Discos
Fin de ciclo
Paco Yáñez
Todo recorrido, cualquiera que haya sido su
fecha y lugar de origen, tiene un final, así que llegamos hoy a uno de esos
finales, con el último volumen del ciclo que el sello discográfico de la SWR
dedica al compositor y director austríaco de origen alemán Michael Gielen
(Dresde, 1927 - Mondsee, 2019), una de las figuras más importantes en la
difusión de la creación musical contemporánea. Con su décimo y último volumen, la
Michael Gielen Edition, una serie de
la que ya les hemos dado cuenta en varias ocasiones, alcanza las décadas finales
del siglo XX, aunque sin llegar a adentrarse en el nuevo milenio, pues ninguna
de las partituras recogidas en este cofre de seis discos compactos llegó a ser
compuesta en un siglo, el XXI, en el que Gielen mantuvo su actividad sobre los
podios orquestales hasta febrero de 2014.
Este décimo y muy recomendable volumen pretende dar fe, asimismo, de las muy variadas estéticas que Michael Gielen defendió a lo largo de su vida, así como de algunos de los compositores con los que mantuvo un contacto más estrecho a nivel artístico y personal: fruto del cual se cuentan en este verdadero cofre de tesoros musicales un buen número de obras estrenadas en su día por el propio Gielen.
Tal fue el caso del monumental y acongojante Requiem für einen jungen Dichter (1967-69), de Bernd Alois Zimmermann (Bliesheim, 1918 - Königsdorf, 1970), partitura dada a conocer por Michael Gielen en 1969, siendo el director que más registros fonográficos ha dirigido de la obra, con hasta tres (de los cinco que conozco): el primero de ellos, en 1971, en el Holland Festival (Bundesverband der Deutschen Industry); el segundo, en el Festival de Salzburgo, en 1995 (Sony Classical); y el tercero, éste del que hoy les damos cuenta, registrado el 17 de abril de 1999 y que se corresponde con el ensayo general (grabado en Friburgo) del concierto que tres días más tarde supondría el estreno americano (en Nueva York) de este Requiem.
Las dos últimas grabaciones antes citadas (Sony y SWR) comparten orquesta, la SWF Sinfonieorchester Baden-Baden und Freiburg, si bien difiere la composición de los coros, pues en 1999 participaron el Kölner Rundfunkchor, el SWR Vokalensemble, la Europa Chorakademie y el Rundfunkchor Berlin. Con Isolde Siebert y Renate Behle como sopranos, Richard Salter como barítono, Michael Rotschopf y Bernhard Schir en la narración, y la Banda de Jazz Alexander von Schlippenbach, Michael Gielen firma la que me parece versión más completa y satisfactoria de las por él grabadas; en especial, por su mejor toma de sonido con respecto al registro de Salzburgo (algo tan importante en esta obra) y por las prestaciones de unos coros, aquí, por encima de los del año 1995.
Al igual que en la grabación de Sony, destaca en este compacto del sello SWR la enorme fuerza en la dirección de Michael Gielen, así como la gran presencia de la banda magnética: superior, incluso, al disco de Sony, algo que escucharemos con mayor claridad en el final Dona nobis pacem. Con respecto a otras grabaciones de este Requiem también dirigidas por ilustres zimmermannianos, como las de Gary Bertini (Wergo, 1986) y Bernhard Kontarsky (Cybele, 2005), las cintas magnéticas llegan a tapar algo a los coros, de forma que las apariciones de los Beatles o de Beethoven resultan mucho más audibles aquí que el entramado vocal, que suena cual fantasmagoría en la distancia. En otros movimientos, las masas corales sí presentan una mayor pujanza; de forma que, en global, y aunque como versión de referencia me siga quedando con la de Gary Bertini (de una transparencia y un equilibrio impresionantes), esta nueva entrega del Requiem für einen jungen Dichter en manos de Michael Gielen me parece la más redonda de sus tres grabaciones, lo cual no es poco.
