España - Cataluña
Celebración especial
Jorge Binaghi

Creo que nunca había visto celebrar una fecha así. Lo
corriente es de medio siglo en medio siglo. De todos modos, aunque ahora (o
aquí) se haga cada veinticinco ya no existiré como para contarlo. Me queda
claro que, si hay mundo, habrá Liceu porque es un teatro desde su fundación a
prueba de bombas e incendios como ha quedado demostrado. Y eso es siempre digno
de celebrarse cuando y de la forma que sea. Y eso está bien.
La gala había sido pensada en principio como un gran show Netrebko, que por razones sabidas, a relativamente poco tiempo tuvo que ser repensado totalmente. En principio quedaba el mismo tenor, Joseph Calleja, que sin embargo a pocos días del evento enfermó. Luego Irène Theorin que era uno de los nombres ‘liceístas’ de esta gala también se cayó del cartel y Sondra Radvanovsky, ya presente en Macbeth, aceptó sustituirla en Turandot, un gesto que la honra y demuestra sus especiales vínculos con el Liceu y su público. Sería fácil hacer la observación impertinente de que para sustituir a Netrebko se necesita a dos o tres sopranos, pero resulta que las tres (o dos) tienen mucha más significación en la historia liceísta que la diva rusa (en la que sin embargo se había pensado al principio). La otra dama fue Lisette Oropesa.
Y creo que, lo que ya venía dese la concepción inicial, fue más un concierto pensado para las sopranos que para otras cuerdas. Como también que fue una celebración del repertorio italiano con exclusión de otro. A mí no me molesta, pero contando con todo un Tézier también podría haberse pensado en algo alemán o francés. De acuerdo, había poco tiempo, y para coro, orquesta y comprimarios era más fácil el italiano (que también venía desde la idea inicial).
Fue una velada de júbilo, exaltación y ovaciones interminables. Muy o bastante merecidas, así que sabe mal hacer de marisabidilla (o marisabidillo o marisabidille), pero hay algunos otros apuntes que hacer. Los actos elegidos fueron pensados para lucimiento de las sopranos como lo había sido en el caso de Netrebko. Si la gran clase de Tézier brilló por igual en el segundo acto de Macbeth o en el tercero de Lucia (que no había cantado aquí nunca), fue lástima que no tuviera un aria ( y tal vez el cuarto habría estado igualmente bien, aunque es cierto que el papel ya lo había cantado por entero, y espectacularmente, aquí mismo).
Sin ser un rendido admirador de las dos sopranos, como sí lo es el público del Liceu en general y muchos otros, habrá que decir que Oropesa se vio beneficiada por uno de ‘sus’ roles (tampoco cantado antes aquí) mientras que Radvanovsky se presentaba en una Lady Macbeth que, ignoro si estoy equivocado, era su primer aproximación más o menos escénica al papel, y en una Turandot que había grabado hacía poco en Roma donde también había hecho una función en concierto de la ópera en la Academia de Santa Cecilia (sin embargo, tuvo que salir con la partitura en mano, cosa entendible pero que algo restó). Si Oropesa tuvo alguna nota calante o algún mi un tanto destemplado en la escena de la locura por lo demás estuvo muy cómoda, cantando con estilo, excelente técnica y buen fraseo. No es culpa de ella ni de nadie si la concepción escénica o como se quiera llamar de Carrasco fue absurda o inoperante (también estaba prevista desde el principio y uno se pregunta por qué no se podía haber hecho una versión en forma de concierto, lisa y llanamente).
Radvanovsky cantó bien, con su timbre particular
que a mí no me seduce y a veces ese ‘vibratello’ un tanto molesto, pero esta
vez además mostró un color feo en notas graves de peso reducido tanto en la
Lady como en la princesa de hielo (y en este caso, además, en la súplica final
al emperador tuvo que hacer la mayor parte de la sección en piano, ignoro si
por qué no puede hacerlo de otra forma o porque le ha parecido más conveniente
… el caso es que allí, por primera vez, se la oyó poco. Claro que no la ayudó la
orquesta straussiana de Armiliato que también creó dinámicas exageradas en las
otras dos obras que se prestan aún menos a semejantes despliegues. La orquesta
sonó bien, salvo al inicio de la escena segunda del acto 2 de Turandot donde
pese al volumen sobre todo al principio sonó plana).
Muy bien el coro, mezclado con maniquíes de diversas
épocas, y muchas veces cantando casi invisible (la oscuridad predominó todo el
tiempo, en algunos momentos con sentido, en la mayoría no).
Del resto correctos los comprimarios (Marta Matheu, Manel
Esteve), bien Raúl Giménez en Altoum (aunque nunca había oído antes a un
líricoligero en el rol y claro que hay notas graves). No conocía al bajo Manuel
Fuentes, pero no me parece aún en grado de sostener la parte de Raimondo en el
Liceu, además de que la voz parece colocada muy atrás y suena casi siempre
engolado y hace a veces recordar a la discutible emisión de algunos cantantes
eslavos de su cuerda en la zona aguda.
Fue en cambio una inmensa alegría volver a oír a Prestia
en un rol que le cae muy bien, Banquo, en el que exhibió su notable color y
volumen, su clara articulación y su sentido del canto verdiano.
Hernández lo hizo bien, sobre todo Edgardo, con voz grata
y bien emitida. Fabiano, a quien no escuchaba desde 2014 en el Met, ha
progresado mucho y aunque la voz sigue sin ser bella ahora está bien proyectada
y resulta firme en los agudos (aunque no intentó, correctamente, el no escrito
de la escena de los enigmas). Cantó a modo de bis un ‘Nessun dorma’ sin mayor
relieve mientras se proyectaban imágenes de diversas épocas del Liceu,
incluidas las del último incendio, y el público enloquecía.
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