España - Madrid
Gusto por lo ambiguo
Germán García Tomás
En su visita a Madrid, la Orchestre de la Suisse Romande, formación centenaria que fundara el ilustre Ernest tras la Primera Guerra Mundial, venía a exhibir una pequeña muestra de su gran variedad de repertorios a las órdenes de su titular Jonathan dentro de la temporada de Ibermúsica.
La música francesa es desde sus orígenes el gran caballo de batalla de la orquesta, entre cuyos atriles se cuentan dos españoles, y por ello el programa comenzaba con el complejísimo e infrecuente Concierto para flauta de Jacques con el franco-suizo Emmanuel como solista, toda una exhibición de florituras y escalas en una obra ecléctica y de grandes contrastes entre pasajes virtuosísticos y más reflexivos o líricos. Ibert, heredero de Debussy y de la corriente impresionista, isla solitaria frente al Grupo de Los Seis, vierte en sus pentagramas ese gusto por la ambigüedad tonal y las cadencias y ecos orientales, siempre presentes y fluctuantes.
Pahud extrajo de su instrumento muchísimo volumen en los movimientos extremos en esa multitud de ágiles piruetas y saltos al registro agudo del instrumento que la endiablada escritura de Ibert le exige, destinando para el Andante una hipnótica capacidad para delinear las frases largas, algo que lo emparenta con el tiempo central del Concierto en sol de Maurice Ravel, con ese solo de flauta que acompaña al piano en gran parte de la pieza.
La entusiasta recepción del público no se hizo esperar tras el rítmico y sincopado Allegro conclusivo –apellidado scherzando por su carácter jovial y juguetón- y donde además se adivina un guiño al ritmo de jazz en su primer tema que tanto agradaba a los impresionistas franceses, el propio compositor de Ciboure entre ellos. Pese a los aplausos, Pahud se hacía de rogar, y en un perfecto español, terminó ofreciendo como propina otra pieza de paternidad francesa con rasgos chinescos.
Y lo ambiguo también es nota dominante y terreno exclusivo de Mahler. Y de una obra espectacular como es la Quinta, una obra repleta de contrastes en su genuina estructura formal y que es todo un reto para una formación seria que se precie de serlo. Meticuloso, aunque con energía a veces desbordada en sus brazos, Nott hizo primar el músculo orquestal ya de entrada en la Marcha Fúnebre, con un primer trío donde al británico se le descontroló, encabritado, el torrente orquestal, y no fue la única vez que le ocurrió en toda la ejecución de la sinfonía. Pero Mahler no es sólo ruido. Siguió por los mismos cauces en el segundo movimiento, que es la continuidad narrativa del primero, con instantes más inspirados que otros, caso del coral, bien preparado. En el gigantesco Scherzo, donde la batuta se abandonaba gustosa al marcado ritmo de ländler, tuvo oportunidad de lucirse la espléndida y veterana trompista Julia Heirich, con certeros y afinados solos –no lo fue precisamente la fanfarria aguda de trompeta que finalizó la Trauermarsch-, tras lo que llegó la más inspirada lectura, la de un Adagietto casi susurrado, de cuidada línea y donde las cuerdas respiraron unidas en el amplio arco de la melodía que el delicado dibujo de las manos iba abriendo paso. El Rondó final, en attaca, desplegó con claridad todo el corpus contrapuntístico, con eficaz manejo de tensión y creación de clímax. Buena sección de viento madera, en especial clarinetes y clarinetes bajos.
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