Pasando al segundo compacto, la primera obra que escuchamos, el sublime Requiem (1963-65) de György Ligeti (Dicsőszentmárton, 1923 - Viena, 2006), no es tampoco una partitura que haya tenido una fortuna discográfica a la altura de lo que merece, como una de las más logradas piezas corales de la historia que es. El estreno y la primera grabación mundial de esta joya vuelven a tener dirección de Michael Gielen, habiendo sido su registro del año 1968 para el sello Wergo la forma en la que muchos conocimos y nos enamoramos de la obra. Un año posterior, esta grabación que hoy reseñamos fue registrada el 17 julio de 1969, con las solistas del estreno en Suecia, Liliana Poli y Barbro Ericson, el SWR Vokalensemble y un impresionante Chor des Bayerischen Rundfunks. Todos ellos nos regalan una versión apabullante y con un sabor de época que se agradece, más dramática que las grabaciones ya dirigidas en el siglo XXI por Jonathan Nott (Teldec, 2002) y Péter Eötvös (BMC Records, 2008): ambas, estupendas, pero con una mayor distancia emocional. La densidad en los pasajes suspendidos de los dos primeros movimientos, con su tensísima micropolifonía, y el contraste con los más histriónicos tercero y cuarto, crean una concepción muy extrema del Requiem, ahondando en lo más oscuro de la obra y rubricando una de las mejores versiones de una partitura tan poliédrica que no deja de necesitar a todas las grabaciones antes citadas para conocer sus muchas posibilidades.
Del recientemente fallecido George Crumb (Charleston, 1929 - Media, 2022) se incluye una partitura, Star-Child (1977), que casi nos exige el retrotraernos al volumen 7 de la Michael Gielen Edition, para allí escuchar la grabación que el 3 febrero de 1995 dirigió Gielen de The Unanswered Question (1908), partitura del genial Charles Ives en la que Star-Child se basa. Como las anteriores grabaciones, estamos ante una toma en vivo, registrada el 24 de febrero de 1979, con la soprano Irene Gubrud, el trombonista Armin Rosin, el Christophorus-Kantorei Altensteig, el SWR Vokalensemble y la Radio-Sinfonieorchester Stuttgart des SWR; todos ellos, con dirección de Michael Gielen. No es ésta la única edición discográfica de una partitura también presente en la edición George Crumb del sello Bridge; allí, con una toma del año 1999 dirigida por Thomas Conlin al frente de la Warsaw Philharmonic Orchestra. Me ha gustado más ésta que hoy reseñamos, por su intensidad emocional y dramática, donde Thomas Conlin pone más pulcritud y distancia. Crumbiana de ley, la versión dirigida por Gielen se enlaza muy directamente con otras páginas del norteamericano, como Black Angels (1970), con la que comparte una inquietante reflexión sobre la historia, que Gielen convierte en un lienzo trágico. Solistas, coro y orquesta me parecen, asimismo, superiores a la grabación de Bridge, pues si aquéllos se muestran, como la partitura ivesiana, más contemplativos, Gielen y sus intérpretes no dudan en sacar todo el dramatismo de esta partitura, con unos realces de cada intervención sobre el fondo de The Unanswered Question de un enorme empaque.
El tercer disco está íntegramente dedicado a un compositor no tan conocido por el gran público como los tres anteriores, pero cuyo catálogo nos presenta partituras, además de caracterizadas por una altísima calidad, de lo más sorprendente en algunos de sus planteamientos espaciales e instrumentales (como los aquí escuchados). Se trata del compositor austríaco nacido en Cuba Jorge E. López (La Habana, 1955), un creador que tuvo en Michael Gielen a uno de sus mayores valedores (desde los años de Gielen como titular en Cincinnati) y de quien escuchamos dos registros grabados en vivo, el 20 de septiembre de 1993, en el marco de un concierto en la Alte Oper de Fráncfort. Se trata de Breath - Hammer- Lightning (1989-91) y de Dome Peak (1991-93, rev. 1996-97); ambas, con la SWF Sinfonieorchester Baden-Baden und Freiburg adentrándose en los habitualmente extremos planteamientos de Jorge E. López: tanto, que el propio libreto nos informa de que este disco presenta dinámicas que han de hacernos extremar el cuidado al escucharlo (especialmente, si lo hacemos con cascos), como notaremos al poco de comenzar Dome Peak.
