España - Cataluña
Programa inusual
Jorge Binaghi

No es muy frecuente por aquí oír obras de Messiaen en un concierto. Menos, si son de su primera época. La primera parte de esta ocasión ofrecía dos muy buenos ejemplos de los años treinta, Les offrandes oubliées (La Croix, Le Péché, L’Eucharistie), su primera obra sinfónica (que llamó ‘Meditación sinfónica'), escrita al terminar sus estudios, e Hymne, perdida durante la guerra y recompuesta en 1946 (entretanto había pasado no sólo la guerra sino su experiencia como prisionero en un campo de concentración), en su origen llamado Himno al santísimo sacramento. Hay que recordar aquí que entre sus variados estudios e intereses, su actividad como organista de la iglesia de la Madeleine y su labor didáctica, Messiaen fue siempre y sobre todo de una fe muy genuina, y los títulos mencionados así lo demuestran. Ambas obras son de una gran devoción y, sobre todo la primera, de un intensísimo lirismo en el que aún se advierten los ecos de Debussy (en especial en la utilización de los vientos). La segunda insiste más en el ritmo y en algunas disonancias de cierta violencia, pero la escritura es prácticamente la tradicional y los momentos lentos e introspectivos notables.
El público,
numeroso, escuchó con atención y aplaudió con calor ambas obras, que seguramente
merecerían una presencia más asidua. La orquesta sonó muy bien, preparada y por
lo que se vio muy complacida con la actuación de su director. Gimeno tiene un
gesto preciso y seguro, y demostró gran conocimiento. Lo recuerdo como un
elemento de gran interés en su período aquí en la Orquesta del Vallés y en
alguna función liceísta (teatro que haría bien en pensar más en él)
El
‘pezzo forte’ (por la duración y las fuerzas requeridas) fue la Messa impropiamente llamada ‘di Gloria’
de Puccini, que este año parece estar de moda. Como hace menos de un mes he
escrito sobre ella, mi impresión no ha cambiado y, por contraste con las obras
anteriores, resultó aun más académica y ‘hueca’. Un ejercicio formal y obligado
antes que una religiosidad sentida. Si bien tenía todavía muy presente la
versión de Antonio Pappano con la orquesta y el coro de Santa Cecilia en Roma esta no desmereció: la orquesta tiene sin duda un sonido menos brillante y
terso, pero un gran empaste y excelente nivel técnico, y Gimeno se mostró muy
brillante.
La labor del Orfeó Català fue formidable y tal vez la más relevante por las exigencias acumuladas, y fue aclamado no sólo por la sala sino por orquesta, director y solistas. Estos fueron Castronovo (con el timbre más oscuro que en otras ocasiones, y una emisión un tanto engolada, pero muy seguro en sus notas tan típicas de un tenor pucciniano) y Tézier, que estuvo magnífico, sin exagerar en ningún momento tanto en su solo como en el Agnus Dei final. El concierto (no sé si todo o en parte, por lo menos sí esta Misa) fue objeto de una grabación entre la representación en París y la (creo que última) de Luxemburgo, de modo que quien quiera pronto podrá juzgar por sí mismo.
Comentarios