Bajo la alfombra de Enrique Granados

67] El día que estalló la Gran Guerra

José María Rebés
viernes, 28 de enero de 2022
I Guerra Mundial, collage © by Dominio Público / Wikipedia I Guerra Mundial, collage © by Dominio Público / Wikipedia
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Acostumbro a realizar búsquedas relacionadas con el compositor Enrique Granados siempre que descubro una nueva, para mí biblioteca digital, con la esperanza de encontrar datos nuevos sobre su vida o su persona. Hoy he encontrado algo que, aunque sabido, nos explica de puño y letra del compositor un pasaje de su vida, que ya indiqué en mi libro Granados, crónica y desenlace. Con estas líneas aparecidas en una publicación leridana podemos leer algo más del alma del autor de las Goyescas.

El maestro Granados
Por tratarse del triunfo artístico de un ilustre hijo de Lérida, en la que cuenta con tantos amigos y admiradores, trasladamos a nuestras columnas la siguiente carta, que han de saborear con gusto nuestros lectores.
«Garengo, Celigny (Suisse).
Domingo, 26 Julio—12 de la noche
Sr. D. Marcos Jesús Bertrán.
Mi querido amigo: en este momento termina en casa de mi amigo el grande artista Schelling, donde me tiene usted hace cinco días, una hermosa fiesta de la que guardaré preciosa memoria.
A las cuatro de la tarde han empezado a llegar los automóviles de diferentes puntos, conduciendo a los invitados. Entre éstos se encontraban Paderewski, Hofman, Mme. Sembrich la célebre cantante; Jacques Dalcroze, Weingartner, etc., etc.
Ha sido una fiesta organizada para que todos estos, artistas que pasan el verano en distintos puntos a orillas del lago, pudieren oírme.
A las seis de la tarde ha empezado la sesión de música. Después de tocar mis Goyescas y algunas de mis danzas, Paderewski ha querido oír otra vez algunos fragmentos de mi ópera «Los majos enamorados», que ya conocía desde el día que di mi audición al comité de la Grande Ópera de París; por todos estilos, debo decirle que me siento satisfecho de ver correspondidos mis desvelos de tantos años de trabajo, en los que se hallan reunidas toda mi vida de artista y de sacrificio.
Verdaderamente no puedo hacerme cargo todavía de lo que está pasando por mí.
Acostumbrado a una actitud despectiva por parte de los que más deberían haber demostrado su contento, no puedo pensar sino que todo es un sueño. Creo haber sido muy perseverante (hasta para no imitar el ejemplo de otros, marchándome de mi tierra), y tal vez es que ahora encuentro el resultado de mi modo de proceder.
Quisiera saber describirle la estancia de los Schelling; es imposible; mi pluma, ¿qué sabe de eso?...
Los saltos de agua de este hermoso parque nos acompañan día y noche con su música deliciosa; en ellos bañan sus nervudos y retorcidos pies los árboles abuelos, que a primera vista parecen pequeños, pero que en acercándose a ellos se crecen y ensanchan majestuosamente. La casa, compuesta de tres cuerpos de edificio, está emplazada en lo alto del parque, dominándose una vista imposible de describir. Al fondo de la vertiente, donde termina el parque, cruza la hermosa cinta de plata: el lago. En la orilla opuesta, las grandes masas negruzcas de los árboles parecen salir de dentro del agua. En el horizonte, los picos de las montañas de Chamonix.
Como he dicho antes, me es imposible describirle todas mis impresiones; son demasiado intensas; no poseo los medios de expresión necesarios para destriar* [sic] y ordenar todo cuanto siento aglomerado en mi cerebro, todo cuanto siento vibrar en mi alma.
Quisiera que con solo mis exclamaciones y con palabras sueltas, pudiera comprenderme; para mí, es grande la dificultad de hallar en las palabras un sentimiento vago, que deje libre el pensamiento de cada cual, para formarse ambiente.
Y se habrá fijado ya, mi buen amigo, en que todavía no le he podido describir el interior de esta casa. Decididamente me es imposible. Y para terminar, pues temo serle pasado, le diré que la segunda parte de la inolvidable fiesta de ayer tuvo lugar en los salones que dan a la terraza con vistes el lago. Allí se sirvió una espléndida cena. Tuve el alto honor de sentarme, a la mesa, al lado de M. Paderewski y su esposa, y la célebre cantante Marcella Sembrich.
El viernes estamos todos invitados para la fiesta del cumpleaños del gran pianista polaco. Habrá fuegos de artificio a orillas del lago, presentación de los regalos, consistentes en objetos da arte japonés, del que es grande admirador el gran pianista. Mi hija Soledad, ha tenido el honor de ser escogida como una de las «damas» que figurarán en el cortejo para las ofrendas, que recibirá de manos de sus «damas» y caballeros» Paderewski, vistiendo «de gran gala» el «traje de emperador del Japón». Será una fiesta humorística, que promete ser un día de delicias para la gente joven y de gran satisfacción para nosotros, los viejos.
Para terminar, debo decirle que, para el mes de febrero, Weingartner piensa dirigir mi poema Dante, en Viena; así lo desea el gran director y así me lo dijo.
Y crea, querido amigo, que se me figura estar soñando. No puedo acabarme de acostumbrar a una realidad tan hermosa. ¿Cómo es posible que, en un intervalo de pocos meses, haya llegado para mí una situación, como la de encontrarme atendido y considerado entre los más grandes artistas? Sinceramente le digo que no vuelvo en mí, de asombro parecido.
Un abrazo de su afectísimo siempre,
Enrique Granados»*