En febrero de 2009 mantuvimos en Mundoclasico.com una larga entrevista con Jorge E. López en la que se refería, entre otros muchos temas, a la complejidad de grabar su propia música, algo que afecta a las dos partituras aquí reunidas, no sólo por sus rangos dinámicos, sino por su espacialización, que requeriría, como mínimo, del surround que López pensaba necesario en aquella entrevista. Y es que, como sucederá en el cuarto disco (con las obras tardías de Luigi Nono), escuchamos aquí dos piezas musicales en las que tiempo y espacio se construyen por medio de la dispersión de las fuentes acústicas y de la relación entre éstas a través de las reverberaciones, algo que en el catálogo de Jorge E. López llega a ejemplos asombrosos como Traumzeit/traumdeutung (1996-97), obra para varios grupos instrumentales en ambiente alpino distribuidos sobre una extensión de unos dos kilómetros cuadrados. Breath - Hammer- Lightning y de Dome Peak no son, ni mucho menos, tan extremas, pero sí concentran parte de esas ideas de dispersión, así como conectan a López con las filosofías y las religiones orientales, además de volver a hacerlo con la historia de la música. Es, por ello, que en Breath - Hammer- Lightning encontraremos, además de citas de Gustav Mahler y del Himno de los Estados Unidos, una pulsión que se conectaría con el Alban Berg más poderoso, rubricando los vínculos del compositor de origen cubano con esa Austria que le ha dado acogida, y de cuya música de comienzos del siglo XX tanto ha bebido, como de su universo psicoanalítico.
Mientras, de Dome Peak el propio López nos decía en su entrevista que «hay sólo una cita intentada: Tapiola, de Jean Sibelius; pero los músicos que han tocado la composición, en las dos actuaciones que he tenido, me han dicho que hay citas de Tristan und Isolde, que yo no sabía, y de algunas sinfonías de Bruckner. De Tristan und Isolde hay armonías y líneas individuales de la polifonía que probablemente vienen de procesos inconscientes». Esa concentración polifónica llega a tales niveles de intensidad, saturación y contraste, que se hace imposible no pensar en otro compositor fundamental para entender a Jorge E. López, como Iannis Xenakis, cuya música encuentra un eco en Dome Peak, una partitura para ochenta y dos músicos que rodean al público con el objetivo de remedar no sólo ese ambiente del glaciar que da nombre a la obra (situado en el estado norteamericano de Washington, donde López vivió durante años), sino las fuertes conexiones de la obra con la mitología hindú, Georg Trakl, Heródoto y el arte paleolítico; al punto de que, cual una Altamira musical, en Dome Peak somos circundados por toda una pintura sonora que no deja de enviarnos destellos. Pese a las limitaciones de una audición en estéreo como ésta, la escucha no deja de ser tan abrumadora como impactante, encontrando Jorge E. López en Michael Gielen a su director ideal por carácter, fuerza y convicción en el gran valor de estas partituras.
El cuarto disco es, a día de hoy, todo un clásico de la discografía contemporánea; al menos, en lo que a su autor se refiere, el italiano Luigi Nono (Venecia, 1924-1990). Se trata de la grabación del concierto homenaje a Nono que tuvo lugar en Bischheim, el 17 de septiembre de 1989, con la Sinfonieorchester des Südwestfunks poniendo sobre sus atriles una obra temprana del veneciano, sus Variazioni canoniche sulla serie dell’Op. 41 di Arnold Schönberg (1950), en la que se conectaba directamente con el lenguaje dodecafónico de su suegro, y dos joyas tardías como la densamente microtonal A Carlo Scarpa, architetto, ai suoi infiniti possibili (1984) y la espacializada No hay caminos, hay que caminar... Andrej Tarkowskij (1987), obra, por cierto, que Michael Gielen programó en el Festival de Salzburgo del año 1997 junto con la antes vista Dome Peak, por las particulares demandas de ambas piezas en lo que a relaciones espacio-temporales se refiere.
