España - Cataluña
Una Flauta simpática, que no mágica
Jorge Binaghi

Esta es
una de esas óperas que hasta hace unos años (bastantes) se ofrecía sólo cuando
se podía encontrar una serie de figuras a la altura de sus exigencias. Hace bastante
que se ha convertido en un título muy frecuente en el que el espectáculo suele
estar por encima de la música. Por otra parte, el magnífico ‘mensaje’ de paz,
tolerancia y humanismo parece estar cada vez más lejos (o, lo que es peor,
importar menos), así que habrá que conformarse (la gran aria de Sarastro ‘In
diesen heil’gen Hallen’ no se sigue, por ejemplo, con la atención debida). Por
otro lado, ignoro cómo ha escapado el texto a la quema de brujas, ya que lo que
dice sobre las mujeres es tremendo (y muy acorde con la Ilustración de la época
que, como todo movimiento progresista, tenía sus límites). Parece que eso ha
molestado a alguien menos que el hecho de que Monostatos sea de piel oscura
(obviamente no en este caso) ya que se han eliminado todas las referencias a
‘negro’ de los diálogos y en el titulado ‘böse Mor’, que dice Pamina, es
traducido sólo por ‘Malvado’ (y lo de ‘Moro’ se salta), como también algún
adjetivo negativo para la negativa Reina de la Noche.
La
última vez se había ofrecido el excelente espectáculo de Barrie Kosky, que
dejaba de lado la dimensión filosófica o metafísica. Esta vez también. Ignoro
por qué se lo cambió. Iba a venir un espectáculo de Holanda que fue cambiado
sin advertir del motivo (parece una característica de esta dirección, como ha
quedado demostrado con el escándalo de la futura Tosca, que ha puesto al Liceu en boca de todos, pero no por una
buena razón -tal vez lo importante hoy en día sea que se hable de uno o de algo
aunque sea mal).
Un
espectáculo de McVicar es casi siempre una garantía, pero este, bueno, no
parece uno de sus mejores trabajos. Es también un cuento infantil con
serpiente, animales, efectos (aunque no se esforzó mucho en las tres pruebas
finales), vestidos lujosos y hasta una infaltable lluvia de oro al final como
si fuera un musical de los años cincuenta de la MGM. Salvando Papageno y
Papagena no hay prácticamente personajes.
Se contó con dos repartos -20 y 21 de junio- en general parejos y con alguna sorpresa (o no) a favor del segundo. La publicidad insistía en la dirección de Dudamel y el debut de Camarena en Tamino. El primero lo hizo bien, pero no muy bien. Empezó con tiempos precipitados aunque luego se calmó, privilegió los vientos y metales en detrimento de las cuerdas, y hubo momentos en que parecía dirigir Fidelio (habría que haber tenido a una segunda Joan Sutherland para el volumen de la segunda aria de la Reina). La orquesta sonó bien y lo mismo el coro. Excelentes los tres genios del coro de voces blancas.
Milling es el único Sarastro (esperemos que su salud de hierro lo sea también en esta oportunidad). Su desempeño en las dos noches seguidas sirve para recordar que una crítica vale sólo para la función a la que se refiere. En la primera pareció reducido de volumen y de grave; en la segunda sólo y parcialmente (segunda aria) la resonancia del grave. Lo mismo vale para el Monostatos más relevante en lo escénico que en lo vocal de Padullés pero que en la segunda función se oyó más y mejor. Y casi lo mismo para el Orador de Goerne (salvo una función): es un lujo contar con él para esta parte, pero habría que haberlo aprovechado en un título más acorde con sus merecimientos (por ejemplo, para estrenar aquí L’upupa de Henze). Bien también los hombres en arnés y sacerdotes de Casals y Lagares (que tienen a su cargo el mejor momento del espectáculo cuando las campanillas de Papageno los hacen bailar contra su voluntad).
Camarena hizo un muy buen Tamino, pero me pregunto si es
Mozart un autor central en su repertorio. No lo creo. La voz, muy bella y hoy
con más centro, parece más adecuada al belcanto del siglo XIX. No tuvo casi
oportunidad de mostrar el arrojo y firmeza de su agudo. Buen alemán. Baste
decir que estaba mucho más en carácter -con una voz menos bonita y más en la
línea de canto de un Roswenge- Behr, que hizo un notable debut.
En el
sector femenino la enfermedad de Núria Rial
hizo que Serena Sáenz pasara de Papagena a Pamina, y lo hizo muy bien.
También fue el caso de Lucy Crowe, obviamente más experimentada, pero en la
segunda parte con algunas notas extremas fijas y/o metálicas. Papagena fue
confiada a Mercedes Gancedo, que trazó un personaje delicioso en todos los
aspectos.
La dificilísima parte de la Reina tuvo dos buenas intérpretes: Lewek
tiene más volumen y un notabilísimo ‘fa’ en su primer aria aunque en la segunda
-la más aplaudida de la velada- estuvo algo calante y áspera. Blanch cantó en
cambio mejor esta última que la primera con una voz más bien pequeña, pero que
se oía sin problema. Las tres damas cantaron bien (en especial Perles), pero no
sonaban amalgamadas.
He
dejado para el final al personaje más ‘sencillo’ y más humano (Pamina se le
acerca) de esta obra, el impagable Papageno. Oliemans lo hizo bien, pero cuando
lo he escuchado en papeles serios me ha impresionado más y mejor. No le fue
difícil a Martín-Royo repetir su formidable creación, con buen alemán, canto
musical y un desparpajo y ternura escénicos que le valieron al final del espectáculo
una gran ovación. El primer día lleno absoluto (era el estreno), el segundo
mucho público pero con algún claro. Como queda dicho esta Flauta no parece
estar forjada para poderes mágicos, pero sí es simpática y vistosa. Pues eso.
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