Reportajes
UcraniaV. Rusia y una guerra nuclear
Juan Carlos Tellechea
Los cálculos le han fallado completamente al presidente de Rusia, Vladimir Putin (enfermo de Parkinson, por más que trate de ocultarlo), y su país corre el enorme riesgo de convertirse en un vasallo de China, que hasta ahora se ha beneficiado de la guerra de agresión contra Ucrania. Pero cualquier conflicto con una potencia nuclear como Rusia conlleva siempre el riesgo de que se utilicen armas atómicas. La preocupación por este peligro está siendo explotada agresivamente por Putin, “un neoestalinista de tendencia fascista y admirador del centralismo de Iosif Stalin“, afirma el historiador Wilfried Jilge, experto de la Sociedad Alemana de Política Exterior (DGAP).
Con sus amenazas nucleares, el Kremlin se aleja de la doctrina anterior de Rusia, que atribuye un papel protector a su propio arsenal nuclear. De este modo, no solo quiere disuadir a los gobiernos occidentales de prestar un apoyo más sustancial a Ucrania, sino también intimidar a la opinión pública occidental. "El potencial de amenaza está destinado a dividir a Occidente", subraya Jilge, investigador del Instituto Leibniz de Historia y Cultura del Este de Europa (GWZO), con sede en Leipzig.
Muy poco probable
La Fundación ciencia y política (Stiftung Wissenschaft und Politik, SWP), gabinete estratégico que asesora al gobierno y al parlamento federal de Alemania, ha publicado Las amenazas nucleares de Rusia en la guerra contra Ucrania. Consecuencias para el orden internacional, la OTAN y Alemania, un amplio estudio de los politólogos Liviu Horovitz y Lydia Wachs, especialistas en política de disuasión nuclear y de seguridad, respectivamente, quienes argumentan que
Mientras la OTAN no intervenga directamente en Ucrania y el régimen ruso no se sienta amenazado existencialmente, un ataque nuclear, tanto intencionado como no intencionado, sigue siendo extremadamente improbable. Mas, las maniobras amenazantes de Moscú tienen considerables consecuencias negativas. Si Rusia logra librar una guerra convencional bajo el escudo de la disuasión nuclear, esto podría desestabilizar aún más a Europa y el orden de seguridad mundial.
Con diversas medidas y declaraciones, el Kremlin se ha asegurado de que la guerra en Ucrania adquiera una dimensión nuclear explícita.
En primer lugar Rusia realizó una maniobra con sus fuerzas nucleares a mediados de febrero, poco antes de la invasión del país vecino. Que el ejercicio iba a tener lugar a principios de 2022 se sabía desde hace unos meses, pero la elección del momento parecía estar relacionada con la crisis de Ucrania.
Consecuencias sin precedentes
Después de todo, el ejercicio anual de la fuerza nuclear rusa suele tener lugar en otoño. Además, Moscú atrajo deliberadamente la atención sobre este acontecimiento mediante una cobertura masiva. Luego, el 24 de febrero, el día de la invasión rusa de Ucrania, Putin advirtió en un discurso que si los Estados exteriores intentaban "obstruir" a Rusia, habría consecuencias sin precedentes. Esta formulación se considera tradicionalmente una referencia a las armas nucleares. El 27 de febrero dio un paso más al anunciar que las fuerzas de disuasión de Rusia, que incluyen armas nucleares, se pondrían en un "régimen especial de alerta".
Era la primera vez desde el decenio de 1960 que Moscú hacía un anuncio público de este tipo. Al principio, no estaba claro lo que significaba exactamente. Al fin y al cabo, algunas de las armas nucleares estratégicas del país están siempre en alerta máxima y, por tanto, pueden desplegarse en cualquier momento. Además, hay varios niveles de alerta. Si se plantea, esto puede ir desde lo puramente administrativo hasta pasos muy sustanciales, como cargar bombarderos pesados con armas nucleares.
Sin embargo, una declaración del ministro de Defensa, Serguei Shoigu, al día siguiente, indicó que solo se había aumentado el personal de algunos centros de mando, es decir, que se trataba de una medida menos grave. Sin embargo, poco después se realizaron ejercicios militares rusos con submarinos nucleares en el Mar de Barents y con sistemas móviles de misiles balísticos intercontinentales en Siberia.