Es, éste dedicado a Luigi Nono, un disco que conoció sucesivas ediciones en Auvidis-Astrée y Montaigne; siendo las versiones aquí recogidas tres excelentes ejemplos de la dirección tan contundente que Gielen desplegaba en el Nono orquestal, aunque en el caso de las Variazioni canoniche sulla serie dell’Op. 41 di Arnold Schönberg y de A Carlo Scarpa, architetto, ai suoi infiniti possibili apenas disponemos de interpretaciones alternativas en disco compacto. Sí las hay para el machadiano homenaje de Luigi Nono a ese caminante ejemplar que fue Andréi Tarkovski, entre las que desataca la grabación de Emilio Pomàrico al frente de la WDR Sinfonieorchester Köln (Kairos, 2004), mucho más cercana a la de Michael Gielen que a la de Claudio Abbado (Deutsche Grammophon, 1991), tanto en duración (Pomàrico, 24’21; Gielen, 24'00; Abbado, 16’51) como en estilo. Por tanto, la de Gielen, como la de Pomàrico, se alza como referencia fonográfica para No hay caminos, hay que caminar, tanto por la contundencia y direccionalidad de los ataques orquestales como por las resonancias (errantes) y la prolongación de los silencios, mucho más ecoicos y densos en Gielen y Pomàrico, donde Abbado optaba por una poética más mediterránea, dulcificada y armónica. Michael Gielen exhibe músculo orquestal, seriedad y no deja de exprimir el carácter radical y subversivo de esta partitura. Disco, por tanto, de obligado conocimiento, para quien no cuente aún con él. Por lo que al sonido se refiere, no hay cambios sustanciales con respecto a las ediciones en Auvidis-Astrée y Montaigne; así que, puesto que las otras ediciones discográficas de la obra que conozco, las de Friedrich Goldmann (Edition RZ, 1994) y Mario Venzago (col legno, 2000), tampoco han sido mezcladas en SACD, seguimos esperando que una edición multicanal haga justicia en nuestros equipos de música a los planteamientos espaciales en vivo de No hay caminos, hay que caminar... Andrej Tarkowskij.
Además de los tres registros protagonizados por Luigi Nono, en este cuarto disco nos encontramos con la primera grabación en estudio de cuantas recoge esta edición, la efectuada el 12 de diciembre de 1997 en Friburgo de esa maravilla que es Coptic Light (1986), última partitura orquestal del genial Morton Feldman (Nueva York, 1926 - Búfalo, 1987). Al frente de la SWR Sinfonieorchester Baden-Baden und Freiburg, Gielen desgrana Coptic Light en 23:34 minutos, muy cerca de los 23:51 de Michael Morgan (CPO, 1992) y lejos de las versiones más demoradas, entre las que nos encontramos las de Michael Boder (Capriccio, 2018), con sus 27:26 minutos; y Michael Tilson Thomas (Argo, 1995), que se iba hasta los 29:50 minutos en la versión discográfica que más me gusta de la partitura feldmaniana. La de Gielen es una versión un tanto presurosa; especialmente, en sus primeros minutos, pues la velocidad no es uniformemente acelerada en toda esta lectura, suspendiendo algo más los últimos minutos. Esa urgencia en el comienzo no acaba de crear la atmósfera tan intemporal que sí logra Tilson Thomas, y aunque los timbres y el realce de los atriles en la SWR Sinfonieorchester es muy bello, no creo que Gielen sea la batuta más idónea para una música como la de Morton Feldman.
El quinto disco comienza con dos muestras del Michael Gielen compositor; además de ofrecernos dos momentos muy distintos en su evolución estética: los que representan Vier Gedichte von Stefan George (1955-58) y Pflicht und Neigung (1988). Ambas son un buen ejemplo de un compositor con un enorme oficio, además de un gran estudioso y seguidor de las tendencias estéticas dominantes de su tiempo. Es, por ello, que técnicamente son dos partituras que nada envidian a los compositores cuya estela Gielen sigue en sus obras, aunque falta ese plus (que en el arte lo es casi todo) de la originalidad y la personalidad artística diferenciada, lo que hace de estas piezas dos trabajos que tenemos que calificar de epígonos.
En el caso de los Vier Gedichte von Stefan George, la simple mención del poeta renano ya nos pone sobre la pista de esa Segunda Escuela de Viena que tan bien comprendió y dirigió Michael Gielen, y de la que, asimismo, se nutrió en sus primeras décadas como compositor. La impronta de Arnold Schönberg y de Anton Webern en estos Vier Gedichte es más que evidente, ya a nivel estructural, ya por espíritu epocal, pues las conexiones con el serialismo de estas cuatro piezas se dan en plena posguerra, cuando compositores como Pierre Boulez llaman desde los centros neurálgicos de la nueva música alemana a refundarlo todo sobre la estela del dodecafonismo. Escrita para coro y diecinueve instrumentos, la condensación de armonías y cánones de estética weberniana se alía con un expresionismo tardío que bebe, mayormente, del Schönberg coral, así como de esa ópera que tan inspiradamente dirigió Gielen como Moses und Aron (1923-37). Al frente del SWR Vokalensemble y de la SWR Sinfonieorchester Baden-Baden und Freiburg, Michael Gielen efectuó, el 7 de diciembre de 2010 y en estudio, esta modélica grabación de Vier Gedichte von Stefan George, que aquí escuchamos por primera vez en disco compacto.
