Recensiones bibliográficas

Políticamente indeseable

Asensos, disensos, reflexiones (2)

J.G. Messerschmidt
jueves, 3 de febrero de 2022
Políticamente indeseable © 2021 by Ediciones B Políticamente indeseable © 2021 by Ediciones B
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Un análisis crítico de la política española como el que ofrece Políticamente indeseable* no puede realizarse sólo en negativo, es decir sin un fundamento ideológico positivo que le sirva de guía. Cayetana Álvarez de Toledo tiene de la actividad política un concepto clásico que ya casi ha desaparecido: no es una profesión u oficio, tampoco una técnica o arte, ni siquiera un medio para lograr determinados fines; la política es una actividad cívica vocacional al servicio de unas convicciones éticas según las cuales debe orientarse el gobierno y ordenarse la vida de una colectividad.

Ideología

Quien ejerce esta actividad se topa con individuos que defienden valores discrepantes, lo que conduce al enfrentamiento de ideas, a la competencia por el apoyo de los ciudadanos y a la lucha por llevar a la práctica las propias convicciones, lo cual significa inevitablemente dejar sin efecto las del adversario. Tan importante es promover ciertos contenidos y formas como rechazar y combatir otros.

La Sra. Álvarez de Toledo se declara explícitamente liberal. Ahora bien, es éste un término que históricamente ha sido empleado en épocas, medios y coyunturas muy variados con acepciones diversas. El liberalismo de Cayetana Álvarez de Toledo podría calificarse, en determinados aspectos, de "republicanismo clásico y aristocratizante". Esta denominación, qué duda cabe, exige una definición concreta. Diríamos que se trata de un democratismo decididamente antipopulista, defensor acérrimo de la libertad individual (y de las diferencias personales que ésta implica) en el marco de una estricta igualdad jurídica, enemigo de cualquier sombra de colectivismo y sin expresión de interés por los problemas denominados "sociales" y ecológicos, dejación que constituye el punto más deficiente de su discurso y su actuación.

Un motivo que se repite con insistencia a lo largo de todo el libro es el de la necesidad imperiosa de la verdad, aun cuando sea dolorosa o conlleve riesgos. Precisamente la mentira y la tergiversación se han convertido en ubicuas, pervierten la vida política y son armas de un populismo cuyo fin es la implantación de un poder tiránico: 

Se crean así dos verdades paralelas: la probada o por probar y la mediática. Es decir, se destruye la verdad. 

De modo implícito, Cayetana Álvarez de Toledo hace suyas las palabras de Jesucristo: La verdad os hará libres. En conexión con esta apología de la verdad la autora reclama el papel rector de la razón. En su opinión, el sentimiento ha usurpado el lugar que corresponde al raciocinio puro. La emoción es un factor depravador de la vida pública, que ha de guiarse sólo por la razón. Precisamente el déficit de racionalidad es el que permite la irrupción masiva de la mentira en la política, con las nefastas consecuencias que conlleva.

En el marco de referencia histórico Cayetana Álvarez de Toledo sigue principios muy afines a los del republicanismo romano de la Antigüedad. Su ya descrito concepto de la actividad política es clásicamente ciceroniano. Su fidelidad a la legalidad constitucional como fundamento del orden social y político coincide con la defensa de la República Romana por parte de un Pompeyo o un Cicerón frente a las amenazas de Catilina o las ambiciones de César y Antonio. No en vano en su canal de youtube la Sra. Álvarez de Toledo publicó una serie de discursos bajo el título de Catilinarias, once invectivas contra quienes ponen en peligro el orden constitucional (populistas, nacionalistas, etc.). 

Si en la antigua Roma era la república la amenazada, en la España actual es la Constitución democrática y monárquica de 1978. Asimismo en el contexto de la Roma del siglo I a.C. la defensa del régimen republicano tenía un carácter antipopulista y aristocratizante, hostil a la demagogia populachera de políticos como Clodio. También es de origen romano su amor a la libertad, concebido como atributo de los mejores, en oposición a la claudicación de los peores, que la sacrifican por cobardía o a cambio de ventajas materiales. 

