papel de diario con figuradas notas musicales (¿!?!) en la escena inicial del duelo por la muerte de ‘Euridice’, se pasó toda la ópera vistiendo un traje de Pierrot, en forma de pijama, que visualmente la transformó en ‘Canio’, cuando entona lo de ‘Vesti la giubba’ en I Pagliacci de Leoncavallo. Un detalle que se podría mejorar en las reposiciones y que, al fin y al cabo, no comprometió un resultado general de brillante ritmo, en una ópera que, precisamente, no se distingue por una acción sobrecogedora. Fue muy eficaz el efecto cromático, al situar las distintas situaciones escénicas en relación al estado de animo del protagonista, de las luces, aunque se exageró con el uso de los fluorescentes, que adocenaron a momentos la escena y fue ejemplar el movimiento de las masas, si bien muchos movimientos parecieron responder tan sólo a eso: moverse y no dejar la escena estática.Un trabajo que, finalmente, mereció un aprobado con notable, haciendo caso omiso de unos pocos abucheos, también porqué permitió el desarrollo de la ópera sin interrupciones ni entreactos, pese a que, en principio, la actuación de un actor (Jaume Bernadet) en función de narrador del mito – sin explicar, por otro lado, que precisamente Raniero di Calzabigi traicionó la vera storia con el obligatorio, para su epoca, happy end que resuelve la tragedia en un jubileo general- había hecho temer lo peor. No hay nada más molesto que las interferencias dramatúrgicas en la ópera. Orfeo ed Euridice, además, representa una revolución en campo melodramático al ser el manifiesto de la reforma operada precisamente por Gluck. Por suerte, la aparición de este personaje inventado, cual cantastorie siciliano de las azañas de Tancredi y Angelica, se limitó a un exploit inicial, actuado sobre un texto catalán de Moisés Maicas, curiosamente sobretitulado al castellano, cuando luego el italiano de la ópera fue, inevitablemente, traducido al catalán.El aspecto musical de la ópera fue cuidado con esmero y profesionalidad por Jesús López Cobos, director de referencia en este repertorio, al mando de la exquisita orquesta de Cadaqués –uno de los más apreciables conjuntos musicales, no sólo de Cataluña- que proporciona el eje orquestal al Festival, y del no menos loable Cor Lieder Camara de Sabadell, instruido perfectamente por Josep Vila. Una dirección que mantuvo un ideal equilibrio con el escenario. Cobos –del que, dicho sea de paso, el que escribe asistió a su debut en la ópera en 1970, en el Teatro La Fenice de Venecia en la ópera Le convenienze teatrali de Donizetti- subrayó con delicadeza la arquitectura de esta sublime obra de Gluck; todo ello al aire libre y en condiciones muy difíciles, no solo por motivos metereológicos, para realizar plenamente una ópera de esta envergadura.La triunfadora de la velada fue, sin duda alguna, la excepcional Ewa Podles; su color de voz, su intensidad en delinear este complejo y arriesgado personaje, fueron premiados por ovaciones atronadoras, más de lo que acompañaba el nublado cielo. Sin embargo, para completar su ya mayúscula interpretación no le vendría mal una definición más clara de la palabra cantada, puesto que sacrificó más de una vez la pronuncia y el acento, casi ininteligibles, para buscar sonoridades más rotundas. Se la puede justificar por lo de cantar al abierto, claro, pero fue una lastima. No hay que olvidar, sobretodo en Gluck, el arte de recitar cantando.
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