Mientras, sobre Pflicht und Neigung sobrevuela la estética de Pierre Boulez en los años ochenta, quizás, porque estamos ante una partitura encargada por el Festival d’Automne de París, en el marco de los fastos que en la capital gala celebraban los doscientos años de la Revolución Francesa. Escrita para un ensemble de veintidós músicos sin sección de cuerda, los juegos de acordes, reverberaciones y colores que Michael Gielen hilvana en Pflicht und Neigung nos recordarán a ese Boulez postimpresionista que visitaremos en esta misma edición, alcanzado el sexto compacto del cofre. Tres décadas después de haber compuesto Vier Gedichte von Stefan George, Gielen volvía a demostrar su oído atento y su buena mano para combinar texturas y capas instrumentales dentro de un gran ensemble, algo que se realza en esta versión, debido al mimo que, en estudio, puso la SWR Sinfonieorchester el 26 de marzo de 2001 con el propio Gielen al frente. Aunque no aporte sustantivas novedades a la historia de la música ni su personalidad artística se encuentre entre las grandes del pasado siglo, en todo caso no deja de ser, la del director y compositor austríaco, una música hecha con una altísima calidad artesanal y desde una experiencia en la dirección como pocos compositores han tenido en el siglo XX.
También en el quinto compacto nos encontramos con una de las leyendas vivas de la música contemporánea, el venerable György Kurtág (Lugoj, 1926), de quien escuchamos otra partitura (como tantas en esta edición) íntimamente relacionada con la muerte, ya desde su propio título ΣΤΉΛΗ opus 33 (Stele, 1993-94). Grabada en estudio los días 25 y 26 de noviembre de 1996, es ésta una versión que ya había conocido diferentes ediciones en disco, bien magníficamente acoplada a la Segunda sinfonía (1888-94) de Gustav Mahler en el sello Hänssler, bien dentro de la serie RCA Musik in Deutschland (como parte del volumen 1950-2000. [a] Musik für Orchester: Sinfonische Musik). La de Gielen al frente de la SWR Sinfonieorchester es una lectura marcada por el detalle y lo acerado, con especial pujanza en un segundo movimiento en el que los metales parecen remedar una batalla. Obviamente, al pensar en Stele resulta imposible no recordar la versión de quienes fueron dedicatarios y primeros intérpretes de la partitura, Claudio Abbado y la Berliner Philharmoniker (Deutsche Grammophon, 1996), cuya lectura es más serena y espiritual, frente a la visceralidad de Gielen. Así, mientras que para el Lamentoso la contenida en esta edición se antoja una versión insuperable, para el bellísimo Molto sostenuto final la fantasmagoría que crea Abbado (asistido en los ensayos por el propio Kurtág) me parece más atractiva.
Completa el quinto disco otro compositor muy cercano a Michael Gielen, ya no sólo por cuestiones artísticas y posicionamientos estéticos, sino por trayectoria vital, pues ambos habían nacido en Argentina y ya en el año 1947 se conocieron en persona, cuando los dos participaron en la Agrupación Nueva Música. Nos referimos al enorme Mauricio Kagel (Buenos Aires 1931 - Colonia, 2008), de quien escuchamos su escena de concierto para mezzosoprano y orquesta Ein Brief (1985-86). Se trata de una toma en estudio, efectuada el 30 de octubre de 1987, que, como muchas otras en este cofre, nunca había sido publicada hasta ahora, por lo que es novedad fonográfica. Con la soprano Klára Csordás y la SWR Sinfonieorchester, Michael Gielen se adentra en el teatro musical kageliano; aquí, teatro asemántico en el que la voz se convierte en textura instrumental, exponiendo un halo humano en medio de las tensiones más virulentas de la SWR Sinfonieorchester. Enorme y muy kageliana versión.
Alcanzado el sexto y último disco de esta edición, la muerte no nos abandona, pues su presencia se deja escuchar en la elegíaca Rituel - In memoriam Bruno Maderna (1974-75), de Pierre Boulez (Montbrison, 1925 - Baden-Baden, 2016), que en este cofre escuchamos en una grabación efectuada en estudio entre los días 19 y 21 de septiembre de 1990: fechas en las que también Michael Gielen registró las Notations I-IV (1980-84) que se recogen en este sexto compacto; mientras que la Notation VII (1997) proviene de tomas igualmente en estudio, pero de los días 27 de junio y 4 de julio del año 2003.
