Alemania
Adriana Lecouvreur por primera vez en Düsseldorf
Juan Carlos Tellechea

No caben dudas de que el apasionado amor por los preciosos atuendos ha llevado a Gianluca Falaschi a esta nueva y extraordinaria versión de Adriana Lecouvreur, estrenada este sábado en la Ópera de Düsseldorf, con la magistral dirección musical de Antonino Fogliani, y ambientada en el Hollywood de comienzos de la era del Technicolor.
Además de la régie Deutsche Oper am Rhein con el Staatstheater de Mainz, ovacionada hasta el paroxismo por el público que colmaba la sala a tope.
Originalmente estaba programado el estreno en Düsseldorf de Andrea Chénier, en coproducción con la Ópera Helikon, de Moscú.
Pero la bárbara guerra fascista de agresión y aniquilamiento desatada por el presidente neoestalinista de Rusia, Vladimir Putin en Ucrania, desbarató los planes; una medida que no va dirigida contra el director de esa casa, Dmitry Bertman, sino que deja en suspenso la cooperación con una institución cultural oficial del Estado ruso, según el director general de la Deutsche Oper am Rhein, Christoph Meyer.
Esta Adriana Lecouvreur se puso en escena con un reparto diferente al de Mainz. Liana Aleksanyan canta el papel principal, frente a Ramona Zaharia, princesa de Bouillon, como su rival. Sergey Polyakov interpreta a Maurizio de Sajonia, que se aprovecha del afecto entre las dos mujeres, y Alexey Zelenkov encarna al director Michonnet, confidente de la protagonista.
Raramente escenificada
Un destino que Francesco Cilea comparte con la mayoría de los compositores del llamado verismo es el hecho de que solo una pieza de su obra operística ha encontrado un lugar permanente en el repertorio de los teatros, por lo que Adriana Lecouvreur se encuentra aún más raramente en las programaciones, en comparación con Cavalleria rusticana, Pagliacci o Andrea Chénier. También en Düsseldorf se puede vivir por primera vez la tragedia sobre la famosa actriz del Barroco Adrienne Lecouvreur, que musicalmente, por su fino colorido, recuerda más a la Opéra comique francesa y a las cantilenas de Vincenzo Bellini que a los populares contemporáneos del verismo.
Mauricio de Sajonia, los rumores dramáticos no tardaron en rodear su muerte: la celosa duquesa de Bouillon (María Carolina Sobieska) había envenenado a su rival... Ni el dramaturgo Eugène Scribe, ni Sarah Bernhardt (la Adrienne del estreno teatral de 1849), ni Francesco Cilea pudieron escapar a este drama de colportaje.*
Combinaron hábilmente hechos históricos y biográficos con rumores inventados para crear un tenso e intrincado triángulo amoroso. Cilea, célebre contemporáneo de Giacomo Puccini en aquella época, parece anticiparse en algunos puntos a la primera música de cine en la elegante partitura, melodiosa y colorida, con partes vocales expresivas y flexibles. En 1902, con Enrico Teatro Lírico, de Milán.
Búsqueda incesante
Más conocido hasta ahora como consagrado figurinista,
Si uno ha visto Tosca, pongamos por caso, en la tarde anterior, Adriana Lecouvreur le puede parecer un poco aburrida y dramáticamente torpe. La profesión de Adriana recuerda a la de Tosca, ella también es una artista, pero Cilea hace un uso desacostumbrado de la interpretación. Cuando Adriana declama, la cantante entra en el melodrama del habla-conocimiento, un medio de demostrar emoción o desenfado, que aquí consigue un efecto especial por su duración y originalidad (el canto se convierte en un medio normal de comunicación, el habla sirve a la expresión artística). En fin, que en materia de lenguaje musical entre Cilea y Puccini hay diferencias de métodos, herramientas y formas de llegar al alma del público.
Mas, Adriana muere. Muere una de las muertes más burladas de la historia de la ópera, envenenada por el aroma de las flores. Pero más allá de esta sospecha, expresada por su íntimo amigo, el eternamente enamorado y nunca correspondido Michonnet, Adriana muere como una mujer fusionada entre Isolda y Violetta: "Apartaos, mortales", grita en el elevado lenguaje del drama. "¡Melpómene soy yo!" Y entonces, en los más delicados valores tonales, brilla la visión de la luz que alivia el dolor, hacia la que el alma vuela como una paloma blanca y cansada. Transfiguración, exclamaciones horrorizadas de los "mortales" que quedan atrás, el final. Los espasmos de dolor (Violetta) han terminado; la huida conduce al universo de la atemperación del mundo (Isolda).
