Alemania
El procaz y desinhibido Barrie Kosky
Juan Carlos Tellechea
Barrie Kosky ha demostrado ya sobradamente que puede hacer otras cosas. Si bien en lo personal no lo seguimos expresamente muy de cerca, en la Deutsche Oper am Rhein ya lo hemos visto en su aclamada versión de La flauta mágica en 2014. Pero lo que también sabe hacer es opereta. Y lo hace diabólicamente muy bien en esta maravillosa producción de Orfeo en los infiernos, de Jacques Offenbach.
Porque se lanza al placer, a la lujuria, a la procacidad con desinhibición y le agrega elementos chispeantes a todo el humor habido y por haber que han puesto el compositor y los libretistas en su obra. Si a esto le agregamos los toques de ocurrencias hispanas e iberoamericanas de algunos de sus intérpretes, como veremos más adelante, las referencias se explican por sí mismas.
Estamos ante la invasión cachonda de Júpiter, al que su propia gente (es decir, su tribu de dioses) le dice en quién se ha convertido ya y hasta dónde llega, para conquistar los objetos de su deseo.
Es estupendo cómo Peter Bording, en el papel del jefe de los dioses, de voz potente, tira de toda la comedia para hacer gala del hombre permanentemente agredido y, al mismo tiempo, conservar un poco de simpatía por él mismo (según el lema de que "Júpiter es tan solo un hombre").
Esto no llega a ser embarazoso, porque aquí manda Eurídice (Elena Sancho Pereg), quien hace todo lo que sea necesario (y más aún) para que los hombres bailen a su son. Incluso en el infierno, y bajo el gigantesco dragón ciclista del averno (escenario, Rufus Didwiszus), se hizo durante el jolgorio con unos genitales masculinos muy monos, cubiertos de brillantitos, que luego arrojó a la multitud detrás de ella como si fueran un ramo de novia.
La mujer es increíble. No hace falta ser una fémina de piernas largas y caderas estrechas para lanzarse como una bala perdida contra los hombres. Basta con un corsé de lencería bien atado (vestuario: Victoria Behr), mucha confianza en sí misma y una voz perfectamente equilibrada que puede pasar fácilmente del cautivante canto al angelical arrullo o al histérico chillido sin esfuerzo (“¡el Olimpo me huele ya!“).
En realidad, Eurídice no tiene que hablar para nada. Max Hopp, en el papel de John Styx (el guardián de la prisión del Hades) se encarga de eso para ella y para todos los demás, con una increíble multiplicidad de tonalidades en la voz. Hopp es nuestro aliado en esta jaula de grillos, en este circo de fieras, por decirlo de alguna forma. Por supuesto, con el recuerdo de su existencia terrenal, ya que una vez fue un príncipe en Arcadia, compite sin refreno (en espíritu) contra cualquier galán que se le ponga en el camino, y gana también la puja. Es la voz de todos y de cada uno cuando se trata de hablar, de dialogar. Muy a menudo es una inspiración tras otra casi sin descanso durante las tres horas de función.
Con lapsus maravillosamente colocados, como uno bien al principio, cuando presta la voz a Susan Maclean como la gobernanta "Opinión pública", también le concede una aparición de diva delante del telón, en la que barre fácilmente al Orfeo (Andrés Sulbarán) que busca con grandes gestos, violín en mano, centrar la atención sobre él en el escenario e impresionar al público.
Como bis,
Pero Barrie Kosky también está a la altura de su reputación como el mejor director que trabaja actualmente con el lado supuestamente ligero de las cosas: por ejemplo, convierte la excursión de una pareja irritada al Olimpo y al infierno en la mejor diversión posible. Una dama a mi izquierda no paraba de reír durante toda la velada, me puedo imaginar que hacía mucho tiempo que no se divertía tanto.
El Orfeo de
Pastor por fuera - Plutón por dentro, Florian Simson hace su primera aparición en la habitación doméstica como apicultor que elimina por primera vez a las ágiles abejas que bailan delante de él. Otto Pichler vuelve a ser el acreditado y simpático coreógrafo de Kosky. Por supuesto, Júpiter también se atreve con Eurídice disfrazado de mosca, con una joya colgando entre sus patitas (el pene cubierto de brillantitos de marras), lo que ya es suficiente motivo de hilaridad.
Pero todo el clan de dioses -desde Venus (Heidi Elisabeth Meier) a Diana (Valerie Eickhoff) pasando por Cupido (Romana Noack)- ya se ha rebelado contra su jefe y está desesperado por unirse a él en su excursión "oficial" al inframundo. Allí es donde los jirones (léase las faldas) vuelan de verdad. El cancán es impresionante, el clímax del desparpajo. Kosky combina magistralmente en forma y fondo la opereta, con la comedia musical y la revista del cabaret parisino. Con Adrien Perruchon en el podio, los Düsseldorfer Symphoniker demuestran con creces su versatilidad y brillantez y se unen desde el foso al clamor del escenario.
Los espectadores también terminaron por sumarse a la algarabía de pie en la sala para ovacionar frenética y largamente la puesta. El elenco entero extendió entonces ante la platea una bandera con los colores del arcoíris sobre la que estaba estampada la palabra PEACE (así, en mayúsculas y en letras gordas), para devolvernos a la realidad de la guerra en Europa, olvidada por un momento en esta velada.
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