En el caso de Rituel, la interpretación dirigida por Michael Gielen me parece no sólo irreprochable sino muy necesaria, por cuanto expone un deje germánico que casa a la perfección con la parte más alemana de la personalidad del propio Maderna, donde Pierre Boulez, en su referencial grabación con la BBC Symphony Orchestra (Deutsche Grammophon, 1976), se mostraba más suspendido y poblado por ecos de lo francés, con ciertos aromas impresionistas. Los realces instrumentales (muy especialmente, de la percusión) son en la lectura de la SWR Sinfonieorchester de un sentido totalmente pertinente, como las resonancias de los hasta siete gongs y siete tam-tams que activan los nueve percusionistas de la orquesta, incluyendo un dispositivo de instrumentos que cubre un buen número de culturas, pues escucharemos desde percusiones vascas hasta una prolija cantidad de instrumentos asiáticos. Capítulo también protagónico para el oboe solista de la SWR Sinfonieorchester (no olvidemos la importancia de los conciertos para oboe dentro del catálogo de Bruno Maderna), espléndido, aunque aquí más comedido e integrado que en la versión de Pierre Boulez, pues en la construcción de estas letanías y salmos fúnebres que conforman Rituel, no duda Michael Gielen en dar toda la primacía a los citados grupos de percusión (pena, como en el caso de las partituras de Jorge E. López y Luigi Nono, que no dispongamos aún de una edición multicanal que dé una imagen acústica en nuestros equipos de alta fidelidad de lo que es la audición espacializada en concierto de estas obras).
Por lo que a las Notations se refiere, la discografía está presidida por la deslumbrante lectura de estas piezas en manos de su creador, con la versión dirigida por Pierre Boulez a la Ensemble Modern Orchestra en el año 2007: de una superposición de imágenes y de una ambigüedad cuya vivencia del espacio y de las voces orquestales hasta ese momento sólo habían apuntado Daniel Barenboim —especialmente, en sus grabaciones con Chicago (TDK y Teldec, 2000)— y David Robertson (Montaigne, 2002). Michael Gielen se sitúa en la línea de las versiones más expresionistas y furibundas (así como tímbricamente más exuberantes), como la de Claudio Abbado al frente de la Wiener Philharmoniker (Deutsche Grammophon, 1988), donde Boulez apostaba por un refinamiento interno prodigioso, por las resonancias y las ilusiones armónicas, perfumando su partitura con un halo francés. La de Gielen es una lectura mucho más germánica, vertical y contundente; así que el disponer de versiones tan diferentes y tan contrastantes para estas cinco piezas emanadas de las Notations pour piano (1945) me parece un auténtico lujo. Si tuviese que decidirme por una de ellas, reitero mis preferencias por el propio Boulez con Ensemble Modern Orchestra.
Cierra este apasionante recorrido otro de los genios mayores del siglo XX, John Cage (Los Ángeles, 1912 - Nueva York, 1992), con una de sus partituras más (re)conocidas y exitosas, su Concert for Piano and Orchestra (1957-58), que aquí escuchamos en una toma en vivo registrada en Stuttgart, el 21 de junio de 1975, en el contexto de los conciertos dedicados al compositor norteamericano en la ciudad alemana, lo que posibilitó una directa colaboración del propio Cage en los ensayos de esta versión que aquí reúne al pianista francés Claude Helffer y a la Radio-Sinfonieorchester Stuttgart des SWR bajo la batuta del Michael Gielen (en un concierto que contó con partituras de Carl Ruggles, Charles Ives y Colin McPhee, presentes en el séptimo volumen de la Michael Gielen Edition). Dichos ensayos, escribiría años más tarde Claude Helffer, resultaron determinantes para los resultados aquí escuchados, pues Helffer pretendía seguir los ritmos y los patrones que Michael Gielen había trabajado con los percusionistas de la Radio-Sinfonieorchester Stuttgart des SWR, mientras que el propio Cage lo impelió a no seguir más que sus propias intuiciones e ideas musicales sobre el concierto, haciendo de aquella interpretación una microsociedad en la que cada uno era incapaz de comunicarse con los demás, desarrollando su música dentro de su propia esfera (de nuevo, siguiendo las palabras que Helffer recuerda a John Cage.
