Alemania
La sabiduría de Resi
Jorge Binaghi

Por
supuesto, con este título, teatro repleto y aplausos calurosos. Merecidos. Iba
yo preocupado porque mi primera vez en este teatro y ciudad fue en un (para mí
no muy) lejano 1984 con la misma obra y tres referentes ideales como Carlos
Kleiber en la dirección y Lucia Popp y Brigitte Fassbaender en la pareja de
enamorados (recuerdo debido y agradecido). Ciertamente el éxtasis no se
repitió, pero hubo algo siempre muy importante y en estos tiempos más: una
función equilibrada en todos sus elementos aunque alguno brille un poco más que
los demás. Al contrario de lo que ocurrió con Les Troyens, esta vez no hubo un solo rol que no fuera por lo menos
correcto.
La dirección
de Jurowski tal vez me gustó un punto menos que al público porque por momentos
la encontré densa e incluso gruesa, pero en conjunto fue muy buena. Orquesta,
coro y coro de niños mantuvieron bien alto su pabellón, aunque en realidad sólo
la primera tenga una participación agotadora, de protagonista o coprotagonista
al menos. Sobresaliente las introducción de los actos primero y tercero.
Si
tuviera que elegir dos nombres en primer lugar serían los de Fischesser (a
quien oía y veía por primera vez si no me equivoco) y Redpath (ganadora de un
premio de los recientes concursos Viñas en uno de sus raros aciertos). El Ochs
del bajo fue más joven y menos caricaturesco que lo habitual, y sólo cuando fue
necesario cayó en el ridículo (por ejemplo, su despedida y salida final en el
tercer acto no fue una serie de payasadas). Cantó bien, con buena voz, y si no
tiene un grave prepotente, sí es suficiente en volumen y color para lograr los
efectos que se requieren (el ejemplo más célebre y peligroso es el ‘lang’ con
que finaliza el segundo acto). Su dominio del acento austríaco me pareció
excelente. Redpath
fue una Sophie encantadora, más decidida que muchas, de bella voz, excelente
técnica, buenos y firmes agudos y sobreagudos, con un personaje ya madurado.
Petersen
es una excelente cantante y actriz (y qué figura: pocas intérpretes podrían
cantar el primer acto con un camisón transparente que deja ver prendas íntimas
de color oscuro), pero para la Mariscala la voz parece demasiado liviana en
centro y grave, aunque se mueve con comodidad en los difíciles agudos (sean
emitidos forte o piano). No importa que ella también sea o parezca más
joven que las intérpretes habituales; el problema es que no le acabas de creer
del todo esas reflexiones maravillosas sobre el amor y el tiempo que hacen que
el final del primer acto y el trío del tercero sean mucho más que grandes
momentos musicales y dramáticos. Pareció tal vez más desencantada o resignada y
al mismo tiempo algo más superficial que lo que el maravilloso texto sugiere.
Hankey,
también muy aplaudida, es un Oktavian sólido, más feliz en su verdadera
identidad que en la supuesta camarera Mariandl, un tanto exagerada en gestos y
articulación del texto. Tiene un buen centro, un agudo metálico que parece
justo y un grave de no mucho relieve aunque suficiente.
Muy
bueno el ‘superburgués’ Faninal de Kränzle en todos los aspectos. Y del resto
si buena fue la Marianne de Köhle, más que buenos fueron el Valzachi de Ress y
sobre todo la divertida Annina de von den Steinen.
Merece
destacarse el perfecto grado de organización del Teatro que con un cantante
italiano que se despierta enfermo el mismo día de la función (que es a las 17
horas) logra que llegue desde Viena un sustituto más que digno una sola hora
antes del comienzo del espectáculo y ni un solo instante se advirtió la menor
vacilación vocal o escénica en Lovell.
¿Y la
puesta en escena? Tal vez uno pueda encontrar puntos o detalles en que no
concuerda con Kosky. Importa poco. Si se vuelve a oír un aplauso cerrado que recibe
la carroza de plata que lleva al caballero con la rosa del mismo material al
inicio del segundo acto, aunque probablemente no todos entiendan la ironía de
los revoltosos ‘caballos’ que la conducen, es que ha acertado y que ha sabido
‘modernizar’ sin deslucir ni afear. Ni siquiera importa demasiado que haya
desaparecido (incluso tal vez por la famosa corrección política), aunque no del
texto, el negrito Mohammed (es cariñoso, como en la obra, no despectivo ni
racista si tengo que aclarar semejante estupidez).
En su lugar, y en otros, Kosky, junto con la genial idea de colocar y hacer sonar un tipo de reloj distinto al principio de cada acto, le agrega (en algún momento literalmente encima del feroz aparato que nos marca a todos el tiempo que se nos va) un Cupido ajado, cansado, mayor, que sin embargo cumple con su deber armado de flecha y arco y hasta arroja sin demasiado bríos papelitos de plata. Al final, la pareja joven y feliz alza el vuelo y el reloj se detiene y se destruye.
Si uno quiere lo puede considerar el final feliz de cuento de hadas; si lo desea y tiene algo más de edad y experiencia interpretará que más les vale aprovechar ese instante, breve o largo, porque después todo volverá a empezar.
Podría terminar muy bien aquí la reseña, pero sin que se entendiera el título, y que tiene que ver con esto último y con la visión que creo que prevalece. De esa joya de libreto a cada uno de nosotros, por supuesto, hay momentos que le llegan más y que cambian en función de la representación que se ve y, más importante aún, de nuestra propia evolución (o involución) como personas. A mí, que caí fulminado ante este Strauss en el lejanísimo (no para mí, repito) 1961 gracias a la incomparable Mariscala de Régine Crespin (la única que logró igualarla después fue, siendo muy distinta, Sena Jurinac, y recientemente, tal vez Renée Fleming, muy distinta a su vez de ambas), esta vez se me quedó enganchada una frase del principio de su gran escena del final del primer acto en la que, poco antes de recordarse como la ‘joven Resi’ forzada a casarse joven y de pensar en ‘la vieja Mariscala Resi’ hace una de sus reflexiones ‘psicofilosóficas’: “Was erzürn' ich mich denn? 's ist doch der Lauf der Welt” (‘¿Y ahora por qué me enfado? Si es así como va el mundo’). Gran verdad, aunque ni la misma Mariscala en versión oficial o privada -‘Resi’ ha sido siempre la primera y más auténtica- pueda estar siempre a la altura de la misma: ‘Es ist doch der Lauf der Welt’. El nostálgico rococó desengañado de esos dos gigantes de la lírica que lo volverán a repetir en Arabella.
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