Luego, a principios de marzo, el ministro de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, declaró de forma un tanto vaga que una tercera guerra mundial solo podría ser nuclear. Sin embargo, en las semanas siguientes, algunos representantes oficiales rusos trataron de desactivar y limitar las declaraciones de Putin y Lavrov.
Los gestos de amenaza nuclear provocaron muchas críticas de Occidente. El Kremlin fue acusado de fabricar amenazas artificiales contra Rusia para justificar nuevas acciones agresivas. Washington advirtió a Moscú contra el uso de armas nucleares en Ucrania, pero se abstuvo de hacer amenazas públicas similares contra Rusia o de elevar su propia alerta nuclear. Estados Unidos también pospuso una prueba de misiles prevista para no arriesgarse a aumentar la retórica de la escalada.
Moscú amplía su capacidad de armamento nuclear
Según la doctrina oficial de Rusia, las armas nucleares se consideran principalmente una garantía de la soberanía y la integridad territorial del país. Los principios operativos publicados en 2020 también se basan en este dogma. Según éstos, Moscú utilizaría su propio potencial nuclear tanto en caso de ataque nuclear a Rusia como si la existencia del Estado se viera amenazada por una agresión convencional.
Sin embargo, los anuncios de Putin en la guerra contra Ucrania sugieren que para los dirigentes rusos la función de su arsenal nuclear va más allá del estrecho papel de protección definido en la doctrina oficial. Más bien, el Kremlin está poniendo en juego abiertamente las armas nucleares para lograr objetivos políticos expansivos.
La intención de Putin parece ser la de blindar la guerra de agresión convencional con armas nucleares. Los correspondientes gestos de amenaza pretenden disuadir a los actores externos de interferir y mantener el conflicto en el nivel de lo que Rusia entiende como una "guerra local". Las armas nucleares sirven, pues, para intimidar y gestionar la escalada.
En este sentido, la retórica de Moscú sugiere que está adoptando una visión más amplia de su propia doctrina nuclear. Entre otras cosas, Putin justificó su guerra de agresión diciendo que Estados Unidos estaba estableciendo un enemigo "antirruso" en Ucrania, lo que a su vez era una cuestión de vida o muerte para Rusia.
Nada menos que la existencia y la soberanía de su propio país estaban amenazadas por ello, una formulación que muestra claros paralelismos con la doctrina nuclear rusa. Además, unos días después Putin acusó a Ucrania de desarrollar armas nucleares y otras armas de destrucción masiva, lo que requeriría la intervención rusa. Esta extensión de facto de la doctrina, en combinación con las propias narrativas de Putin, parece servirle de pretexto para amenazar con las armas nucleares, a pesar de que la existencia de Rusia no está obviamente amenazada por una agresión militar externa.
El uso nuclear previsto sigue siendo muy improbable
En la actual situación bélica, una escalada nuclear intencionada o incluso no intencionada ha vuelto a entrar en el terreno de lo posible, como advirtió el 14 de marzo el Secretario General de la ONU, António Guterres. Cuanto más se duda de la racionalidad de Putin, mayores parecen estos riesgos. Sin embargo, la decisión rusa de lanzar una guerra de agresión no parece haberse basado en la irracionalidad, sino en suposiciones erróneas sobre sus propias capacidades, la situación en Ucrania y el grado de solidaridad occidental con Kiev.
Por lo tanto, tampoco tiene mucho sentido analítico discutir escenarios basados en la premisa de la irracionalidad de Putin, especialmente porque dejan poco espacio para medidas políticas practicables. A pesar de los gestos amenazantes de Moscú, tanto las consideraciones teóricas de la estrategia nuclear como la experiencia histórica sugieren que en la situación actual la probabilidad de un uso selectivo de las armas nucleares es extremadamente baja,
señalan los expertos Liviu Horovitz y Lydia Wachs, que integran el Grupo de Investigación sobre Política de Seguridad de la SWP. El actual análisis se desarrolló en el marco del proyecto Análisis de la amenaza estratégica y el (des)orden nuclear de dicho laboratorio de ideas.