Según nos cuenta Rainer Peters en sus notas, Claude Helffer (que habría tocado este Concert for Piano and Orchestra unas veinte veces) adoptaba un rictus serio en sus ejecuciones «a lo Buster Keaton» que, sin embargo, no dejaba (como el cómico kanseño) de mostrar el humor inherente al concierto cageano: aquí tocado con un desparpajo formidable por parte de solista y orquesta. Como en el caso de las Notations boulezianas, es de nuevo el Ensemble Modern de Fráncfort el conjunto que se encuentra a la cabeza de mis preferencias fonográficas, en su apabullante registro con David Tudor al piano y otro pianista, Ingo Metzmacher, como exquisita batuta (mode records, 1992). En todo caso, cada versión de calidad de este concierto es un universo en sí mismo, así que la audición de esta versión se hace tan necesaria como la dirigida por Ingo Metzmacher o como las que tienen en la batuta, respectivamente, a Ramón Sender (New World Records, 1964) y a Petr Kotik (Wergo, 1992). Dada la aleatoriedad de la partitura, tanto los eventos sonoros como la duración es de lo más variable, colocándose esta versión de Claude Helffer y Michael Gielen, con sus 22:51 minutos, como la versión más rápida de las cuatro aquí referenciadas, si incluimos a Ingo Metzmacher, 30:05 minutos; a Petr Kotik, 27:44; y a Ramón Sender, 26:07 (este último, también con el inmenso David Tudor como solista). A pesar de su velocidad, estamos ante una versión estupenda, de una personalidad y de una inventiva en los sucesivos eventos sonoros dignas de reconocer, y que completa un poco más los prismas a través de los cuales hemos podido descubrir algo mejor una partitura tan heterogénea y flexible como ésta; así que: versión de obligado cumplimiento para quien ame este concierto.
Por lo que a las tomas de sonido se refiere, se imaginarán que, con más de cuarenta años de diferencia entre la más antigua (1969) y la más reciente (2010), hay de todo y en muy distintas calidades; así como influye notablemente el hecho de que hayan sido efectuadas en vivo o en estudio. En todo caso, dado que han sido las radios alemanas que trabajaron más directamente con el propio Gielen las que se han encargado de tomar estos testimonios, la calidad es, en general, altísima, sin que baje apenas la nitidez, la definición tímbrica ni la espacialización en las tomas analógicas; pudiéndose pedir, únicamente, la ya en varias ocasiones citada masterización en multicanal de partituras como las de Bernd Alois Zimmermann, Jorge E. López, Luigi Nono o Pierre Boulez. La edición, como las nueve precedentes de esta Michael Gielen Edition, es excelente y en un generosísimo libreto de setenta y una páginas se incluyen (en alemán e inglés) una presentación de esta edición discográfica (aquí centrada en las relaciones que a lo largo de las décadas Gielen estableció con los compositores reunidos en este décimo volumen), una cronología del director austríaco, un itinerario biográfico en sus propias palabras, diecisiete páginas de minucioso estudio sobre las partituras aquí interpretadas, las biografías de los respectivos intérpretes y agrupaciones, así como los datos completos de cada grabación.
Una edición, por tanto, de lo más exhaustiva e interesante, que se
convierte en uno de los lanzamientos fonográficos dedicados a la música de la segunda
mitad del siglo XX más potentes de cuantos al mercado del disco se han lanzado
en los últimos meses. Es una pena que no se hayan incluido registros de
compositores poco difundidos hasta ahora bajo la dirección de Michael Gielen,
pues algunas de las grabaciones aquí recogidas ya habían sido editadas en su
día en disco (hasta en más de una ocasión y sello), pero cierto es que aquí
disfrutamos de ocho novedades discográficas absolutas, lo cual no es poco,
además de dar nuevas vueltas de tuerca a partituras que no dejan de necesitar
de múltiples miradas para encontrar nuevos perfiles con los que maravillarnos.
Fin de ciclo, por tanto, pero que nos deja con las mismas ganas que el primer
día de seguir conociendo lo mejor de la música contemporánea: ese filón de
escritura inagotable, allá donde se encuentre.
Estos compactos han sido enviados para su recensión por Música directa.
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