Francia
Platee vuelve a Versailles
Agustín Blanco Bazán
Platée
acaba de regresar a la Opéra Royal de Versailles después de aquella primera
función de 1745 con ocasión de la boda del delfín Luis Ferdinand. Enseguida de llegado al podio, Hervé Niquet se
dirigió al público para preguntar si entre ellos había algún rey. ¿No?
Entonces, continuó, no incluiría el Prólogo en esta exhumación versallesca, teniendo
en cuenta que, antes de la Era de la Guillotina, los Prólogos se omitían cuando
no estaba presente algún miembro de la familia real. Enseguida aparecieron
varios personajes para quejarse de esta omisión y, de esta manera, quedó claro
que esta desopilante Opéra-ballet buffon
de Jean-Philippe Rameau sobre la feísima ninfa de los pantanos seducida en
broma por Jupiter sería representada en una actualización a nuestros tiempos,
rebosante de elementos bizarros adecuados para actualizar la bufonería ya
aludida como descripción junto al título original (opera-ballet buffon).
En lugar de reproducir una puesta de época, como frecuentemente ocurre en este maravilloso teatro de palacio, Hervé Niquet y los regisseurs/escenógrafos Corinne y Gilles Benizio propusieron una actualización cercana al mundo de la comedia musical anticipado por Offenbach y Hervé, y perpetuado hasta el día de hoy en incontables operetas, revistas, cabarets y farsas de music hall.
Visualmente, la puesta cambió los pantanos de la ninfa Platée por un ambiente franco-brasileño, que evoca a la vez un suburbio pobre parisino y una típica favela carioca al pie de un monte que no es el Cithéron sino que insinúa el Corcovado, solo que con una estatua de Júpiter y no del Cristo Redentor. ¡Y hasta se incluyeron dos números de samba entre las arias, conjuntos y danzas compuestas por Rameau!
Gracias a un excelente pulso teatral, el experimento salió bien, ya a partir de esa tormenta que anuncia la presencia de Júpiter y que hace volar la ropa tendida entre casas semi-ruinosas o en construcción, pero siempre ocupadas o transitadas por regocijantes comparsas en excitado aire carnavalesco.
Pero algo, a mi juicio, no resultó: aún cuando sea una buena idea el asociar esta farsa de Rameau al ulterior desarrollo de las revues y las operetas parisinas, la dramaturgia de este compositor de corte es diferente a la de estas últimas. Aún cuando el excelente ballet de la Opéra Nationale du Capitol demostró que los ritmos de Rameau son intemporales en su vitalidad, faltó esa atmósfera bucólica y con un toque de distanciamiento sin la cual es difícil percibir algo fundamental, a saber, la ironía y el sarcasmo de algo que fue concebido como una parodia de la ópera seria. Imposible reproducir este aspecto paródico, tan esencial en la bufonería dieciochesca de la obra, en medio del carnaval carioca organizado por Momus en esta producción.
Lejos de restringirse a dirigir su excelente orquesta, Niquet continuó durante toda la función su actuación de maestro de ceremonias comenzada con el encontronazo sobre el Prólogo al principio de la misma. Es así que interfirió repetidas veces con instrucciones a la escena y comentarios ingeniosos tendentes a demostrar que en este tipo de humor revisteril no existe una ficción separada del público o la orquesta.
Esta dramaturgia totalizadora chocó con la realidad arquitectónica de un teatrito barroco en el cual las divisiones de sala, foso y escenario están rigurosamente perfiladas. A veces las interferencias fueron repetitivas y excesivas en número: eso de subir a escena para ayudar quejoso a un cambio de mobiliario no salió con una espontaneidad similar a la de un ensayo. Y también estuvo de más la invitación al público a cantar Frère Jacques tal vez para aligerar el tiempo a insumir en un cambio de escena a telón cerrado, durante una representación de dos horas y pico sin intervalo.
El regreso del director a la escena final fue en cambio conmovedor: humillada por la farsa de que ha sido objeto Platée llora desesperadamente y no queda mas remedio a Niquet que subir a consolarla. Sólo así consigue poner fin a la obra.
En esta versión Platée fue presentada no como un monstruoso semi-sapo sino como una vulgarísima y simpática proletaria que en lugar de salir de un pantano se nos presenta en robe de chambre arreglando con coquetería su semiderruido balcón. Con ello el personaje adquirió una humanidad que Mathias Vidak supo interpretar con atractiva combinación de panaché, desparpajo y seguras líneas vocales.
Similarmente espontáneos y seguros vocalmente estuvieron Marc Labonnette (Citheron), Pierre Deerhet (Mercure), Jean Christophe Lanìece (Momus), Jean-Vincent Blot (Jupiter) y Marie-Laure Garnier que cantó una Juno imponente en su presencia y fraseo.
Pero el mayor triunfo de la noche correspondió, justificadamente, a Marie Perbost, intensa y desafiante en el rol mas difícil y decisivo, el de esa Folie que después de haber arrebatado a Apolo su lira (aquí una guitarra eléctrica), desencadena una acción donde tragedia y comedia son la misma cosa. ¡He aquí la inmortal Locura de Erasmo, Rameau, Offenbach y Kurt Weil! Y también de todos los que aprendan a aceptar que la vida y el arte siempre tienen dos caras, porque no hay tragedia sin comedia y aún la bufonería mas ramplona alberga elementos de frustración y lágrimas.
La Opéra Royal ya ha anunciado una atractiva temporada 2022-23. Hervé Niquet y su Concert Spirituel volverán para King Arthur (Purcell), La flauta mágica (Mozart), y la Caravane du Caire (Grétry). William Christie dirigirá a Les Arts Florissants en Dido y Eneas (Purcell) y Mark Minkowski ofrecerá dos ciclos de la trilogía Mozart-Da Ponte. Leonardo García Alarcón y su Cappella Mediterranea se encargarán de La finta pazza (Sacrati) y La coronación de Poppea (Monteverdi), y Le Poème Armonique de Vincent Dumestre presentará Armide de Glück. Gaétan Jarry se encargará de David et Jonathas (Charpentier) y una soirée doble con Bastien et Bastienne (Mozart) y La serva padrona (Pergolesi).
Estos espectáculos escénicos se completan con conciertos, ópera en versiones de concierto, ballets y teatro. Quienes decidan acudir sin el beneficio de carruajes autorizados para dejarlos en la puerta de la gran galería que conduce a la sala deben caminar a través del empedrado de la enorme Court de entrada. Zapatos cómodos y, en invierno, adecuados para no resbalar, son la única etiqueta de rigor en materia de comodidad y para evitar accidentes. El resto es una sugestiva combinación de estética arquitectónica y calidad artística.
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