España - La Rioja
Sokolov, imponente en Logroño
Teresa Cascudo

Indiferente al éxito cosechado en el recital que realizó en Zaragoza el pasado 24 de febrero, Grigori Sokolov se pasó el viernes y una parte del sábado, el día de su concierto en Logroño, haciéndose con la sala donde, por primera vez, tocó ante el público riojano. Dejó claro, en la agradable Sala de Cámara de Riojaforum, por qué es unánimemente considerado uno de los mejores pianistas vivos.
Nuestra directora, en una preciosa crítica, decía que le transmite la sensación de que solo el piano le sostiene y le da un motivo para enfrentarse al mundo. Como tengo la suerte de haberlo oído en vivo en varias ocasiones, puedo afirmar de forma categórica, que, a este pianista, cuando se presenta en un escenario, lo único que le importa es la música. Quienes le escuchan sienten ese respeto y ese desprendimiento y se lo agradecen. Sus interpretaciones nos llevan muchas veces al borde del abismo, en el sentido múltiple que esta palabra tiene en la poesía de Baudelaire. Se presentan o así lo percibo yo, como si fueran una cuestión de vida o muerte.
Sokolov comenzó las Variaciones “Eroica” atacando de forma rotunda el acorde inicial y subrayando su carácter de embrión de todo lo que viene a continuación. Analizar la sutileza con la que transformó el fortissimo inicial en el pianissimo de las octavas en el que se despliega el bajo del tema podría dar pie a un seminario entero. A partir de ahí, todavía en la introducción, fue mostrando la sucesiva superposición de voces, dándoles protagonismo a medida que se iban incorporando. Cuando, por fin, apareció el tema, su versión no fue galante ni bienhumorada, sino casi sardónica, como quizá la hubiera tocado
.El maestro de capilla creado por
sirvió de inspiración a la composición de Schumann que también formaba parte del programa. A partir de aquí, Sokolov, sin nunca perder de vista el control de la obra como un todo, fue desgranando las quince variaciones —despreocupada la primera, brillante la segunda, casi circense la tercera, amable la cuarta, inocente la quinta...— usando las alusiones al inciso de tres notas repetidas que Beethoven destaca en la introducción como elemento inquietante, que apuntaba, como he escrito hace un momento, constantemente hacia el abismo. En sus manos, estas variaciones se convirtieron en una especie de cuadros de una exposición, tal fue la multiplicidad de colores, dinámicas y ataques que nos dio a escuchar, elementos de los que, en otras lecturas de esta obra, incluso excelentes, no se saca tanto partido.Después de escuchar las prometeicas variaciones de
, la ternura de la nana que canta el piano en el primero de los Intermezzi op. 117 de tuvo un efecto extraordinario, que se prolongó a lo largo de las siguientes piezas. Sokolov nos introdujo así en el universo finisecular del compositor de Hamburgo, en el que, a mí, personalmente, me gusta mucho escucharlo. Uno de los motivos es porque parece abordarlo desde la polifonía, mostrando siempre, con toda claridad, las voces de la intrincada escritura pianística del compositor de Hamburgo. De este talento depende, además, el éxito de cualquier interpretación de Kreisleriana op. 16, una de las obras más bachianas de , con la que concluyó el programa anunciado. Se trata de otra obra que ha acompañado a Sokolov durante décadas. Hizo una lectura, por así decirlo, menos tempestuosa que la de versiones anteriores, más ascética y, por eso mismo, más intensa y mucho más arriesgada.Para concluir, también en Logroño disfrutamos de las propinas que Sokolov suele regalar a la audiencia. Las cinco primeras coincidieron con las que había dado en conciertos anteriores. Las última, sin embargo, no. A todas ellas, después de la invasión de
por parte del ejército de Vladimir , les atribuí, de forma espontánea, un significado adicional. Así, ganó para mí una especial relevancia recordar que Rachmaninov fue uno de los más célebres exiliados del régimen instaurado en Rusia en 1917, del que el actual presidente de la Federación Rusa se declara, actualmente por vías de facto, heredero.Las campanas del Preludio op. 23 nº 10 doblaron, como en el resto de la obra de
, por el pueblo ruso. Tampoco se me había ocurrido nunca que los acordes del Preludio op. 28 nº 20 en do menor de pudieran ser tocados —¿o quizá escuchados?— con tanto enfado contenido. Ni el coral preludio “Ich ruf zu dich Herr Jesu Christ” (“A ti clamo, Señor Jesucristo, te suplico, escucha mi lamento...”), de , el último bis que dio Sokolov, me había parecido nunca tan apropiado como en las actuales circunstancias.
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