En la primera línea de su libro, la Sra. Álvarez de Toledo nos comunica que escribe sin amargura ni desaliento, parafraseando así libremente a Tácito: sine ira et studio. Y en su predilección por las causas difíciles y desesperadas (los que tenemos una casi entrañable querencia por el fracaso o me mueven las causas no completamente perdidas, pero sí en grave riesgo de perderse: la épica) más que a Santa Rita recuerda a aquel Catón de Útica del que Lucano escribió: Victrix causa deis placuit, sed victa Catoni.

En todo esto no sólo hay una actitud de legitimismo democrático, sino también un impulso fuertemente romántico (un sentido beligerante de la justicia y atávico de la libertad, y el punto de individualismo y de intransigencia de los justicieros —lo sé porque yo también lo tengo). Algunos pasajes de Políticamente indeseable suenan como un eco del Facundo de Domingo Faustino Sarmiento o de la Amalia de José Mármol

Mutatis mutandis, Cayetana Álvarez de Toledo defiende posiciones políticas cercanas a las de los unitarios argentinos en su combate contra la tiranía populista de Juan Manuel de Rosas y argumenta de modo no muy diferente a como lo hacían ellos. También aquí hallamos una vena heroica (¿qué será el prestigio sin la épica?) una pasión por la libertad, un sentido aristocrático de la vida, un desprecio por todo lo populachero. Esta coincidencia no es rara. Los unitarios argentinos tuvieron su buena parte de republicanismo ciceroniano y de liberalismo revolucionario a la francesa, otro de los referentes de la autora. 

Esta tradición fue continuada por los enemigos del modelo quizá más "clásico" de populismo, tiranía y corrupción en el mundo hispánico: el régimen de Juan Domingo Perón. El antiperonismo, que en la Revolución Libertadora de 1955 logró finalmente derrocar al dictador, asumió muchos de los valores y aun actitudes del antiguo republicanismo romano y del antirrosismo argentino del siglo XIX. Aunque la Sra. Álvarez de Toledo evita casi toda referencia a la política y la historia argentinas, no parece discrepar del antiperonismo, como queda claro en su juicio sobre el Papa Francisco I (Bergoglio, alias el Papa, ídolo de la dictadura venezolana).

Detrás de todo esto está el legado de la Ilustración, en el que la autora ve la fundamentación filosófica e ideológica de sus posiciones. Racionalismo, igualdad ante la ley, libertad, veracidad, antinacionalismo, antipopulismo, antiidentitarismo, etc. serían, según ella, principios derivados directamente de la Ilustración, de pensadores como Locke y Voltaire.

S'ils n'ont pas de pain, qu'ils mangent de la brioche

Las apreciaciones de la Sra. Álvarez de Toledo sobre la situación política contemporánea y sus patologías son excepcionalmente lúcidas. Su descripción de la sintomatología es brillante y brillante también, pero por su ausencia, es la etiología. Ello conduce inevitablemente a propuestas de tratamiento de los síntomas, mas no a una verdadera terapia. Extrañamente Cayetana Álvarez de Toledo no parece preguntarse seriamente por las causas del éxito electoral de una neoizquierda tan claramente inconsistente y demagógica. La ignorancia política del ciudadano, sus angustias existenciales, su fácil adherencia a tesis populistas, etc. (es decir, lo que lo mueve a dejarse seducir por discursos engañosos) están motivadas por algo. La pregunta por ese algo falta. Para una adepta acérrima del liberalismo la respuesta podría ser incómoda.

Si consideramos las causas del ascenso de Podemos y del giro de buena parte del PSOE hacia posiciones similares a las de ese partido, deberemos considerar el desarrollo de la situación social del país durante los últimos cuarenta años. El llamado "estado del bienestar" en España nunca ha llegado a serlo de verdad, su nivel ha sido muy inferior al alcanzado en naciones como las escandinavas, los Países Bajos, Alemania, Austria o incluso Francia. Las altas tasas de desempleo sólo han sido esporádicamente enmascaradas mediante puestos de trabajo temporales y mal pagados. Varias generaciones de ciudadanos han vivido en un continuo temor a la precariedad, si han tenido la suerte de no caer en ella. El derecho constitucional a una vivienda digna no ha llegado jamás a universalizarse, antes bien la situación ha empeorado gravemente desde 2008. El sistema educativo se ha ido degradando y ha sido incapaz de inculcar un sentido de responsabilidad política y de pertenencia solidaria del individuo al colectivo de la ciudadanía, como tampoco lealtad hacia el Estado en su calidad de expresión institucional y medio de articulación política de la voluntad popular. 

