España - Andalucía
“Messa da Requiem” en versión concierto
José Amador Morales

El así denominado “concierto de Semana Santa” de la Filarmónica de Málaga ha llevado a los atriles una obra tan suculenta, en términos musicales se entiende, como es el Requiem de Verdi, escoltado en la presente temporada lírica del Teatro Cervantes tanto por el Rigoletto del pasado mes de marzo como por el próximo Il trovatore de mayo.
Para esta ocasión se ha contado tanto con el habitual Coro de Ópera de Málaga como con el Coro del Teatro Villamarta de Jerez de la Frontera, en un cruce colaborativo realmente interesante habida cuenta de la habitual presencia de la Filarmónica de Málaga en el foso de dicho coliseo jerezano. Avancemos ya que la respuesta coral fue magnífica en términos de puro sonido, empaste vocal y dicción básica, a falta de mayores matices que tampoco le fueron exigidos por parte de la batuta.
Esta estuvo empuñada por un José María Moreno contundente en los contrastes, audaz en unos extremos dinámicos poderosamente controlados y conveniente en el acompañamiento a los cantantes. El maestro mallorquín, que optó por una lectura dramática de corte eminentemente operístico y teatral de la partitura verdiana, por momentos resultó excesivamente enfático en este sentido, dejándose por el camino demasiadas sutilezas y pasajes de gran enjundia expresiva que abundan en la misma más allá del mensaje apocalíptico del ‘Dies Irae’ -ya de suyo evidente- en torno al que gira la obra. Fue el caso, por citar un ejemplo significativo, de las mecánicas transiciones que acusaron desde un exceso de premura hasta despreocupación.
El cuarteto solista presentó una adecuada homogeneidad y solvencia, más allá de la personalidad individual de cada parte. Al frente del mismo, Carmen Solís mostró su hermoso timbre y desbordante lirismo en una parte que, si bien le presentaba algunas dificultades en su registro grave, supo afrontarlas sin recurrir a forzar la voz ni a la sobreactuación. María Luisa Corbacho carece de un color especialmente atractivo, por momentos gutural de más, pero aportó su buen hacer y, sobre todo, su estilo y adecuación al canto verdiano. La complicidad vocal entre ambas cantantes fue muy superior a la de sus compañeros masculinos como pudo apreciarse en numerosos pasajes, particularmente en el 'Agnus Dei'.
Por su
parte, Joel Montero se valió de un instrumento dotado de buen metal y cierto
brillo que cinceló con un fraseo con abundantes medias voces, bien que no
siempre sustentadas en una técnica del todo aseada, pero que puso de manifiesto
una delicada musicalidad y buen gusto. Finalmente, Javier Castañeda abordó con
arrojo y propiedad una parte a la que tal vez le faltó un tanto de moderación y
refinamiento en determinadas ocasiones, como en 'Quam olim Abrahæ'.
El larguísimo y precioso silencio final, que el público respetó hasta la definitiva bajada de la batuta del director musical, dio paso a un recibimiento progresivamente entusiasta que culminó con todos los asistentes puestos en pie aclamando a los intérpretes.
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