Obituario
Teresa, en el corazón: en la muerte de mi amiga Teresa Berganza
Antonio Baciero
Me
conmueve hondamente la noticia de la despedida de tan buena y excepcional
artista y amiga: Amistad cálida de muchos años, y como hermanada desde épocas
inolvidables en el Conservatorio de Madrid, el vetusto caserón de la calle San
Bernardo, enfrente de la entonces Universidad Central, donde un jovencísimo
Federico Sopeña recalcaba aquella cercanía y necesidad de integración efectiva.
Aquel Madrid -Teresa era tan irredluctiblemente madrileña- y su barrio de
freidurías estudiantiles y “modernos” salones de futbolín donde calentábamos
las manos los alumnos de piano hasta quedar libre alguno de aquellos
instrumentos (espantosos) que había en el sótano del edificio.
Nuestro Conservatorio era
un centro especial cuyo lujo era el antiguo Salón de Baile del palacio de los
Bauer, de los que nadie nos hablaba cuando subíamos por aquella escalera
suntuosa, con su mármol forrado de corcho para su adecuación musical. Pero seguía
conservando el pasamanos dorado de una época gloriosa. Los antiguos
propietarios, los Bauer, eran judíos de pro, como banqueros corresponsales de
los Rotschild parisienses. Curiosamente haría entonces alrededor de 30 años que
habían denegado el casamiento a su hijo mayor con una cantante del Real -Carmen
Crehuey- por no profesar su misma religión.
Este gran salón con
butacas rojas, presidido por un retrato enorme de Franco vestido de cazador y
sus condecoraciones, un día de junio de 1954 acogía el examen de fin de carrera
de una joven y atractiva pianista que estaba a punto de hacerse Carmelita
Descalza. Teresa había hecho también los estudios de composición y de órgano,
instrumento que en lo alto de la sala tenía su mejor ornato en un recargado
ejemplar del siglo XIX en el que daba sus clases el bueno de Jesús Guridi. En
el examen con su Fuga de la Fantasía cromática de Bach todos la felicitamos.
Alguien clarividente, sin embargo, le sugirió que, por su voz tan elegante y
viva, por qué no hacía una prueba para Lola Rodríguez de Aragón, la catedrática.
Obtuvo enseguida el Premio Extrardinario de canto y lo demás ya lo conocen ustedes.
Teresa, siempre super-simpática
y llena de cosas, participaba también entonces en una entusiasta iniciativa que
agrupaba a instrumentistas del Conservatorio, una “Orquesta del SEU”, formada por
estudiantes del centro, y con su alumno de composición José Peris como director.
Acababa de actuar con ella de solista en el homenaje a Igor Markevitsch en el
Colegio Mayor ‘Nebrija’ y se apuntó a ir de solista de canto a una tournée por
el Sur, en la que venía también de “estrella” el igualmente admiradísimo Esteban
Sánchez como pianista.
Aquello no había que
perdérselo y conseguí apuntarme como secretario de la orquesta, es decir, ponía
los atriles y sus partituras. Fuimos a Mérida, Badajoz, Sevilla, Granada y
Málaga. En el último concierto en Jerez, un crítico local -con firma Majo de
Leví- nos obsequió con la daliniana, inolvidable, frase encomiástica de “…vienen
charolando la áspera piel del curtido toro ibérico”.
Nadie podía prever que,
pasando muchos años y tras una carrera de primer rango internacional, Teresa acabaría
por hacer la mejor Carmen de Bizet, sorprendiendo hasta al mismo Karajan, que
en un encuentro en Nueva York, después de definirla como “la mejor mezzo
soprano del mundo” la intentó camelar para la ópera de Viena y sus históricas
versiones de Mozart y Rossini. Le hizo esperar un año entero…
De su militante
madrileñismo nos ha quedado aquel precioso grupo de grabaciones de zarzuelas y género
chico con Ataúlfo Argenta y aquella generación de la primera Orquesta Nacional,
abnegada y meritoria.
Su espléndido piano ‘Bösendorfer’
en su casa de El Escorial se ha quedado sólo, con su colección de tacitas de
café de la época de Mozart y sus dos batutas dedicadas de Abbado y Carl Böhm.
Una admirable triunfadora en la más alta esfera de los elegidos. Recuerdo
además nuestros diversos encuentros en El Escorial, casi siempre con música de
por medio. Una vez hasta hicimos una medio improvisación para la televisión de
Wiesbaden. Con obras de Haydn, Granados y Schubert, incluyendo también un
precioso grupo de Canciones de Martín y Soler, tan mozartianas, que siempre
queríamos haber hecho su disco.
Teresa y su talento
cubrían todos los espacios que abordaba, en la música y en la vida. Como
estrella, como artista y como mujer, su inteligencia, pasión y entusiasmo. Nos
queda el recuerdo emocionado de un ser en verdad irrepetible, cálido y
ejemplar.
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