El liberalismo económico e ideológico, que en mayor o menor medida se impuso incluso entre la izquierda, ha tenido una inmensa responsabilidad en este fracaso. Frente a los problemas sociales, la respuesta fue durante décadas desregularizar mercados y relaciones laborales, supuestamente para crear empleo. Y una y otra vez moderación salarial, moderación de la carga fiscal a los económicamente más potentes, ahorro en la administración pública. Al mismo tiempo, desde muchos medios de comunicación y algunos partidos políticos, se cultivó sistemáticamente la desconfianza hacia el Estado, dando de él la imagen de que ni surge de la ciudadanía ni es un instrumento en sus manos, sino un enemigo, un monstruo ineficaz y opresor. Mientras tanto, se fomentaba el consumismo y un individualismo egoísta que ha minado la solidaridad social y ha contribuído decisivamente a erosionar instituciones tradicionales como la familia, que garantizaban protección a sus miembros.

En una sociedad con el todavía fragilísimo nivel de desarrollo económico, cívico y cultural de la España postfranquista las consecuencias han sido desastrosas: frustración de muchísimos al no poder alcanzar los niveles de bienestar material glorificados como ideal, deslealtad hacia el Estado y hacia las propias instituciones políticas democráticas, precariedad económica y sus amargas consecuencias existenciales, individualismo que degenera en egoísmo y, ante el fracaso, en fatalismo cínico, desmoralización, escepticismo... 

Las promesas del liberalismo han resultado ser tan falaces como las del marxismo: la igualdad ante la ley, burlada por la corrupción y el imperio del dinero; la prosperidad universal por medio del mercado libre, siempre pospuesta, mientras los más tienen cada vez menos y los menos cada vez más. Sin ninguna duda, no sólo ha sido el liberalismo, infuso en toda la política occidental como mínimo desde la caída del Muro en 1989, el único culpable, pero muy probablemente sí el mayor.

Los atentados islamistas de 2004, la crisis financiera de 2008, el escándalo en torno a la cacería del Rey Juan Carlos en Botswana en 2012, su abdicación en 2014 y la crisis de Cataluña en 2017 son, en su diversidad, hitos que dejan la crisis al descubierto. No es raro que resulten intensamente irritantes en medio de una frustración social largamente latente. Tampoco es extraño que en las circunstancias resultantes de una política más o menos inspirada en el neoliberalismo thatcheriano, asumido parcialmente hasta por la socialdemocracia, se produjera el giro hacia un populismo que encubre su oportunismo bajo un discurso y un accionismo demagógicos. 

Aunque de ningún modo puede negarse que en el liberalismo haya principios benéficos que permitan combatir este despotismo falaz, tampoco es aceptable entonar las loas de una ideología que con su acción política ha creado las condiciones ideales para el surgimiento de un populismo neoizquierdista, sirviéndole en bandeja causas con las que nutrir su retórica demagógica. Cayetana Álvarez de Toledo parece no advertir nada de todo esto, ni la necesidad de someter al liberalismo, incluso desde posiciones liberales, a un análisis crítico. En lo personal la Sra. Álvarez de Toledo ejerce la autocrítica, en lo ideológico ni siquiera considera su posibilidad.

Si bien su preocupación por el deterioro del orden constitucional es más que legítimo, ello no justifica su casi desdén por los asuntos «normales»: economía, educación, pensiones... , que no parece ver como prioritarios, por no hablar de los urgentisimos problemas medioambientales, que en su discurso parecen no existir. Desde luego no puede pedirse de una persona política que domine o se interese por igual por todos los temas, pero hay unos cuantos asuntos que, de tan acuciantes, exigen una toma de posición. 

