España - Cataluña
En blanco y negro
Jorge Binaghi
El
título no se refiere al cine o fotografía sino a los dos vestidos utilizados
por la cantante, y tal vez, pero no en sentido positivo, a la impresión que me
dejó este concierto de debut en el Liceu. En Barcelona se había presentado meses
atrás con el mismo programa que había sido objeto de una reseña en Madrid, del
barroco italiano a la zarzuela.
No me
había fijado otras veces (mi atención depende del interés del momento) en que
en un concierto con orquesta al completo en el escenario hubiera también caja
acústica. Aunque el escenario del Liceu sea muy grande el sonido orquestal
quedaba encajonado y muchos momentos de percusión y metales me sonaron a
auténticos trallazos.
El nuevo director, al que no conocía en absoluto, fue muy bien recibido y parecía tener buena relación con la orquesta, que sonó bien. Lo mejor de su intervención fue la obertura de Nabucco, aunque se le aplaudió más (fue lo más aplaudido en absoluto en la primera parte) la de La forza del destino que para mí sonó ‘en piloto automático’, muy mecánica y donde la indudable mejora de la sección de cuerdas demostró que aún le falta alcanzar más brillo, carnosidad y el pianísimo impalpable. La falta de gran lirismo en todo caso fue compartida con la batuta. También se escuchó el intermezzo de Manon Lescaut, donde la buena labor del primer violonchelo no bastó para comunicar esa sensación de torbellino pasional que ha hecho que algunos definieran a esta obra (y por este fragmento en particular) como la respuesta italiana al Tristan wagneriano.
En la segunda fue todo Puccini, y tal vez fue mejor la
‘Tregenda’ de Le villi que el
intermedio de Madama Butterfly,
demasiado inmerso en la acción dramática de la ópera como para agregarle luego,
para finalizar el concierto, el aria de la protagonista que comienza el acto
anterior. Tampoco pareció muy afortunado en la primera separar dos verdis del
último período con ‘In quelle trine morbide’ de la misma Lescaut. Puestos a notar incoherencias estilísticas tampoco parece
muy acertado hacer seguir a la obertura de Nabucco
la gran aria de Isabel de Valois del Don
Carlo, y para colmo en la magnífica versión original en francés.
La soprano se movió mucho y sobre todo cantó hacia el lado izquierdo de la platea donde había evidentemente personas de su conocimiento. Agradeció siempre en castellano (‘muchísimas gracias’ se leía perfectamente en sus labios)
Y… ¿por
dónde empiezo? Conocí a Yoncheva al principio de su periplo como solista en
ascenso en unos Cuentos de Hoffmann
en concierto en París donde ya cantaba los cuatro papeles, aunque un poco como
Netrebko, todavía era más bien una líricoligera. Como la rusa, la búlgara ha
evolucionado y se ha convertido en una de esas ‘absolutísimas’ (mucho más que
Netrebko y no digamos ya que la Callas, que se quedan pequeñitas ante la
vastedad del repertorio de estas otras) que no conocen fronteras y alternan,
por ejemplo, el barroco con el verismo pasando por Verdi y el belcanto.
La voz
ha evolucionado, pero en el agudo (el sector mejor, aunque empieza a veces a
ser muy metálico y en las notas largas empieza a haber oscilación) se nota que
en realidad es una soprano lírica. El centro y el grave tan corpulentos como
artificiales y artificiosos son exagerados (en especial el grave, donde las
vocales finales, en particular las ‘a’ y las ‘e’ -si se oyen, que a veces no-
son de una fealdad abrumadora). A esto se debe también que muchas veces la
articulación resulte confusa y no se entienda bien lo que se está diciendo en
francés o en italiano. Carece totalmente de pianísimos y las medias voces son
escasas. Después de las versiones de Don
Carlos (para mí en conjunto y pese a todo lo mejor o lo único interesante
del concierto, aunque fue la menos aplaudida) y La forza del destino que a nadie se le ocurra criticar a las
cantantes italianas de principios del siglo XX hasta la mitad del mismo, porque
menos variedad en los matices y dinámicas no he oído nunca.
En
realidad el programa fue más Puccini, ya que luego de un ‘In quelle trine
morbide’ sin la menor sensualidad ni pasión en la segunda parte escuchamos el
aria poco frecuentada (un mérito que al público más bien lo confundió porque no
parecía conocerla) de Le villi (‘Se
come voi piccina io fossi’, que entona Anna, la protagonista de una ópera
bastante menor) con no mucho aplauso, que en cambio fue mucho mayor, con la
complicidad de la popularidad de los fragmentos, con ‘Vissi d’arte’ (entre la
‘Tregenda’ y el intermezzo de Butterfly)
para concluir con ‘Un bel dì vedremo’.
Obviamente
había bises, pero tal vez la soprano calculó mal al decidirse por la ‘Habanera’
de Carmen, no porque le caiga mal
vocalmente sino por la exageración de gestos con el director y al final una
distorsión de la línea musical simultánea con un golpe de cadera que no sé si
se veía desde los tiempos de María Gay. Eso a una parte minoritaria del público
-la otra reía complacida- la mosqueó y se escucharon sonoros ‘buh’ que
asombraban a miembros de la orquesta, también ellos encantados con la simpatía
innegable de la intérprete. Bien sabido es que ante tamaña ofensa los aplausos
se triplican, y entonces tuvimos derecho a una olvidable versión de ‘O mio
babbino caro’ (no entender la mitad del aria es peor que no escuchar un solo
‘pp’) seguida, ante la insistencia del respetable, por una nueva y aburrida de
‘In quelle trine morbide’ (al parecer no había más arias de Puccini en el
stock).
Al
salir una habitué del Teatro comentaba cabizbaja ‘si con estos mimbres va a
cantar Norma a finales de la
temporada…’. En efecto, será algo interesante de presenciar. Pero quede
constancia de que el teatro -era función de abono- estaba más lleno que para un
concierto de, digamos, Beczala, y que el nombre de la diva es de los que más
brillan en el firmamento de la lírica internacional actual. Como dijo una vez Toscanini
a Geraldine Farrar (un notable ‘bluff’ de su época): ‘señora, las estrellas
están en el cielo’.
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