España - Andalucía
“La chiquita piconera”, la zarzuela cordobesa por excelencia
José Amador Morales

Una de las apuestas de Carlos
desde su llegada como titular al frente de la Orquesta de Córdoba ha sido la puesta en valor del patrimonio musical nacional en general, y el de la ciudad en particular. Y en este sentido ha realizado una notoria labor de pura investigación, especialmente en el campo del llamado género chico, trayendo a los atriles partituras de zarzuelas de notable relación con Córdoba, unas veces más formal como fue el caso de ¡Viva Córdoba! (zarzuela de Joaquín estrenada en 1902 y rescatada de los archivos de la SGAE por Domínguez-Nieto para su interpretación en 2019) y otras veces con una mirada a la ciudad más exógena como la de El patio de los naranjos (de , estrenada en 1916 y rescatada el pasado mes de octubre).En esta ocasión, y con el aforo del Gran Teatro de Córdoba bastante completo para un día típico de feria de mayo, le tocó el turno en primer lugar a La leyenda mora de
No obstante, la importancia de la velada residía indudablemente en la recuperación de La chiquita piconera, la zarzuela que estrenara Ramón
en 1935 con el acertado libreto de los cordobeses Manuel Alfaro y Francisco Avilés. La familia del primero de ellos era tenía una estrecha relación con la de Julio Romero de Torres, quien pintara el celebérrimo cuadro del que toma título de la zarzuela en sus últimos meses de vida, apenas cinco años del estreno de esta. Este escritor afirmaba en una entrevista publicada en un diario local después del estreno,surgió la idea de que el personaje central fuera ‘la chiquita piconera’, que inmortalizó en uno de sus lienzos admirables Julio Romero de Torres. Nosotros hemos querido que salte desde el cuadro al escenario para que adquiera vida real y podemos decir que ello significa también un homenaje de nuestro espíritu al insigne pintor de Córdoba. (Diario de Córdoba, 2-6-1935).
No en vano, la muerte de Julio
En los mismos días que Miguel
alternaba Marina y Doña Francisquita en el Gran Teatro, el estreno de La chiquita piconera tuvo lugar en el Teatro Duque de Rivas de Córdoba el 30 de mayo de 1935 con un gran éxito tanto de público como de crítica, que afirmaba… más lo que hizo resaltar definitivamente el triunfo fue la partitura (…) Toda la música es bellísima y el auditorio la escuchó con verdadera delectación. Destácanse: una serenata en el cuadro segundo que es acaso el número más inspirado de la obra y un dúo de tiple y barítono en el primero… (Diario de Córdoba, 2-6-1935).
Hasta tres y cuatro veces tuvieron que repetirse muchos números. Posteriormente llegó a Madrid ese mismo año, viéndose por primera vez el 2 de agosto en el Teatro Ideal a cargo de la compañía del Luis Sagi Vela, con un recibimiento dispar de la obra por parte de la crítica (véanse artículos en los diarios El debate y La Libertad del 3-6-1935) aunque entusiasta en cuanto a la interpretación del barítono madrileño y de la soprano
La historia posterior de esta zarzuela consiste en unas cuantas representaciones en la ciudad (con la excepción de su estreno sevillano del 1 de marzo de 1938 en el Teatro San Fernando) casi todas ellas con el reclamo más bien nostálgico de una presunta recuperación. Es el caso de las primeras reposiciones todavía en los años treinta, en versiones más o menos amateur como las “falangistas” del 18 de julio de 1937 en el Teatro Góngora conmemorando el primer aniversario del golpe fascista o la del 10 de diciembre de ese mismo año dentro del festival “pro aguinaldo del combatiente” celebrado en el Gran Teatro (con la banda municipal) pasando por una veraniega representación al aire libre en la noche del 16 de agosto de 1938 en el Coliseo San Andrés en memoria de Julio Romero.
Las dos últimas veces que La chiquita piconera fue puesta en pie tuvieron lugar en el Gran Teatro de Córdoba en el mes de septiembre de 1967 y 1988 respectivamente. La receta tradicional de costumbrismo, aire popular, personajes cómicos entre los que no falta el torero, los guiños a giros lingüísticos locales, la oportunidad de lucimiento de los solistas con una romanza y un dúo de hondo lirismo y hasta una serenata con rondalla (que pervivió como pieza de lucimiento en recitales líricos y que recuerda no poco a algunas canciones que forman parte de la lírica popular cordobesa) junto al encuadre en el ambiente afectivo cordobés, hicieron que la obra siempre obtuviese un éxito incuestionable en estas – por otra parte – puntuales interpretaciones.
En esta ocasión, tanto la obra de Giménez como la de Villaluenga se han ofrecido de forma semiescenificada aunque con bastante eficacia teatral y un vestuario bastante logrado sobre todo en La chiquita piconera, todo en la línea de las recuperaciones protagonizadas por Domínguez-Nieto ya mencionadas. Éste insufló un apropiado aire castizo al acompañamiento orquestal al tiempo que puso de manifiesto la cuidada orquestación de ambos compositores.
La complicidad de la pareja formada por
y Javier , ella con su gran profesionalidad y él con su arrojo, así como la eficacia como cantante-actor de Francisco , volvieron a revalidar los recientes éxitos obtenidos en ¡Viva Córdoba! y El patio de los naranjos. A ellos se les sumó la enorme musicalidad de Lucía así como el buen hacer de Juana Castillo y Ana Sanz.La calidad del
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