Ciertamente el hundimiento de las instituciones y los principios que las sustentan impide toda actuación política en cualquier campo (incluso el normal), pero por otra parte este hundimiento es, entre otras cosas, consecuencia de una mala gestión de los asuntos normales. Es deseable e incluso exigible que el ciudadano asuma su responsabilidad institucional; pero no se le puede pedir que tolere de la política el aplazamiento de esfuerzos inexcusables respecto a situaciones de gravísimas consecuencias existenciales para los individuos. 

Desgraciadamente, en ningún pasaje del libro la autora considera los problemas materiales de la ciudadanía, como el aumento de la pobreza y la desigualdad económica, el deterioro del sistema educativo, el altísimo coste de la vivienda, la crisis de la asistencia sanitaria (al margen de la epidemia del virus corona), la delincuencia, etc. Sólo en un párrafo recuerda estas realidades, pero no para reconocer su gravedad, sino para banalizarlas. Aunque muy extenso el párrafo merece ser reproducido por entero:

Será por eso que no me conmueve la escritora Iris Simón, cuando se queja de las penurias relativas de su generación. "Lo que más envidio de mis padres a mi edad —dijo delante de Sánchez y su corte— es que para ellos tener hijos no supuso el salto al vacío que yo siento ahora. Con veintiocho años he vivido tres ERE y mi contrato temporal finaliza dos días después de la fecha programada para mi primer parto". Es verdad. Hay precariedad y hay incertidumbre. Pero para mitificar aquella España, o aquella Europa, hace falta un salto de pértiga literario. Lo explica bien Johan Norberg, otro optimista racional, cuyos ensayos son un homenaje al sentido común: "Es posible que mi padre pudiera comprarse una casa con un solo sueldo y los jóvenes de ahora no. Pero nos obsesionamos con el dinero y nos olvidamos la enorme cantidad de cosas que antes sólo estaban al alcance de los más ricos y ahora disfrutamos la mayoría: educación de calidad, grandes avances médicos, viajes en avión, acceso universal a productos culturales". Y añade: "Quizá lo mejor sea aceptar que la incertidumbre forma parte de la vida, que las dificultades son consustanciales a la condición humana y que no hay una forma realista de escapar de ellas".

El desconocimiento de la realidad y la falta de empatía que se desprende de estas líneas es espeluznante. ¿De dónde sacará dinero para viajes en avión quien está a punto de perder el empleo cuando va a tener un hijo? ¿De qué educación de calidad se trata? ¿A qué productos culturales tendrá acceso quien carezca de ingresos? Y en medio de esa situación, sin poder hacer frente a gastos elementales ¿cómo hará para no obsesionarse con el dinero? ¿Qué hay de racional en los consejos del Sr. Norberg? ¿No serán, para la joven madre desempleada, una burla afrentosa más que un homenaje al sentido común? Por si con esto no bastara la Sra. Álvarez de Toledo añade:

Realmente no creo que la vida de nuestros padres fuera más fácil que la nuestra. La del mío —el exilio, la guerra, la penuria y un esfuerzo sobrehumano para lograr, primero, una cierta autonomía y, por fin, el éxito profesional—, es un ejemplo de superación. Papá observaba los progresos y privilegios de la Europa del bienestar, escuchaba la letanía quejica de sus jóvenes, y gruñía con estupefacción. Y mi madre, en fin, se buscó la vida, lo que no quiere decir que fuera una buscavidas. Una mujer inteligente, culta y gozadora. Tuvo dos hijas con hombres distintos en una Argentina todavía moralmente ortodoxa y logró reinventarse pasados los cincuenta años: de gran salonnière porteña a criadora de caballos, una pasión ruinosa. Todo menos renunciar al placer. Recuerdo uno de mis primeros días en el colegio Northlands, con siete años. Una compañera se burló de mí por no tener el mismo apellido que mi hermana. Le di un bofetón y acabamos las dos en el despacho de la directora. Y también el gesto de mi madre cuando, al año siguiente, para un trabajo escolar, le pedí una foto suya vestida de novia. Impertérrita, rebuscó entre sus álbumes y me dio una en la que aparecía vestida con un sublime camisón blanco estilo años cuarenta. Ni un paso atrás.

