Opinión

Ucrania

Valery Gergiev y la caza de brujas

J.G. Messerschmidt
martes, 1 de marzo de 2022
Valery Gergiev © 2022 by ICNews Valery Gergiev © 2022 by ICNews
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En 1974 Mstislav Rostropovich, el gigantesco violonchelista y director de orquesta, tuvo que abandonar su hogar en Rusia y marchar al exilio. El motivo fue haber defendido públicamente a Alexander Solzhenitsyn frente al gobierno soviético, que más tarde incluso lo privó del derecho de ciudadanía, de modo que hasta su muerte fue apátrida. Con más de una década de destierro pagó por haber expresado públicamente una opinión política: sólo tras la caída del muro y el fin del comunismo pudo volver a Rusia, aunque sólo quiso hacerlo de visita. Gorbachov y Putin lo colmaron de honores, que Rostropovich agradeció con explícitas muestras de simpatía hacia ambos y su política.

Valery Gergiev ha sido excluído de las actuaciones previstas con la Filarmónica de Viena en Nueva York. Además, el alcalde de Milán y el director del Teatro alla Scala le exigen que se manifieste contra la posición del gobierno ruso en la guerra con Ucrania si quiere volver a dirigir en el coliseo milanés. En Múnich, donde Gergiev es director jefe de la Filarmónica, el alcalde lo ha emplazado a que en menos de 72 horas se manifieste inequívocamente en el mismo sentido. Si no lo hace, será destituído. El comunicado del Sr. Reiter tiene unos aires imperiosos y marciales que recuerdan inevitablemente aquel género de comunicación diplomática de antaño llamado "ultimátum inaceptable" y que las cancillerías de hace un siglo o más presentaban cortesmente cuando la guerra estaba ya decidida y planeada hasta en sus pormenores. En este sentido, la algarada verbal del Sr. Reiter no deja de tener un cierto anacrónico encanto, sobre todo en estos tiempos, en los que da igual si uno invade dos veces el Irak u ocupa el Afganistán o ataca Libia o Siria, o marcha contra Ucrania sin tomarse siquiera la molestia de presentar un ultimátum o una declaración de guerra. O tempora o mores!

A Mstislav Rostropovich la dictadura comunista lo condenaba al ostracismo por ser amigo de un disidente y por expresar una opinión públicamente. A Gergiev las democracias liberales le imponen la misma pena por ser amigo de Putin, y no por haber expresado una opinión, sino por no haber dicho esta boca es mía. A Rostropovich se lo quería obligar a callar algo que no gustaba a un poder dictatorial. A Gergiev se lo quiere obligar a decir algo que guste a un poder democrático.

¿Democrático? Sí, por supuesto. Pero ya se sabe, en caso de guerra... Por otra parte, nuestras democracias han descubierto últimamente el deporte cinegético y se han aficionado a él, concretamente a su variante denominada "caza de brujas". Da lo mismo que se trate de la guerra en Ucrania que de cualquier divergencia de la opinión que se supone ética y políticamente correcta. Con predilección y entrega absoluta se practica la caza de los disidentes en cuestiones de "género" y de sanidad pública. 

También el mundo de la cultura han abundado últimamente las actividades cinegéticas. La lengua latina, por ejemplo, ha sido uno de los trofeos más preciados de las últimas temporadas, que no conocen tiempo de veda. La Universidad de Princeton ha suprimido cursos de griego y latín para principiantes de filología por el carácter supuestamente racista, sexista y colonialista de autores como Homero o Virgilio. No faltan filólogos clásicos, como el inefable profesor Padilla Peralta, que, dispuestos a perpetrar un alambicado harakiri laboral, reclaman la supresión de los estudios clásicos para así demoler la perversora herencia de sujetos tan malévolos como Séneca, Platón, Eurípides o Cicerón. Francisco I pone su granito de arena mediante una disposición que casi imposibilita la celebración de misas en latín, aduciendo el "mal uso" que se hace del rito tridentino.

Pero también Samuel Beckett y George Orwell se han converido en piezas de caza a título póstumo. La universidad de Northampton desaconseja a sus estudiantes la lectura de Final de partida y de 1984, libros "explícitos" que pueden "herir la sensibilidad" ¡igual que las películas con la calificación "S" en la España postfranquista! ¿Hace falta recordar el caso de Plácido Domingo? ¿O la retirada del cuadro de Waterhouse Hylas y las ninfas en la Galería de Arte de Mánchester? ¿O ciertos intentos de expulsar a Shakespeare de los planes escolares?

Ahora bien, el caso de Valery Gergiev es, si cabe, más grave. Lo que se castiga es el silencio sobre una guerra, no la expresión de una opinión "políticamente incorrecta". Si no dice expresamente que es amigo, es que es enemigo. No hay "presunción de inocencia". Si Gergiev no demuestra la suya, es culpable. ¿Pero culpable de qué? ¿De no repudiar la posición rusa en el conflicto? ¿Es que tiene alguien la obligación moral o política de hacerlo? ¿Por qué?

