Alemania
¿Qué pasa cuando nadie reconoce quién crees que eres?
Juan Carlos Tellechea

Qué duda cabe: los antiguos griegos eran muy pragmáticos, incluso en la sintáxis, y tenían además una imaginación sin límites: cada vez que no entendían algo del mundo o de la vida se lo explicaban a través de los actos más variados e inverosimiles de los dioses. Así de fácil.
La espectacular y muy moderna puesta en escena de Nis Søgaard, estrenada este viernes en el Musiktheater im Revier (MiR), de Gelsenkirchen, la primera producción propia de su Teatro de títeres, va más allá aún para esclarecer con acierto, a través del mito de Anfitrión, sobre el controvertido tema del “ego“ en la era digital.
Para ello Nis Søgaard no apela al mito original relatado por Plauto 200 años antes de Cristo, sino a la interpretación que hizo de él el dramaturgo romántico alemán Heinrich von Kleist en la tragicomedia en tres actos Amphitryon (Anfitrión), estrenada en 1899 en el Neues Theater de Berlín (hoy Theater am Schiffbauerdamm, sede del Berliner Ensemble), e inspirada en el Anfitrión, de Molière.
Sin proponérselo expresamente, el estilo de la puesta no puede ocultar sus lejanas raíces greco-latinas, con escenografía de Jelena Nagorni, vestuario de alta costura de Amit Epstein, títeres de Lili Laube, música de la banda “We will Kaleid“ (Jasmina de Boer, Lukas Streich), iluminación de Mario Turco, sonido de Jan Wittkowski, y dramaturgia de Anna-Maria Polke.
El tebano Anfitrión (Daniel Jeroma) es un general victorioso y un ser terrenal, Júpiter (Karoline Hoffmann) un intrigante, artista del cambio rápido y un dios. Ambos desean a la misma mujer: Alcmena (Johanna Kunze).
Ésta espera el regreso de su marido de la guerra contra los atenienses. Sin embargo, en lugar de él, se le aparece Júpiter bajo la apariencia de su cónyuge y ambos pasan una noche de amor juntos.
Cuando el verdadero Anfitrión regresa a Tebas a la mañana siguiente y Alcmena le cuenta la noche que supuestamente pasaron juntos, se siente traicionado por su esposa. Júpiter reaparece ante Alcmena bajo la apariencia de su marido y le explica, mientras se fuma un porro, que el mismísimo dios del trueno la ha visitado, porque ella había despertado su venganza a través de la idolatría.
Al final, cuando las dos figuras de Anfitrión se enfrentan, tanto los generales como Alcmena creen que el Júpiter-Anfitrión es el verdadero. Júpiter aclara el malentendido y concede a Anfitrión un deseo como reparación. Éste desea un hijo engendrado por Júpiter con Alcmena, por lo que Júpiter le profetiza el nacimiento de Hércules (Colin Danderski), iniciativa que Anfitrión agradece al padre de los dioses. Reflejando esto, hay un nivel cómico en el que Mercurio (Sebastian Schiller) toma la forma de Sosías (Merten Schroedter), el siervo de Anfitrión, pero, a diferencia de Júpiter, se abstiene de seducir a su esposa Charis (Gloria Iberl-Thieme).
Sosías también conoce a un doble divino a su regreso de la guerra. El caos es perfecto y, al cabo de poco tiempo, ninguno de los protagonistas terrenales tiene idea de la verdadera identidad de sus homólogos. Mientras la fiel Alcmena sufre por el supuesto adulterio, la esposa de Sosías sueña con ascender socialmente. Una vez más constatamos aquí que el alto Olimpo es estéril y aburrido sin el amor terrenal. Incluso Júpiter quiere ser amado.
Sin embargo, la divertida confusión se convierte cada vez más en una crisis de identidad de los personajes. En esta tragicomedia Nis Søgaard cuestiona el significado de la guerra y rastrea la lucha del individuo por una autodramatización, por un autobombo con éxito. En el proceso, sostiene su propio espejo ante los personajes y examina la creencia humana en los poderes superiores.
¿Qué pasa cuando nadie reconoce quién crees que eres? Anfitrión, el amo de Sosias, y su esposa Alcmena viven la dolorosa experiencia de que, por la providencia divina, nada es lo que parece. A diferencia del original, en la lectura de esta producción no es el dios quien quiere imitar la vida terrenal, sino las cuatro personas que se elevan a la divinidad en su ser. La obra de Kleist puede ser una muestra del estado actual de la sociedad, en la que la gente ve su vida como un espectáculo y busca una lucha con el exterior en lugar de encontrar la paz en su interior.
En el espacio digital de las redes sociales, los actores se colocan máscaras, la apariencia se convierte en asidero. La arrogancia de la gente vive de los números de clics y likes, una eterna actuación en la que el individuo se convierte en una proyección de lo bello, lo especial, lo perfecto. El interior, en cambio, permanece silencioso, vacío e inaudito: lo que cuenta es la superficie. En fin, un fenómeno convertido en creciente problema.
El elenco entero ofrece una maravillosa interpretación de la obra de Kleist. Anfitrión se pavonea con confianza por el escenario. Mas aquí las mujeres son las verdaderas heroínas y los hombres (dioses o mortales) los pobrecillos de la tragicomedia que Søgaard lleva a la actualidad.
Para Sosias, la cuestión de la identidad está clara desde un principio. Lo sabe: "Yo soy yo", y no lo oculta. Cuando recibe una paliza por la afirmación, le grita a su atormentador, Mercurio, el inteligente mensajero de los dioses: "Tu bastón puede hacer que ya no exista. Pero no que no sea yo".
La pieza está ambientada en la mitológica Tebas de la prehistoria legendaria. Kleist, un excluido e incomprendido en la vida literaria de su época, respeta las tres unidades (lugar, tiempo, acción) y escribe su drama en verso blanco (pentámetro yámbico no rimado). El origen de la trama de Anfitrión es la leyenda de la concepción y el nacimiento de los hermanastros Hércules e Íficles.
Hay una larga serie de adaptaciones dramáticas, verbigracia las de Plauto y Molière. Hoy en día existen más de 50 versiones diferentes que tratan este material. Aunque Kleist se basó en una obra histórica, conservó el nombre original de la pieza como había hecho Molière a su vez.
Al mismo tiempo, Kleist no adoptó todo lo que sus predecesores habían presentado, sino que sometió el material a una adaptación al nuevo contexto social alemán de su tiempo (comienzos del siglo XIX). Reelaboró muchos elementos cómicos del original de Molière, eliminando algunos, pero ampliando también otros.
Ovaciones y eufóricas aclamaciones cerraron esta magnífica velada en el MiR, muy divertida, con una muy buena interpretación dramática y musical (pop-art), una ambientación escénica excelente, y en conjunto mucho más vibrante, reveladora y compleja de lo esperado.
Comentarios