En otro pasaje, la autora nos ha contado que el exilio estadounidense de su padre francés consistió en ser espectador furtivo de las fiestas de Peggy Guggenheim en Nueva York, además de ir al teatro con Yul Brinner. Sus padecimientos de guerra, después de enrolarse a fines de 1944 o principios de 1945 (!), consistieron en viajar con otros soldados en un barco en el que debía hacer cola para comer, se aburría y se mareaba por el vaivén, pero sin llegar nunca a ver un combate, pues lo destinaron a Casablanca, a unos miles de kms del frente cuando la guerra estaba ya casi acabada. 

Comparados con los padecimientos de la madre de la autora para pasar de gran salonnière al ruinoso negocio de la cría equina; para sacar a su hija del trágico entuerto de tener que presentar en un colegio de lujo una foto inexistente de la madre como novia; y para no traicionar su heroica inclinación al hedonismo... Qué duda cabe, los rezongos de una embarazada a punto de perder su medio de vida son puro melindre.

Que la Sra. Álvarez de Toledo jamás haya pasado por ciertas experiencias no es culpa suya, pero tampoco basta para explicar su actitud. ¿Son los límites de una inteligencia cuyo brillo sería espejismo? ¿Es un atroz ofuscamiento ideológico? ¿Una monstruosa atrofia ética debida a una paupérrima educación moral? ¿O es algo bastante peor? Tal vez un poco de cada cosa... 

En todo caso, ante estos pasajes es imposible no recordar aquella frase falsamente atribuida a la calumniadísima María Antonieta: S’ils n’ont pas de pain, qu’ils mangent de la brioche! Involuntariamente la Sra. Álvarez de Toledo nos explica quién regala argumentos a chavistas, a peronistas y a "podemistas". Es decir, a todo demagogo capaz de arrastrar a una masa desfavorecida, corrompida por el mal ejemplo de los estamentos dirigentes, rencorosa y no necesariamente culta. No menos culpa que el demagogo y sus seguidores tienen los que le proporcionan una causa.

Los orígenes de una perversión

Aunque la Sra. Álvarez de Toledo es excepcionalmente lúcida en su comprensión del nacionalismo catalán, también aquí sería deseable una mayor profundización, sobre todo teniendo en cuenta su formación de historiadora. En primer lugar, se detecta un error fundamental de apreciación histórica en su equiparación de hechos muy dispares, cuando escribe: 

La tercera característica del separatismo es su empeño en crear comunidades identitarias diferenciadas dentro de la comunidad cívica de origen. Lo apuntó Macron sobre el islamismo en Francia y lo avala la historia del nacionalismo catalán. En 1640. En 1714. En 1934. Y sí, también en 2017. 

Aquí la autora cae en la trampa de la tergiversación nacionalista de la historia. El nacionalismo de 1934 y 2017 falsifica sistemáticamente los hechos de siglos pasados para adornarse a sí mismo con un fundamento y una justificación pseudohistóricos.

En 1640 acaece una traición que ha de ser considerada en el marco de la Guerra de los Treinta Años, si bien en un teatro de operaciones periférico, con una revuelta campesina y un conflicto entre la nobleza y la corona como detonante, fenómenos típicos de la época y sin conexión con el nacionalismo. El hecho de que la "república catalana" dure apenas dos semanas y de que sus dirigentes acepten sin objeciones convertirla en provincia francesa, revela el verdadero carácter de este movimiento.

En 1714, nos hallamos en el contexto de una guerra ante todo dinástica por una parte y de la defensa, por otra, de particularismos de carácter feudal. En tales circunstancias la reivindicación de ciertas "libertades", fueros, etc. no es en ningún sentido "nacionalista", sino estamental, referida a los privilegios de determinados grupos de población en un territorio dado. Debido a la insignificancia cívica e institucional en la que se hallan los grupos mayoritarios de población, estos derechos de la nobleza y la burguesía son considerados como derechos del "pueblo", ya que en atención a sus atribuciones políticas el pueblo está formado sólo por esos grupos (como los muy exclusivos y excluyentes demos ateniense y populus romano).