En primer lugar, Rusia se enfrentaría a costes potencialmente existenciales si atacara a los Estados de la OTAN con armas nucleares. Durante décadas, Rusia y Estados Unidos han estado en un supuesto equilibrio de terror. Ambos estados disponen de miles de armas nucleares para diferentes sistemas de lanzamiento. Esto es para asegurar que incluso después de un primer ataque masivo por el otro lado, todavía serían capaces de llevar a cabo un segundo ataque de represalia.
El equilibrio se mantiene mientras ninguno de los dos se atreva a lanzar un ataque de desarme contra el otro. Sin embargo, esto también significa que incluso un uso relativamente limitado de las armas nucleares conlleva el riesgo de una escalada masiva. El resultado sería una devastación extrema con consecuencias globales que estarían fuera de proporción con los objetivos políticos de Putin en la guerra contra Ucrania.
En segundo lugar, incluso un uso limitado de armas nucleares en Ucrania cambiaría fundamentalmente la calidad del conflicto y los intereses en juego. Aunque Estados Unidos desea que se ponga fin a la guerra, para Washington se trata actualmente de un conflicto regional que solo representa una amenaza limitada para los intereses de seguridad estadounidenses en sentido estricto.
La situación sería diferente si Rusia emprendiera una acción nuclear contra Ucrania. Si Moscú se saliera con la suya sin consecuencias masivas, esto también repercutiría en la forma en que otros estados con armamento nuclear -como China o Corea del Norte- evalúan el posible uso de armas nucleares y sus consecuencias.
Este escenario también pondría el sistema de alianzas estadounidense bajo una fuerte presión, ya que la percepción de amenaza de países como Japón o Polonia tendría que intensificarse. Esto también cambiaría fundamentalmente los intereses reguladores de Estados Unidos -y por tanto su compromiso militar- en el conflicto de Ucrania. Además, incluso los actores favorables a Rusia, como India o China, verían amenazados sus intereses en un sistema internacional relativamente estable y tendrían que replantearse su actitud hacia Moscú.
En tercer lugar, la reputación de Rusia se vería enormemente afectada por un ataque nuclear. Sería el primer país desde 1945 en utilizar armas nucleares. Esto no solo iría en contra de los antiguos intereses de Moscú en materia de no proliferación. Además, Rusia se convertiría finalmente en un Estado paria en lugar de poder mantener su autodeclarado estatus de garante de la estabilidad mundial. No se sabe hasta qué punto el Kremlin valora el peligro de esa pérdida de prestigio. Probablemente tenga que considerar que el apoyo de su propia población a la guerra también podría verse socavado.
El papel de China e India
China e India, rivales en Asia, están haciendo un juego peligroso: ninguno quiere dejar a Rusia como socio del otro. Pero al mismo tiempo, ninguno de los dos puede permitirse el lujo de sucumbir ante sus socios comerciales occidentales. Rusia, por su parte, amenaza con convertirse en vasallo de China desde el inicio de la guerra de Ucrania; una situación complicada.
Sin embargo, ambos Estados tienen el mismo problema con Rusia: cuanto más aislada esté Rusia políticamente y más sufra su economía por las sanciones, y cuanto más perversa resulte la imagen internacional de Rusia y más se retrase en los procesos de progreso impulsados por la tecnología en el futuro, más se convertirá el país en una carga.
Esto se debe a que las relaciones con Estados Unidos, Europa, los Estados asiáticos y muchos otros de América Latina y África son mucho más importantes que las relaciones con Rusia. Este es ya un difícil acto de equilibrio y ambos estados están ansiosos por evitar una caída en el campo gravitatorio de las sanciones occidentales.
Ni China ni India se arriesgarán a sanciones secundarias
Tampoco tendrán que enfrentarse a ellas a nivel estatal en la actualidad. Estados Unidos, que impone sanciones secundarias a aquellos Estados que socavan o contrarrestan las sanciones originales, no tiene interés en entrar en un conflicto con India o China en la actualidad.
Washington es muy consciente de los límites de su propia capacidad de actuación y de los de sus aliados. Sin embargo, en las sociedades de estos estados, esto puede resultar diferente en el curso posterior de la guerra en Ucrania.
