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En blanco y negro

Jorge Binaghi
jueves, 5 de mayo de 2022
Yoncheva en el Liceu (2022) © 2022 by Antoni Bofill Yoncheva en el Liceu (2022) © 2022 by Antoni Bofill
Barcelona, sábado, 30 de abril de 2022. Gran Teatre del Liceu. Concierto lírico. Arias y fragmentos sinfónicos de Verdi y Puccini. Bises: arias de Bizet y Puccini. Sonya Yoncheva, soprano. Orquesta Sinfónica del Teatro. Director: Nayden Todorov
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El título no se refiere al cine o fotografía sino a los dos vestidos utilizados por la cantante, y tal vez, pero no en sentido positivo, a la impresión que me dejó este concierto de debut en el Liceu. En Barcelona se había presentado meses atrás con el mismo programa que había sido objeto de una reseña en Madrid, del barroco italiano a la zarzuela. 

No me había fijado otras veces (mi atención depende del interés del momento) en que en un concierto con orquesta al completo en el escenario hubiera también caja acústica. Aunque el escenario del Liceu sea muy grande el sonido orquestal quedaba encajonado y muchos momentos de percusión y metales me sonaron a auténticos trallazos.

El nuevo director, al que no conocía en absoluto, fue muy bien recibido y parecía tener buena relación con la orquesta, que sonó bien. Lo mejor de su intervención fue la obertura de Nabucco, aunque se le aplaudió más (fue lo más aplaudido en absoluto en la primera parte) la de La forza del destino que para mí sonó ‘en piloto automático’, muy mecánica y donde la indudable mejora de la sección de cuerdas demostró que aún le falta alcanzar más brillo, carnosidad y el pianísimo impalpable. La falta de gran lirismo en todo caso fue compartida con la batuta. También se escuchó el intermezzo de Manon Lescaut, donde la buena labor del primer violonchelo no bastó para comunicar esa sensación de torbellino pasional que ha hecho que algunos definieran a esta obra (y por este fragmento en particular) como la respuesta italiana al Tristan wagneriano. 

En la segunda fue todo Puccini, y tal vez fue mejor la ‘Tregenda’ de Le villi que el intermedio de Madama Butterfly, demasiado inmerso en la acción dramática de la ópera como para agregarle luego, para finalizar el concierto, el aria de la protagonista que comienza el acto anterior. Tampoco pareció muy afortunado en la primera separar dos verdis del último período con ‘In quelle trine morbide’ de la misma Lescaut. Puestos a notar incoherencias estilísticas tampoco parece muy acertado hacer seguir a la obertura de Nabucco la gran aria de Isabel de Valois del Don Carlo, y para colmo en la magnífica versión original en francés.

La soprano se movió mucho y sobre todo cantó hacia el lado izquierdo de la platea donde había evidentemente personas de su conocimiento. Agradeció siempre en castellano (‘muchísimas gracias’ se leía perfectamente en sus labios) 

Y… ¿por dónde empiezo? Conocí a Yoncheva al principio de su periplo como solista en ascenso en unos Cuentos de Hoffmann en concierto en París donde ya cantaba los cuatro papeles, aunque un poco como Netrebko, todavía era más bien una líricoligera. Como la rusa, la búlgara ha evolucionado y se ha convertido en una de esas ‘absolutísimas’ (mucho más que Netrebko y no digamos ya que la Callas, que se quedan pequeñitas ante la vastedad del repertorio de estas otras) que no conocen fronteras y alternan, por ejemplo, el barroco con el verismo pasando por Verdi y el belcanto.

Pieza enlazada

La voz ha evolucionado, pero en el agudo (el sector mejor, aunque empieza a veces a ser muy metálico y en las notas largas empieza a haber oscilación) se nota que en realidad es una soprano lírica. El centro y el grave tan corpulentos como artificiales y artificiosos son exagerados (en especial el grave, donde las vocales finales, en particular las ‘a’ y las ‘e’ -si se oyen, que a veces no- son de una fealdad abrumadora). A esto se debe también que muchas veces la articulación resulte confusa y no se entienda bien lo que se está diciendo en francés o en italiano. Carece totalmente de pianísimos y las medias voces son escasas. Después de las versiones de Don Carlos (para mí en conjunto y pese a todo lo mejor o lo único interesante del concierto, aunque fue la menos aplaudida) y La forza del destino que a nadie se le ocurra criticar a las cantantes italianas de principios del siglo XX hasta la mitad del mismo, porque menos variedad en los matices y dinámicas no he oído nunca.

En realidad el programa fue más Puccini, ya que luego de un ‘In quelle trine morbide’ sin la menor sensualidad ni pasión en la segunda parte escuchamos el aria poco frecuentada (un mérito que al público más bien lo confundió porque no parecía conocerla) de Le villi (‘Se come voi piccina io fossi’, que entona Anna, la protagonista de una ópera bastante menor) con no mucho aplauso, que en cambio fue mucho mayor, con la complicidad de la popularidad de los fragmentos, con ‘Vissi d’arte’ (entre la ‘Tregenda’ y el intermezzo de Butterfly) para concluir con ‘Un bel dì vedremo’.

Obviamente había bises, pero tal vez la soprano calculó mal al decidirse por la ‘Habanera’ de Carmen, no porque le caiga mal vocalmente sino por la exageración de gestos con el director y al final una distorsión de la línea musical simultánea con un golpe de cadera que no sé si se veía desde los tiempos de María Gay. Eso a una parte minoritaria del público -la otra reía complacida- la mosqueó y se escucharon sonoros ‘buh’ que asombraban a miembros de la orquesta, también ellos encantados con la simpatía innegable de la intérprete. Bien sabido es que ante tamaña ofensa los aplausos se triplican, y entonces tuvimos derecho a una olvidable versión de ‘O mio babbino caro’ (no entender la mitad del aria es peor que no escuchar un solo ‘pp’) seguida, ante la insistencia del respetable, por una nueva y aburrida de ‘In quelle trine morbide’ (al parecer no había más arias de Puccini en el stock).

Al salir una habitué del Teatro comentaba cabizbaja ‘si con estos mimbres va a cantar Norma a finales de la temporada…’. En efecto, será algo interesante de presenciar. Pero quede constancia de que el teatro -era función de abono- estaba más lleno que para un concierto de, digamos, Beczala, y que el nombre de la diva es de los que más brillan en el firmamento de la lírica internacional actual. Como dijo una vez Toscanini a Geraldine Farrar (un notable ‘bluff’ de su época): ‘señora, las estrellas están en el cielo’.

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