Hablar de nacionalismo en 1640 y en 1714 es un anacronismo evidente: el nacionalismo es hijo de la Revolución Francesa. La interpretación nacionalista de hechos como los mentados es propia de una historiografía de finales del s. XVIII y del XIX, fuertemente ideologizada, de la que fue pionero Schiller en su muy débil obra como historiador. Desgraciadamente la Sra. Álvarez de Toledo parece estar varada en esa visión de la historia.

En otro orden de cosas, la Sra. Álvarez de Toledo reconoce, al menos de manera implícita, que el nacionalismo catalán es un hijo de la burguesía regional. Ahora bien ¿por qué la burguesía catalana cae en ese desvarío? La respuesta no se debe buscar sólo en Cataluña. La burguesía surge en España muy tarde y en regiones periféricas poco aptas para su desarrollo. Condiciones mejores que Cataluña ofrecía por ejemplo Andalucía, con ciudades como Cádiz y su intenso comercio transatlántico, con un productivo entorno agrícola-ganadero, con una inmejorable posición estratégica entre el Mediterráneo y el Atlántico, con la mayor riqueza minera del país y con una rica clase de terratenientes que disponía del capital necesario para poner en marcha la industrialización de la región. 

Sin embargo, es en Cataluña, cuya única ventaja es la frontera con Francia, donde muy tarde aparece una burguesía inevitablemente mal formada, que durante décadas ni se expande ni tiene apenas émulos, que permanece provinciana y se aferra al terruño y a su "identidad". Frente a la decadente oligarquía española de la época, padece desde sus inicios de un ambiguo sentimiento de superioridad (por su laboriosidad y eficacia económica) e inferioridad (por su falta de lustre, de historia, de “mundo”) al mismo tiempo, lo cual intenta conjurar con una actitud desconfiada y arrogante. Por supuesto hay excepciones, pero la burguesía catalana, al margen de su poderío económico y de su relativa antigüedad, sigue, en el fondo, reaccionando a menudo como una pequeña burguesía tenderil: el nacionalismo segregacionista es la más delirante expresión de esa forma de ser. Todo esto la separa de las burguesías de países como Francia, Inglaterra, Italia, Alemania, etc. y la convierte en una excepción genuinamente española.

Sin embargo, ni esa burguesía, ni el lavado de cerebro impulsado desde las instituciones, ni la oportunista complicidad de los grandes partidos nacionales han sido los únicos factores que han nutrido el nacionalismo catalán. También procesos como la globalización, la tecnificación, la continua aceleración de los cambios económicos y sociales, la inseguridad derivada de las políticas neoliberales, la vertiginosa pérdida de valores religiosos junto al creciente desprestigio de la Iglesia, etc. han favorecido que una buena parte de la población de Cataluña se echara en brazos de un nacionalismo omnipresente buscando en él un asidero. 

La fantasía del independentismo, aun con la estrechez de miras y las automutilaciones que conllevan, tiene mucho que ver con el deseo de recuperar el control sobre el entorno y sobre la propia existencia, control que se pierde velozmente en favor de instancias lejanas y abstractas en nombre de un "progreso" insatisfactorio y frustrante. Naturalmente es posible disentir de esta visión del problema; lo inaceptable, sin embargo, es no plantearse una causa fundamental por falta de reflexión profunda. Y eso es, en parte, lo que ocurre en Políticamente indeseable. La propuesta, sin la menor duda imprescindible y justa, de sacar a los no nacionalistas en Cataluña de su situación de ostracismo, subordinación y acoso dándoles presencia, prestigio, poder y presupuesto se queda en eso: no se concreta, no se nos dice cómo debe cumplirse, no se atisba un esbozo de plan para llevarla a cabo, ni en qué marco jurídico y político. No pasa de ser una declaración de principios o un buen deseo.

Notas

Cayetana Álvarez de Toledo, «Políticamente indeseable», Barcelona: Ediciones B, 2021, 520 páginas. ISBN 978-8466669993

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