En lo que respecta a Rusia, fue una lección que se habrá registrado en China en particular, que una cosa son las sanciones estatales y otra la desvinculación socioeconómica. Están interrelacionadas, pero las fuerzas socio-mediáticas han desarrollado su propia dinámica.
El orden internacional conoce dos estados dominantes: Estados Unidos y ChinaEl éxodo de las empresas occidentales de Rusia, la retirada de los productos rusos de los mercados, las tiendas y los bares han desarrollado muy rápidamente un impulso propio que ninguna regulación estatal por sí sola podría haber provocado en este periodo.
Por eso, China está tan preocupada por no ser vista como el último aliado de un país que asesina civiles a propósito, reduce ciudades a escombros y comete obviamente crímenes de guerra y de lesa humanidad, así como un presunto genocidio en Mariupol. Al margen del proceso jurídico internacional, la valoración de estos hechos en la opinión pública del mundo occidental tiene una alta, aunque volátil, sensibilidad para ello.
Qué pasa si un desarrollo dinámico comienza a boicotear los productos de los estados que apoyan a un régimen que comete crímenes de guerra (la opinión pública suele omitirlo, presumiblemente). Sin duda, este peligro se está considerando para el comercio chino, así como para la cuestión de las futuras inversiones, que -a diferencia de la fase de negligencia geopolítica- tendrán que tener mucho más en cuenta las condiciones políticas en el futuro.
China e India ilustran que no solo el enemigo de mi enemigo puede ser mi amigo, sino también el amigo de mi enemigo, para no convertirse en el enemigo. La cuestión es si esta variante se aplica también en el futuro orden mundial bipolar. Porque es seguro que el orden internacional solo conocerá dos Estados dominantes: Estados Unidos y China.
Europa tendrá menos margen de maniobra autónomo que antes ante la amenaza que supone Rusia durante algún tiempo. La amenaza de las armas nucleares de Rusia resonará en la memoria europea durante más tiempo. Rusia, por su parte, ha perdido una posición independiente en la política mundial y casi todo el margen de maniobra autónomo como resultado de la guerra.
Para escapar de China, a Rusia solo le queda el larguísimo camino de Occidente
Con su agresión a Ucrania, el presidente Putin se ha dado cuenta del interés chino por transformar a Rusia en un Estado tributario de China. En el futuro, puede copiar a Stalin internamente creando un estado enormemente represivo, pero no externamente. En sesenta años, la balanza ha dado un giro de 180 grados. China es una superpotencia, Rusia un seguidor.
Las ambiciones neoimperialistas de Rusia, que pretendían llevarla a un papel independiente como potencia mundial, se están haciendo añicos en la zona de influencia sinocéntrica, donde todo gira en torno a China.
El país que quería establecer su propia zona de influencia con la guerra contra Ucrania, se encuentra ahora en la esfera de influencia de una potencia más fuerte. Solo hay una salida de esta constelación para Rusia, el larguísimo camino hacia Occidente. Alemania ha tomado este camino después de dos guerras devastadoras y crímenes singulares. El entonces canciller alemán Helmut Kohl y el jefe de Estado de la Unión Soviética Mijail Gorbachov, a la sazón también secretario general del Comité central del Partido Comunista soviético, habían llegado ya a esta misma conclusión en 1988.
Uso involuntario de la energía nuclear es difícilmente más probable
Pero, volviendo al tema del comienzo, incluso si no hay incentivos para un uso nuclear selectivo, sigue existiendo la posibilidad de una escalada involuntaria. Este escenario podría surgir, por ejemplo, si una de las partes del conflicto malinterpreta los pasos arriesgados dados por la otra parte, poniendo así en marcha una dinámica peligrosa. Por ejemplo, el derribo de un avión de guerra ruso que viole el espacio aéreo de un Estado miembro de la OTAN o la entrega de importante equipo militar a Ucrania podría intensificar el conflicto convencional, lo que a su vez aumentaría el riesgo de que se utilice un arma nuclear. Los problemas técnicos, por ejemplo las señales de radar defectuosas, también podrían causar una escalada por puro error.
