Reino Unido
Tres lamentos junto al Támesis
Agustín Blanco Bazán

El próximo concierto en
el Royal Festival Hall prometo enviar una foto propia, para que el lector pueda
apreciar el paisaje del enorme órgano iluminado con sugestivos tonos de azul. O
de suave rojizo otoñal, porque ocurre que a veces una iluminación ligeramente
cambiante va acompañando la ejecución de algunas obras. En este caso, las
diferentes tonalidades acompañaron la similarmente sutil variación cromática de
la interpretación de Edward Gardner para el Requiem
de Brahms. Fue una interpretación concentrada, nunca bombástico, y de
transparente expresividad polifónica.
‘Selig sind die de Leid tragen’
emergió del silencio inicial con la espontaneidad de un lied y los marcados de ‘Denn alles Fleisch es ist wie Grass’ fueron
de una acentuación clara pero nunca aplastante. También aquí la línea melódica balanceó
con el tiempo de marcha preservando así un lirismo que terminó siendo la
característica definitoria de toda la obra. Gloriosamente lírica y luminosa, y
extática como una profecía celestial fue ‘Ihr
habt nun Traurigkeit’ de Christiane Karg y efectivo, aunque tal vez algo
liviano y sin la fuerza de proyección requerida el ‘Herr, lehre doch mich’ de Roderick Williams. En ‘Denn wir haben keine bleibende Statt’ los
dos magníficos coros reunidos para esta ocasión, el de la Filarmónica de
Londres y el Rodolfus Choir precipitaron finalmente el contraste de
sobrecogedor dramatismo de la obra y espetaron los fugados con maravillosa
contención y claridad. Finalmente, coros y
orquesta cantaron un ‘Selig sind die
Toten’ de conmovedora simpleza.
Y así terminó esfumándose
este Réquiem, en un silencio tan espontáneo como el que había precedido
su iniciación., Gardner prolongó este silencio que nadie osó quebrar
suspendiendo su batuta durante casi un minuto, literalmente. Y sólo después
comenzaron, muy tímidamente, algunos aplausos.
En la primera parte, el
coro de la Filarmónica acompañó un Salmo
129 de Lili Boulanger (versión coral de su hermana Nadia) que Gardner
dirigió sin ahorrar el color, la redondez y la riqueza armónica reminiscente de
Berlioz que alberga esta obra.
Y también hubo ecos de
Berlioz en Le tombeau resplendissant,
una obra juvenil de Messiaen, de formidable brillantez y contraste de ritmos
iniciales y una maravillosa, infinita frase melódica de cuerdas sobre el final.
En otras palabras: una agitada rebelión ante la muerte de la madre del
compositor al comienzo y finalmente, el consuelo o autoengaño que hace
resplandecer a cualquier tumba. Algo parecido a las muertes que animaron a
Brahms a escribir su Requiem.
Felicitaciones a Gardner
por un programa tan inteligente y tan rico en reflexiones sobre las honduras
psicológicas que animan a creadores de obras maestras. En este caso, el
leitmotiv del dolor y, tal vez, la aceptación.
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