El mismo día de la publicación de esta carta, ese final de julio, tenía lugar en la mansión Riond-Bosson de Ignacy Jan Paderewski la fiesta anunciada por el compositor leridano en su carta al periodista Marcos Jesús Bertrán, aunque no se trataba de la celebración del cumpleaños de Paderewski, sino la de su santo, San Ignacio de Loyola.

Granados asistió acompañado por su hija Soledad (Solita para la familia), como indicaba en la carta, una joven alegre de mirada lánguida muy semejante a la de su padre. Además del anfitrión y de su esposa Helena Maria Paderewska, estaban convidados, entre otros muchos, Ernest Schelling, Józef Hofmann, Rudolph Ganz (convidado, aunque no pudo asistir por el peligro inminente de que Suiza entrara en guerra), Felix von Weingartner, Marcella Sembrich, Alma Gluck y su marido Efrem Zimbalist, Edward J. de Coppet, los miembros del Flonzaley Quartet, fundado por Coppet, y el exembajador norteamericano David Jayne Hill.

En sus memorias, Helena Paderewska, explicaba el origen de la celebración: 

Para nosotros, los polacos, el gran día del año no es nuestro cumpleaños, aunque lo celebremos, sino el día de nuestro nombre, el día del santo con el que fuimos nombrados, y el día de San Ignacio de Loyola, por ser el santo de mi marido, el 31 de julio, ha sido por muchos años el momento de la gran fiesta. Casualmente mi cumpleaños cae en el 1 de agosto, por lo que nuestras celebraciones podían durar 3 o 4 días. Salvo durante la guerra, durante la cual pasamos los veranos en América, raramente estábamos fuera de nuestra casa de Morges en esas fechas. [...] Hubo [en la fiesta] algunas encantadoras danzas chinescas, realizadas por tres chicas jóvenes, de las cuales una fue la preciosa señorita Granados.

Como se deduce de esas notas, ese año la fiesta tuvo un marcado acento oriental, y la residencia se transformó en escenarios de encanto chino, de acuerdo con los gustos estéticos de Paderewski, un buen conocedor de la cultura y el arte de aquel gran país. Los jardines de Riond-Bosson fueron transformados para la ocasión en jardines de la China antigua y centenares de linternas de papel iluminaban los jardines para la fiesta nocturna, mientras infinidad de rosas rojas decoraban los árboles. 

A pesar de la decoración, la fiesta tuvo un acento marcadamente diferente de las de años precedentes: la guerra se preveía inevitable. Roman Dmoswki, uno de los convidados y líder del Partido Nacional Demócrata polaco, tuvo que salir precipitadamente de ella. Una llamada telefónica terminó la velada: se había declarado la guerra, era el inicio de la Gran Guerra. Según algunas fuentes, la llamada la recibió la señora Mildred Bliss, esposa del consejero Robert Bliss, de la Embajada de Estados Unidos en París, quien la llamó y le comunicó la mala noticia. Según esa fuente, Paderewski, que también era un importante político polaco, además de pianista, habría sido previamente informado por alguna persona del gobierno suizo, aunque no hizo pública la noticia. En su biografía de Paderewski, Charles Phillips describió ese momento con todo detalle, en una versión bien diferente, según la cual Paderewski, al recibir la notificación por teléfono, informó inmediatamente a sus invitados:

La expresión de Paderewski muda. Vuelve hacia sus invitados, con el rostro serio, con solemnidad e intensidad en su mirada y en su voz. Les dice: ‘esta tarde [la tarde anterior, día 31 de julio], a las 7 en punto, Alemania ha proclamado el kriegsgefahrzustand –peligro inminente de guerra. [...]– Alemania, a la misma hora, ha solicitado la desmovilización de Rusia’.

A los pocos días Granados y Solita emprendieron el cambio de vuelta a Barcelona en un ambiente de malos presagios, en un viaje no exento de peligros que los llevó primero a Génova, a través de Francia, y de allí en barco a Barcelona.

Notas

1. En catalán, destriar significa separar algo del conjunto, pudiéndose traducir como diferenciar, separar, discernir. Granados utiliza aquí una palabra catalana sin saber que no existe en esa forma en castellano.

2. El Pallaresa, 31 de julio de 1914, páginas 1-2.

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