Sin embargo, incluso en estos escenarios, el riesgo de ataques nucleares sigue siendo bajo. Aún en el caso de un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia, esto no sería automático, porque ambas partes seguirían teniendo un gran interés en evitarlo. Mientras ni Washington ni Moscú puedan imaginar cómo la otra parte podría mejorar su situación mediante el uso de armas nucleares, sigue siendo improbable una escalada errónea.
Las comparaciones históricas, por ejemplo con la crisis de los misiles en Cuba, también tienen una utilidad limitada. En 1962, Estados Unidos estaba considerablemente más implicado en los acontecimientos -que eran geográficamente más cercanos- no solo en términos de su poder e intereses de seguridad, sino también en términos de su voluntad de agravar potencialmente la situación con sus propias medidas. En cambio, en el caso de la guerra contra Ucrania, Washington evita contrarrestar los amenazantes gestos nucleares de Putin con medidas propias.
Además, muchas crisis de los primeros años de la Guerra Fría se caracterizaban por el hecho de que un ataque convencional habría provocado inevitablemente una respuesta nuclear o la pérdida de un territorio crítico. Dada la superioridad convencional de Moscú en Europa, Estados Unidos amenazó con que cualquier agresión convencional podría provocar una respuesta nuclear devastadora. La cláusula de reserva de la OTAN, el despliegue avanzado de armas nucleares estadounidenses y el hecho de que Europa, como uno de los tres centros industriales más importantes del mundo, era crucial para el orden estadounidense también dieron credibilidad a la posición de Washington.
Además, la situación actual difiere de los casos anteriores en que, especialmente en la primera fase de la Guerra Fría, la comunicación de crisis entre Estados Unidos y la Unión Soviética era técnicamente limitada y el control central sobre el despliegue de las armas nucleares era irregular aquí y allá. De hecho, los ejemplos históricos sugieren que, mientras que los enfrentamientos convencionales podrían salirse de control, cruzar el umbral nuclear requeriría nuevos pasos de escalada -por ambas partes- de los que actualmente estamos muy lejos.
Tácticas de intimidación de Putin
Las referencias de Rusia a las armas nucleares parecen tener como objetivo principal la intimidación y el chantaje. Al amenazar con la violencia masiva, Putin intenta imponer sus exigencias políticas. Sin embargo, se plantea la cuestión de a quién va dirigida esta táctica.
Rusia está en guerra con Ucrania, pero no parece ser el principal objetivo de las amenazas nucleares de Putin por el momento. Es cierto que Moscú sería capaz de bombardear el país. Pero el Kremlin también puede lograr sus presuntos objetivos a largo plazo con el uso convencional de la fuerza, es decir, obtener el control de Ucrania, limitar su soberanía e imponerle un estatus neutral que le impida acercarse a la UE y a la OTAN. Para ello no es necesario el extremo poder destructivo de las armas nucleares.
Incluso en el caso de una inminente derrota rusa en Ucrania, las amenazas nucleares no serían creíbles y los ataques nucleares de demostración serían muy probablemente ineficaces. Esto se debe a que Moscú tendría que señalar de forma convincente que estaría dispuesto a lanzar varios ataques nucleares contra el ejército ucraniano o a destruir ciudades con armas nucleares. Así, Rusia tendría que transmitir su voluntad de aceptar más costes desproporcionados para derrotar a Ucrania.
El resultado sería una escalada nuclear difícil de controlar. Las demás potencias nucleares tendrían que reaccionar ante tal ruptura del orden de seguridad mundial, y la exclusión internacional de Rusia alcanzaría una nueva dimensión. Los discursos de Putin sugieren que Ucrania desempeña un papel importante en sus ideas (léase más bien, aberrantes fantasías oníricas) imperiales. Pero hay pocos indicios de que vaya a pagar ese precio por el control del país.
Esta lógica también encaja con las declaraciones y el comportamiento de Moscú en la crisis actual, porque Putin no ha vinculado sus amenazas nucleares a Ucrania, sino siempre a Occidente. Al mismo tiempo, han tenido abiertamente un carácter público, lo que sugiere que están destinados a la población rusa y occidental.