La pintura en blanco y negro es siempre una falacia, pero en este caso aún más. Quien sepa un poco de historia y se haya molestado en informarse sobre las complejísimas implicaciones estratégicas, económicas, culturales, ideológicas y financieras de esta guerra; quien sea consciente de la propaganda manipuladora que ahoga en un océano de tergiversaciones y falsedades a los medios de comunicación de uno y otro bando; quien sea capaz de usar su propia cabeza y no admita que otros piensen por él, reconocerá que cualquier versión en blanco y negro es inaceptable. 

Pero aunque el blanco y negro reflejara fielmente la realidad  y aunque Valery Gergiev aprobara la posición rusa ¿sería eso motivo para destituírlo? ¿Qué queda de las libertades de pensamiento, opinión y expresión? ¿Sólo pueden ejercerse para corroborar la "corrección política" y coincidir con el poder? Si es así, si el poder puede determinar qué opinión es lícita y cuál no, si puede decretar que ni siquiera basta con no contradecirla, sino que es obligatorio adherirse públicamente a ella ¿en qué clase de sociedad y régimen político vivimos? Sin ninguna duda, en una democracia.

Claro que modelos de democracia hay muchos: la España de Franco era una "democracia orgánica", la antigua Atenas era una democracia en la que aproximadamente un 15% de la población tenía derechos cívicos, y también se llamaban "República Democrática" Albania y Alemania oriental en tiempos del comunismo, sin olvidar la "Kampuchea Democrática" de Pol Pot. Actualmente, uno de los faros de la democracia es la República Popular Democrática de Corea, también conocida como Corea del Norte. En vista de todo ello no podemos dudar de que los alcaldes de Milán y Múnich actúan como demócratas y nada tienen en común con el tirano Putin.

Aunque gane un poquitín más y sea algo más conocido que un barrendero o un profesor de instituto, en Múnich Valery Gergiev es un empleado municipal como ellos y políticamente con tanta representatividad, responsabilidad y poder como ellos. Lo que piense y calle o diga no tiene más relevancia que la puramente personal y privada. Con respecto a su trabajo en Múnich sus únicas obligaciones son respetar la ley, comportarse discretamente y obtener excelentes resultados artísticos en la Filarmónica. Punto. 

¿Es legal que el patrono dicte a un empleado una posición política y le exija hacerla pública so pena de rescindir su contrato? Me temo que a los contribuyentes muniqueses les saldrá muy caro el ultimátum de su alcalde. Y es que más que un ultimátum es un despido improcedente y (aunque esto no tenga consecuencias jurídicas) muy hipócrita, pues bien sabe el alcalde Reiter que satisfacerlo significaría para Valery Gergiev dejar de ser director (lo es desde1988) del Teatro Mariinsky de San Petersburgo y, probablemente, tener que irse al exilio. Otros artistas rusos se han manifestado contra su gobierno, pero no teniendo ni una amistad previa con Vladimir Putin ni la fama mundial de Gergiev su actitud, muy valiente, despertará menos iras de lo que lo haría una deserción del célebre director ruso.

Por otra parte, existe un precedente que no se puede olvidar. En el año 2003 el estadounidense James Levine ocupaba en Múnich el mismo cargo que ahora Valery Gergiev. Ese mismo año los Estados Unidos invadieron el Irak con el pretexto, a todas luces falso, de que este país poseía armas químicas secretas y estaba involucrado en los atentados del 11 de septiembre de 2001. No cabía ninguna duda de que se trataba de una guerra que violaba de modo flagrante el derecho internacional. James Levine no parecía precisamente ser un gran enemigo del presidente Bush. Sin embargo, a nadie se le pasó por la cabeza la idea surrealista de exigir al Sr. Levine una declaración contra la invasión del Irak. Los irakíes son árabes, no europeos. Los invasores eran estadounidenses, no rusos. En vista de lo cual ¿quién podría ser tan insensato de comparar aquellas guerras con la actual?

El concierto de la Filarmónica de Viena en Nueva York que debía ser dirigido por el Sr. Gergiev (tercer sucesor de Levine en Múnich), no se cancela. Yanick Nézet-Séguin, sucesor de Levine como director del Metroplitan, ironía del destino, ha aceptado substituir a su colega ruso. ¿Cómo se llaman los que nunca desperdician una buena oportunidad? Es de esperar que el Sr. Nézet-Séguin no tenga jamás que proporcionar involuntariamente una buena oportunidad a algún otro, pero nunca se sabe... ¿Habrá pensado el Sr. Nézet-Séguin en ello? ¿Lo habrán hecho otros artistas? De uno u otro modo, lo que le sucede a Valery Gergiev podría llegar a ocurrirle a todo hijo de vecino. Cualquiera podría un día ser trofeo de una caza de brujas. Usted y yo también.

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