Más paralelos
Al final, el regreso demasiado tardío del tenor, recuerda asimismo a La Traviata. El hecho de que Adriana no sepa que es demasiado tarde -su rival ya la ha envenenado y el libreto hace referencia a este caso criminal real- da pie a tontas divagaciones sobre la diferencia de estatus social ante la situación. El tenor es el conde de Sajonia. Uno no puede menos que quitarse el sombrero ante el libretista de Giuseppe Verdi, Francesco Maria
Adriana Lecouvreur es en este sentido, y también por las excursiones a distritos musicalmente muy ligeros, un ejemplo de la ópera italiana post-Verdi, que en general ha sido tratada con bastante desprecio, pero que contiene éxitos, entre ellos el aria de Adriana "Soy la humilde doncella":
Ecco, respiro appena,
Io son l'umile ancella
del genio creator;
Ei m'offre la favella
Io la diffondo ai corâ¦
Del verso io son l'accento,
l'eco del dramma uman
il fragile strumento
vassallo della manâ¦
Mite, gioconda, atroce,
Mi chiamo Fedeltà ;
Un soffio è la mia voce,
che al novo di morrà.
Exuberancia
La gran actriz, la humilde sierva del arte, que expresa su vida existencial en el lenguaje de la escena, se transforma en la musa griega de la tragedia. En la muerte, finalmente llega al núcleo de su existencia. Ya no sirve al teatro, sino que ella es el propio teatro. Falaschi ha seguido este camino con un desfile aparentemente interminable de exuberancia creativa en suntuosos trajes; evoca la "época dorada" de Hollywood, desde los turbantes y los atuendos y tocados de plumas de las damas hasta el glamour de los grandes espectáculos y los vodeviles. Ambiente de lujo para las divas del cine y el teatro.
La orgía de lentejuelas del tercer acto disuelve los contornos de los cuerpos en colores chispeantes que fluyen por la escena como grandes amebas, un efecto visual abrumador. Adriana pronuncia su solemne monólogo de la Phèdre de Racine con una declamación premonitoria y vuelve a la simpleza en la apoteosis del glamour. «Adriana por fin esta noche» proclaman enormes letras iluminadas como en los anuncios de teatro de los años treinta en Broadway. Es cierto. En esta noche, Adriana se convierte en ella misma.
En la Ópera de Düsseldorf se percibe lo duro y correspondientemente tentador de los dos papeles principales para sopranos y tenores en su apogeo:
Magnífica soprano
No es habitual experimentar a una cantante como Liana
Como diseñador de vestuario, Falaschi contribuyó significativamente al éxito de numerosas producciones, verbigracia, desde Attila a Tosca en la Scala, de Milán, en las últimas temporadas. Quizás, que la producción de Adriana esté completamente dominada por los vistosos y lujos trajes, refleje en parte una desconfianza en la fuerza dramática de la obra.
De hecho, la puesta de Falaschi es una gran fiesta para los ojos, a largo término algo estática en cuanto a detalles. Básicamente, no se desarrollan ideas de puesta en escena a partir del bello entorno del set de rodaje cinematográfico; es una buena decisión de decoración, que resulta especialmente llamativa en la figura de Adriana como estrella a lo Marlene Dietrich o ya a lo Gloria Swanson (Norma Desmond en Sunset Boulevard/El crepúsculo de los dioses).
Muy buen elenco
A su alrededor, se desarrolla un ajetreo operístico, en última instancia convencional, alegremente interpretado: Alexey Zelenkov como director Michonnet es el caballero vocalmente gentil al lado de Adriana; Ramona Beniamin Pop, su indiferente marido, no habría sobrevivido socialmente a la era MeToo.
Falta profundidad
Sin embargo, pese a toda su fascinación escénica, esta producción debut no es un éxito completo. Falaschi no sigue con suficiente consistencia el tema del arte, el mundo artificial y la existencia artística. Los focos y la escenografía del escenario de la Deutsche Oper am Rhein crean muy pocos espacios libres. Probablemente haya sido intencionado, pero no sirve para la rigurosidad de una reflexión sobre este asunto. Y el final, en el que Adriana se presenta como una Norma Desmond resignada, podría haberse aclarado un poco. Pero al menos Falaschi aborda el gran tema del teatro, en cuya discusión sensual la ópera de Cilea no es la peor contribución.
El coro de la Deutsche Oper am Rhein, preparado por Patrick Francis
Notas
La expresión colportage (del francés porter à col 'sobre el cuello/collar carry' , que significa: 'llevar sobre los hombros ') se refería a la distribución de libros en entregas individuales por parte de vendedores ambulantes (colporteurs). El verbo circular hace referencia a su significado original hoy en día la difusión de rumores , [1] noticias sin fundamento y chismes sociales, por ejemplo en tabloides y la prensa sensacionalista o en Internet.
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