Hacia lo primero, el Kremlin tiene que mantener su propia narrativa de un Occidente hostil a Rusia y justificar los altos costes de las sanciones. Probablemente, los occidentales intentan asustar a Moscú para que rechace las medidas duras contra Rusia y ejerza la correspondiente presión sobre sus propios gobiernos. Para ello, el Kremlin puede contar con cierto éxito, como sugieren los animados debates en los medios de comunicación occidentales sobre la respuesta adecuada a la guerra, la palpable preocupación de muchas personas por un ataque nuclear y una oleada de medidas preparatorias, como la compra de pastillas de yodo.
Posibles escenarios de escalada
Sin embargo, las amenazas parecen dirigirse en primer lugar a los gobiernos occidentales. Ante la inesperada determinación de Europa y Estados Unidos, es probable que Moscú se haya preguntado qué otras medidas podría tomar Occidente. En el ámbito económico, las sanciones están haciendo un gran daño en Rusia, pero los europeos y los estadounidenses podrían golpear la economía rusa mucho más fuerte, por ejemplo con un embargo energético, si estuvieran dispuestos a asumir los costes asociados.
En el ámbito militar, los Estados de la OTAN tienen teóricamente la capacidad de decidir el conflicto de forma puramente convencional. Sin embargo, a pesar de las notables presiones, hasta ahora se han pronunciado en contra de la intervención. Para una gran parte de la comunidad política y de expertos occidentales, los costes y los riesgos de una intervención occidental no parecen estar justificados en la actualidad. Sin embargo, parece que el Kremlin considera que las consecuencias de una posible ampliación de la ayuda occidental para Kiev son tan dramáticas que ve la necesidad de trazar líneas rojas. Así, aparentemente quiere señalar que la interferencia directa podría llevar a medidas extremas, es decir, nucleares.
Sin embargo, las líneas rojas de Putin son intencionadamente vagas; están destinadas a disuadir al máximo las actividades occidentales. Pero, este tipo de ambigüedad estratégica también genera riesgos. Para Occidente es difícil evaluar qué nivel de compromiso podría desencadenar una escalada nuclear en el curso posterior del conflicto.
En primer lugar, el peligro de esa escalada sería grande -incluso sin las amenazas nucleares explícitas de Putin- si la OTAN entrara directamente en la guerra. Las investigaciones actuales demuestran que la inferioridad convencional de Rusia frente a Estados Unidos bien podría agravar la situación, aunque ambas partes tendrían que estar interesadas en mantener el conflicto limitado.
Por ejemplo, si Washington decidiera ampliar la guerra lanzando ataques convencionales a gran escala contra Rusia que supusieran una amenaza sistémica para el Kremlin, Moscú no podría contrarrestarlo con iguales capacidades no nucleares, por lo que podría considerar ataques nucleares limitados. Los gobiernos occidentales rehúyen esta posibilidad de un conflicto ampliado con posibles implicaciones nucleares, ya que los riesgos de escalada convencional y nuclear son difíciles de separar. Por lo tanto, en la planificación militar y la asistencia a Ucrania, es probable que siempre juegue un papel la cuestión de hasta qué punto se asocia el peligro de que se utilice un arma nuclear.
Otro ejemplo, se habló de la entrega de aviones de combate a Ucrania. Los expertos esperaban solo un beneficio moderado para Kiev de tal paso; por otro lado, estaban los peligros asociados de la escalada. Al final, se decidió rechazar esta opción. Algunos incluso pidieron una zona de exclusión aérea. Resulta muy controvertido cómo podría aplicarse y cuán eficaz sería desde el punto de vista militar, especialmente porque los combates terrestres han desempeñado un papel mucho más importante en esta guerra que las operaciones aéreas. Sin embargo, la principal razón para rechazar la opción fue el hecho de que requeriría la intervención militar de Occidente y podría desencadenar una guerra abierta entre la OTAN y Rusia.
