España - Cataluña
El Haendel más popular
Jorge Binaghi

Inaugurando un ciclo de tres óperas barrocas en forma de
concierto (muy seguidas; no sé si es buena idea -ni yo mismo sé si podré
asistir a todas) se presentó en el recinto del Palau el que todavía, pese a la
creciente presencia (por suerte) de Haendel en la programación habitual de los
teatros, sigue siendo su título más conocido. Me sorprendió por eso que el
Palau estuviera a medias lleno. A saber qué ocurrirá con los dos títulos
próximos, que son de Purcell, y no Dido
and Aeneas.
La versión tuvo muy buen nivel, en algunos momentos
sobresalientes. Por empezar, el conjunto sonó muy bien y muy vital, como lo es
la batuta de su director, que en su entusiasmo parece dirigir también con los
pies de tanto que golpea la tarima. Suprimidos los roles comprimarios de Nireno
(o la menos frecuente Nerina) y Curio, el resto fue integralísimo, comprendido
algún número solista de Cleopatra y de Achilla que se suelen cortar. Las
brevísimas intervenciones del coro (al inicio y al final, y una aun más breve
por la mitad) la cubrieron los solistas al unísono.
Visto que yo no lo conocía para nada cito en primer lugar
al protagonista de Lowrey, un Cesare que juega en la liga de los grandes. Tal
vez no sea su color muy personal o bello, pero sí es igual en los registros con
un grave natural interesante; su habilidad para la coloratura y los ornamentos
quedó más que sobradamente probada, y su dominio del italiano y la propiedad de
los recitativos (‘Alma del gran Pompeo’) fue total. Se mostró, como los otros,
muy buen colega, aplaudiendo las intervenciones ajenas, pero destacó por su
forma de seguir toda la música de la ópera (en especial ‘Piangerò la sorte mia’
con los ojos cerrados, mientras Hillary Summers -también jovial- la iba
diciendo al mismo tiempo que Cleopatra la cantaba. Son cosas ‘nimias’ tal vez,
pero que se deben -creo- subrayar).
Sampson ya había debutado aquí y su Cleopatra no
decepcionó, ni por canto ni por su convincente interpretación gestual (en
particular en los momentos de ‘Lidia’ -su aria inicial ‘Non disperar chissà’
fue chispeante y maliciosa). Tal vez la larga ‘Se pietà’ resultara algo
monótona, pero ‘V’adoro pupille’, la mencionadao ‘Piangerò’, y la pirotécnica
‘Da tempesta’ más algún otro momento y sobre todo el dúo final ‘Più amabile
beltà’ tuvieron una traducción exacta (uno podría pedir más brillo o
personalidad al timbre, pero sería superfluo).
Maite Beaumont estuvo brillante en Sesto (y francamente
prefiero una mezzo o un tenor, a un contratenor) y sólo en algún momento (como
en ‘L’angue offeso’) pareció llegar al límite de sus notables reservas en una
labor que es para mí la mejor de todas las que le he visto hasta el presente.
Summers no me ha convencido nada en anteriores ocasiones.
Aquí, pese a que el timbre sigue siendo ingrato y hubo algún engolamiento, no
sonó tan destemplado como entonces y fue una digna Cornelia.
Muy bien López en Achilla, perfecta dicción y legitimidad
estilística. Sólo era en algunos momentos demasiado grave la tesitura de ‘Dal
fulgor di questa spada’, un aria que mucho no se escucha y debería en cambio, porque es notable.
El único lunar que impide decir que fue una versión
realmente notable fue la actuación del joven Derri, cuyo Tolomeo habría pasado
casi desapercibido (entre otras cosas el volumen es escasísimo) si no hubiese
sido porque su registro agudo sí se oía y traía a la mente todas las objeciones
que se puedan hacer a la voz de un contratenor. Ciertamente mucho mejor para el
personaje que un bajo (como lo fue mi primer Tolomeo en épocas donde la
filología estaba en pañales), pero me encontré añorando al Franz Crass de 1968
(que no era ni un estilista ni un gran cantante). El público presente aplaudió
con mucho calor casi todas las arias y también al final.
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