Además de una entrada directa de Occidente en la guerra, un segundo escenario tendría probablemente el potencial de agravar decisivamente la situación. Para Putin, la preservación personal del poder juega obviamente un papel importante. Esto plantea la cuestión de a qué medios recurriría si fuera necesario para asegurar su posición. Esto supone un doble reto para Occidente. Por un lado, los Estados occidentales quieren aumentar la presión económica y militar para mermar la capacidad bélica de Rusia y provocar así un cambio de política. Por otro lado, una amenaza de pérdida de control del régimen podría hacer que Putin se preparara para un uso limitado de las armas nucleares. Entonces llegaría a los extremos antes que renunciar al poder.
Este escenario ilustra que es difícil separar las consecuencias de una escalada militar occidental en Ucrania de las consecuencias de la presión económica sobre Rusia. Incluso si se puede argumentar que en Estados relativamente estables como Rusia es muy improbable un tipo de defensa del régimen, los acontecimientos de las últimas semanas llaman a la cautela. Sin embargo, el aparato de poder de Putin parece estar lejos del colapso. Esto sugiere que las sanciones pueden aumentar bastante antes de que se planteen cuestiones de pérdida de control y de escalada nuclear.
Consecuencias para el orden internacional
Lo que esta guerra signifique para la arquitectura de seguridad europea y el régimen nuclear mundial dependerá probablemente en gran medida del resultado del conflicto. Pero algunas consecuencias son ya previsibles. Probablemente, la consecuencia más problemática se refiere al papel de las armas nucleares como instrumento en las relaciones internacionales. Porque muchos gobiernos llegarán a la conclusión de que un arsenal nuclear, aunque no ofrezca una protección total, puede aumentar considerablemente su propio margen de maniobra.
Por un lado, las armas nucleares permiten a Rusia hacer la guerra en los límites del territorio de la OTAN sin temor a la intervención directa de la Alianza, que es muy superior desde el punto de vista convencional. Habría muchas razones para que la Alianza diera ese paso: las posibles consecuencias de la desestabilización de Europa para el orden internacional, la evidente violación del derecho internacional por parte de Moscú y la creciente presión de la opinión pública occidental a favor de la intervención.
Muchos expertos ya ven la moderación de la OTAN como consecuencia de una disuasión nuclear eficaz por parte de Rusia. Por otra parte, Occidente puede suministrar armas a Ucrania a gran escala e infligir un inmenso daño a la economía rusa sin tener que preocuparse excesivamente de que Moscú pueda responder con armas nucleares. Como demuestra la guerra contra Ucrania, el equilibrio nuclear entre Rusia y Occidente permite una guerra convencional local al margen de la OTAN, por lo que parece confirmarse la llamada paradoja estabilidad-inestabilidad.
Estas conclusiones también desempeñarán un papel importante para la futura cooperación en materia de seguridad con los Estados más allá de la OTAN y para la tranquilidad dentro de la alianza. Esto es especialmente cierto si Moscú logra decidir la guerra a su favor. Fuera de la alianza occidental, Georgia y Moldavia, por ejemplo, se ven más que nunca amenazadas por Rusia, con el destino de Ucrania ante sus ojos. Esto ya enfrenta a la OTAN, pero también a la UE, con la cuestión de cómo satisfacer el deseo de esos Estados de contar con garantías de seguridad creíbles.
Dentro de la Alianza, podrían surgir cada vez más dudas entre los Estados miembros de Europa Oriental y Central sobre lo deseable que es realmente la estabilidad estratégica entre Moscú y Washington. Porque, el estancamiento entre las grandes potencias permite a Rusia jugar con su superioridad convencional regional sobre Ucrania y disuadir de una intervención directa desde el exterior. Aunque los miembros orientales de la OTAN sigan confiando en las garantías de seguridad estadounidenses, es probable que se extienda el temor de que Rusia pueda lograr un rápido éxito militar ("hechos consumados") contra otros Estados bajo su escudo nuclear.
Esta preocupación ya motivó la decisión de la OTAN, a finales de marzo, de reforzar su dispositivo de defensa en sus flancos oriental y sudoriental. Sin embargo, un aumento de la capacidad convencional que hiciera completamente imposible un escenario de "hechos consumados" implicaría enormes costes y plazos más largos. En caso de que el control de armas se erosione por completo, también sería concebible que Estados Unidos intentara socavar el potencial nuclear estratégico de Rusia ampliando sus propias capacidades nucleares. Pero tal empresa estaría asociada a altos riesgos de escalada.
A nivel internacional, la guerra y las amenazas de Moscú están socavando los esfuerzos de no proliferación y control de armas. En primer lugar, la confianza en el valor de las doctrinas nucleares, que se supone que sirven, entre otras cosas, para promover la transparencia y la previsibilidad, se ha roto. Muchos Estados dependerán mucho menos de los compromisos de Rusia -pero también de otras potencias nucleares- en el futuro. Se destruye así una ganancia de estabilidad que tanto costó conseguir. En segundo lugar, los avances en materia de no proliferación también se verán afectados. Actualmente, el conflicto parece sugerir que las armas nucleares no solo pueden garantizar la continuidad de un régimen político, sino también blindar las disputas convencionales contra la intervención extranjera. Los actores regionales con ambiciones nucleares, como Irán y Arabia Saudí, podrían sacar conclusiones de esto para sus propias acciones.
Por último, la invasión de Ucrania también ha socavado la credibilidad de Rusia, necesaria para las conversaciones de control de armas. Todas las consultas entre Moscú y Washington se suspendieron a principios de marzo. Las medidas limitadas de control de armas podrían incluirse en la agenda como parte de las negociaciones sobre el fin de la guerra. Es poco probable que se tomen medidas de mayor alcance a largo plazo. Más bien, una guerra prolongada y unas sanciones cada vez más eficaces debilitarán las capacidades convencionales de Rusia y su capacidad de regeneración, por lo que es probable que Moscú recurra cada vez más a la disuasión nuclear.
Recomendaciones de actuación
Las amenazas nucleares de Moscú deben tomarse en serio, pero hasta ahora no hay motivos para el pánico. En primer lugar, es importante evaluar de forma realista la probabilidad de que Rusia utilice armas nucleares en futuras medidas de apoyo a Ucrania. Por un lado, podría crear más riesgos en la escala nuclear en caso de que la OTAN interviniera directamente en la guerra o trabajara activamente para lograr un cambio de régimen en Moscú. Sin embargo, Occidente está actualmente muy lejos de los umbrales pertinentes para ello. Por otro lado, a medida que aumente la brutalidad de la guerra, aumentará la presión pública para que se tomen medidas que podrían acercarla al umbral nuclear. En ese caso, puede resultar cada vez más difícil para el Kremlin evaluar la intención de las acciones occidentales. Putin podría subestimar el papel de la opinión pública en las democracias e interpretar el comportamiento de Occidente como una motivación estratégica. Por eso es importante que los estados de la OTAN comuniquen claramente sus propias acciones e intenciones en estrecha consulta, tanto a Moscú como a sus propios públicos.
En segundo lugar, Berlín debe comunicar a la población alemana que el uso de armas nucleares es poco probable. Esto también es importante porque una guerra prolongada estará asociada a altos costes económicos para Alemania. Con una población atenazada por el temor a una guerra nuclear, podría ser cada vez más difícil para Berlín mantener las medidas de apoyo a Ucrania. Por lo tanto, el gobierno alemán debería explicar mejor públicamente hasta qué punto Putin está llevando a cabo una estrategia de desestabilización y dónde están los riesgos reales de una confrontación directa entre la OTAN y Rusia. Tanto los responsables políticos como los expertos deberían tratar de arrojar más luz sobre este complejo e inquietante tema a través de las contribuciones de los medios de comunicación.
Berlín también debería tomarse en serio los efectos a largo plazo de la guerra de agresión de Rusia y sus gestos amenazantes. Incluso el intento de blindar un ataque a un país vecino mediante la disuasión nuclear tendrá consecuencias negativas. Serán especialmente grandes si Rusia gana la guerra. El gobierno alemán también tiene un interés estratégico en evitarlo. Aunque Alemania debería seguir apostando por un equilibrio entre la disuasión y el diálogo, parece necesario dar prioridad a la primera a corto y medio plazo. Por tanto, Berlín no solo debería participar activamente en el reaseguro de los Estados de primera línea de la OTAN y en el reposicionamiento de la Alianza recientemente decidido, sino también reforzar aún más la capacidad de resistencia de Ucrania.
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